Pablo Nieto
Casualidades o no del destino, el año 1997, fue elegido por directores tan dispares como James Cameron y Bigas Luna, para realizar su particular visión de la legendaria historia del “Titanic”. Curiosamente en ambos casos, con una historia de amor a tres bandas como hilo conductor. Pero es aquí, donde acaban las similitudes. La película de Cameron se desarrolla a bordo del barco y la de Luna en un pequeño pueblo francés. Una es la película más taquillera de la historia, una superproducción ganadora de 11 Oscar, y la otra una película modesta abrumada por la magnificencia comercial y cinematográfica de su coetánea.
“La camarera del Titanic” es, a juicio de muchos, el film más maduro de Bigas Luna. Una película en la que las principales características de su cine: erotismo, sensualidad, gusto por lo autóctono, son presentadas con un gusto exquisito (algo que no podemos afirmar de otros trabajos suyos). Con una historia y un guión tremendamente original, por el que incluso ganó un premio Goya. Una película que juega con la realidad y la ficción, y donde los celos y los amores platónicos se confunden a lo largo del relato.
Olivier Martínez y Aitana Sánchez Gijón, son los dos principales protagonistas. Él (Horty) es un obrero de una fundición que gana un viaje a Southampton para ver zarpar al Titanic. Ella (Marie) una guapa camarera del Titanic, que la noche antes conoce a Horty, y ante la imposibilidad de encontrar alojamiento accede a pasar la noche con él.
Entre ellos surgirá algo muy intenso. Sueño o realidad, lo único cierto es que a la mañana siguiente ella habrá desaparecido. Horty sólo volverá a verla en el Titanic, justo antes de zarpar. Allí ella le entregará una foto para que no la olvide nunca. Y así será, porque de regreso a su pueblo, pasa de ser un hombre feliz heroicamente recibido por sus vecinos a un hombre amargado tras enterarse que su esposa, Zoe, se ha acostado con el jefe de la fundición para conseguirle un ascenso. Inducido por la rabia interior y el alcohol, Horty comienza a contar su historia con Marie en un bar. Mezcla fantasía y ficción, pero lo que importa es su narración cautivadora, que provocará que todos los obreros y los que acuden al bar queden impresionados.
La historia la narrará todos los días, hasta que el 14 de abril de 1912 el Titanic naufraga. Entre los supervivientes no hay ninguna Marie. Horty se niega entonces a seguir contando sus relatos. Y loco de furia, se peleará con el presidente de la fundición. Tras ser despedido, volverá a refugiarse en el bar, para contar su historia. Y un buen dia, aparecerá allí Zoe, su esposa, que abrumada ante lo que escucha decide huir. Horty le asegura que todo es una invención que él sólo la quiere a ella y que Marie nunca existió. Para regresar junto a él, exige que vuelva a contar los relatos, asegurando que la historia es una ficción y cobrando ella una comisión.
Sin embargo, un nuevo giro argumental lo cambia todo. Gracias a sus relatos de ficción, Horty se ha convertido en uno de los actores teatrales más conocidos, y en medio de una de sus actuaciones, entre el público verá un rostro conocido, a alguien que siempre ha esperado, al sueño que una vez fue realidad o viceversa. Allí verá a Marie.
Al igual que no se puede comparar el film de Cameron con el de Luna, tampoco deberíamos hacer lo mismo con el score de Alberto Iglesias y el de James Horner. Compositores diferentes, con estilos antagónicos, que le dan a cada una de sus películas enfoques muy personales. El efecto “Titanic”, también fue bien distinto en uno y otro, sobre todo en el apartado dedicado a las “ventas de discos” y en el de premios.
La música de Iglesias para esta película es intensa, emocional y tremendamente romántica. Construida en torno a un virtuoso cuarteto de cuerdas de solistas eslovacos, y con el puntual apoyo de la Slovak Radio Symphony Orchestra. Iglesias pone música a los sentimientos de Horthy, expresados a través de sus relatos. Los temas de amor para Marie y Zoé, no son más que el reflejo del interior de un hombre “perdido”, “abrumado” y con el corazón dividido por amor.
El tema de Marie es un motivo, donde las cuerdas en involución con la orquesta se encargan de potenciar su naturaleza obsesivamente romántica. Un tema realmente hermoso, que marca el devenir del resto de la partitura. Iglesias, que bebe de las mismas fuentes que Bernard Herrmann, nos regala una creación con elementos que hermanan con esa obra maestra que es “Vertigo”, y no muy lejos del espíritu romántico de “Las Nieves del Kilimanjaro” o “El Fantasma y la Sra. Muir”.
El otro motivo es el de Zoé, la esposa de Horty. Un tema mucho más contenido, donde la orquesta se deje en un segundo plano. Un piano y el cuarteto de cuerdas se encargan de moldear la recreación melódica de este personaje. Es un tema, claramente diferenciado del de Marie, pero que mantiene estrechos lazos psicológicos al pertenecer al universo personal de Horty. Hay un corte, el titulado “Marie y Zoé”, donde Iglesias fusiona mediante una bellísima transición ambos temas, curiosamente acompañando la escena en la que ambas mujeres se conocen.
El resto de la partitura, complementa y arropa musicalmente a estos dos temas. Así, como en el resto de obras de Iglesias, es conveniente destacar la “unidad sonora” del conjunto del score. Debiendo destacar como temas de mera repercusión contextual, el hermoso corte titulado “Vals del Titanic”, el vibrante “La Carrera” y la fanfarria final de “Epilogo, fanfarria”.
Suele decirse que la música de Alberto Iglesias es tan cinematográfica, que muchas veces en su audición aislada, es difícil disfrutarla en toda su dimensión. En mi opinión, la música de cine no pretende ser más o menos agradable a los oídos, sino que lo que se busca es que su poder sea sin las imágenes igual de fuerte que cuando acompaña a estas. “La Camarera del Titanic” , no sólo cumple este requisito a la perfección, sino que además dará satisfacción a aquellos que buscan escuchas aisladas tranquilas y relajantes.
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