José-Vidal Rodriguez
Tres jóvenes turistas, en busca de sexo y diversión en el Este de Europa, acaban en un hostal situado en un remoto pueblo de Eslovaquia. Sus sueños se hacen realidad cuando atienden atónitos ante lo que parece ser un paraíso plagado de bellas y predispuestas mujeres. Lo que no se imaginan es que este edén de lujuria y desenfreno, esconde en realidad un macabro negocio en el que sus cuerpos no son sino la mercancía perfecta para que, todo aquel que pueda pagarlo, dé rienda suelta a sus instintos más primarios en forma de torturas y espeluznantes prácticas con los tres amigos como principales pero no únicas víctimas.
”Hostel” es un filme, para lo bueno y para lo malo, ciertamente desagradable. Pese a que la primera media hora de metraje transcurre en lo que parece una teen movie del montón, el argumento gira radicalmente hacia una brutalidad visual tributaria de obras como “La Matanza de Texas” o incluso cercana en su trama a aquella “8 mm”, transformándose su estética de tal forma que sólo podía llevar el sello -aún en las funciones de productor- del bueno de Quentin Tarantino.
Plagado de escenas estremecedoras de tortura (eso sí, menos de las que parece augurar su inquietante trailer), el filme se sostiene en esa fina línea que separa la violencia gratuita del suspense bien construido, salpicado de tintes que en no pocos instantes rozan lo semi-gore. En términos generales, la cinta logra mantener el interés a costa de acudir a determinados clichés y tópicos del género que por frecuentes acaban ya cansando.
En las labores musicales encontramos al incipiente Nathan Barr, feliz esposo de la solista Lisbeth Scott y uno de las últimos valores salidos de la factoría Mediaventures -o Remote Control, como ahora se hacen llamar-. Pero antes de que los detractores del imperio zimmeriano comiencen a dar muestras de pasotismo ante la obra, he de señalar que nos hallamos ante un trabajo que carece verdaderamente de cualquier vestigio marca de la casa. Tanto es así que el principal autor al que alude Barr no es ni más ni menos que todo un clásico del suspense: Mr. Bernard Herrmann.
En efecto, basta escuchar la ”Suite” que abre el compacto para apreciar el evidente acabado herrmaniano del score. Suite que Barr divide en dos fragmentos, siendo el segundo el que mayores similitudes presenta con alguna que otra obra del maestro newyorkino, como pudiera serlo el célebre prólogo de “Psicosis”.
A partir de estas ideas, Barr compone un trabajo malsano, oscuro, inquietante y tremendamente violento cuando las imágenes se tornan en poco tolerables para el buen gusto. Con la ayuda de la atinada Filmharmonic Orchestra checa (no confundir con la archiconocida City of Pague Philharmonic), el autor sale airoso en la recreación de ambientes opresivos, al igual que lo hace en aquella media hora inicial de la cinta (los 4 cortes que preceden a la mencionada suite), en donde la música transcurre siquiera brevemente por los cauces de la melodía, situándonos con cierto halo preciosista en los parajes de aquél pequeño pueblo eslovaco escenario de la trama (“Village”, “Spa”).
Estos momentos melódicos son el preludio a la agresividad del resto de un álbum que, en sus cerca de 45 minutos, se nos presenta como un correctísimo y por momentos sugerente ejercicio de disonancias e irrupciones percusivas, en la mejor tradición del cine de terror. Como instrumento de especial relevancia, el piano, que con su incesante martilleo provoca esa contundencia sonora que llega a apabullar durante buena parte del disco (“Pedicure”, ”Escape”); a falta de un verdadero tema central, y como recurso que da coherencia al conjunto, nos encontramos con un contraste de dos notas que escucharemos, entre otros cortes, en la parte final del “Village”.
Sin aparcar esos devaneos en las cuerdas netamente herrmanianos, pero acudiendo en ocasiones a sonoridades propias de autores como Christopher Young (”Roadblock”), Barr alcanza en todo momento la finalidad esencial que su score tiene para con las imágenes: estremecer los oídos del espectador en la misma medida que lo hacen las escenas de mayor dureza (”Achilles”, ”Trolley of Death”).
Particularmente inspirado se muestra en el corte más afortunado del álbum (amén de la suite inicial), ”Reflections”, dominado por un ostinato a cuerdas que progresará en una bella melodía elegíaca, asociada a la supuesta resolución de la trama que, sin ánimo de destrozar el final al lector, no se producirá aún. No en vano, dicha frase melódica se volverá a sugerir, esta vez sí en términos de conclusión y cierre definitivo al filme, en ”Revenge”, un agresivo broche de oro a una partitura escrita con sensatez para una “locura” de filme.
La conclusión evidente es que sorprende atender a la intachable eficiencia de este autor novato, en un género para nada agradecido y cuyo anquilosamiento actual provoca que todas las soundtracks parezcan cortadas por el mismo patrón. En ese sentido, la verdad es que el score de ”Hostel” no pretende sentar cátedra, ni ser un prodigio de innovación, pero precisamente en su total respeto a las texturas y recursos musicales propios del thriller encuentra su mayor interés.
No puedo acabar sin mencionar la morbosa, pero tremendamente original, forma de titular ciertos cortes del álbum tales como “Pedicure”, “Achilles” o “Bugeye”. Todos aquellos que hayan visto la película y recuerden dichas secuencias, lo entenderán al momento.
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