Ignacio Garrido

Horner volvió por sus fueros intimistas y sensibles con este extenso trabajo, de indudable sonido propio y desarrollo temático profundamente basado en la cuerda y sobre todo en el piano tan identificable de su autor. Consiguió una nominación a mejor banda sonora en su año, el 2003, sin ser una de sus obras más destacables de ese mismo periodo ni especialmente representativa del repertorio habitual del compositor (al igual que la que logró por su incluso inferior “A Beautiful Mind”, nominación mucho más discutible si cabe). No obstante en esto de los premios y más todavía en los Oscar, la popularidad del film primero y, pasado un tiempo, la de los propios compositores le aseguran a los más irregulares trabajos su lugar en las ternas finales de los concursos más destacados y precisamente por ello debemos tomarnos dichas nominaciones, y finalmente los ganadores, como meras anécdotas en la mayor parte de las ocasiones.

En "Casa de arena y niebla" el compositor desarrolla una hermosa partitura de afiliación inconfundible y recuperando ese ambiente (que no temas ni autoplagios) melancólico, pausado y calmado de “To Gilliam” o “Bobby Fisher”, sin alcanzar la inspiración en las melodías de aquellas o rematar un gran tema central como si ocurría allí, pero logrando en todo momento sumergirnos en un mundo sonoro apacible, algo más triste de lo habitual, pero lleno de belleza contemplativa ocasionalmente truncada por sorprendentes y originales fragmentos con sintetizadores. Asimismo el compositor emplea ciertos instrumentos como campanas, efectos electrónicos y percusiones variadas de forma muy sutil para con las imágenes, e incluso parece colarse por momentos en la orquestación algo de música iraní que refleja el origen de algunos de los personajes centrales de la película, aportaciones todas ellas logradas con elegancia y sobrellevadas sin alardes ni efectismos.

Cabe destacarse un elemento muy menor dentro del comentario de la partitura e insignificante a nivel musical, pero curioso en cualquier caso dentro de la bastante dilatada carrera de Horner, como son los títulos de los cortes, aspecto que en contadas ocasiones (más bien ninguna) suele tener resonancia en las reseñas o críticas de bandas sonoras pues lo que importa es la música, pero que ocasionalmente es parte del propio estilo y personalidad de los compositores (dando por sentado que son ellos los que titulan los cortes). No pocas veces recordamos algún título sin ser acreedor de una música especialmente destacable pero que perdura en nuestra memoria por su sonoridad o simplemente por el efecto extraño que nos causa su nombre, viniéndoseme a la cabeza en este instante el “Dipi di doo” de Christopher Young (maestro en las lides de bautizos extravagantes) para su genial partitura “The Vagrant”, el “Woe the Darkman, Woe” de Danny Elfman para evidentemente “Darkman” o “Uh oh Decker” del mismo Elfman para “Nightbreed”, o mi favorita “Walker Walks and Falls in Walker Falls” que casi parece un trabalenguas en inglés del fantástico Christopher Gordon para su “When Good Ghouls Go Bad”. Aquí Horner nos regala los títulos más hermosos y extensos de toda su carrera a modo de poética continuación de las páginas de la novela (de la que siendo desconocedor puede que procedan los propios títulos), con “The Waves of the Caspian sea” o “We Have Travelled So Far It´s Time to Return to Our Path”.

Horner parece querer acercarse más al susurro que a la voz, al sugerir que al mostrar, recursos que en esta ocasión se saldan con una elegante composición que parece recorrer cielos grisáceos, atardeceres solitarios y brumas en una playa cubierta de la neblina de un amanecer lejano y silencioso. Esta partitura arropa cálidamente sin llegar a calar en nuestra sensibilidad más profunda, pero sumiéndonos en un letargo agradable y esperanzador. Un trabajo sin sorpresas, sin estridencias, sin alardes de la genialidad de otros tiempos, sin defectos formales ni carencias destacables, tan solo calma y música.

Apuntar un breve comentario sobre la edición discográfica, uno de los dos lanzamientos de la casa Varése dedicados a Horner durante el 2003. Si bien en el otro caso “Beyond Borders”, Robert Townson se mostraba cauto (acierto quizás no debido a una intención evidente de la edición sino a imposibilidades o limitaciones para un servidor desconocidas) ajustando su duración a menos de una hora, aquí la cosa se torna bien diferente, alcanzando la media habitual del compositor de más de 70 minutos, a la postre excesivos y si bien este es un tipo de música que se presta a dejarla sonando de forma indefinida una vez pulsado el play, no es menos cierto que una selección bastante más breve no hubiese dañado en absoluto la estructura del CD ni la calidad de la música, incluso habría mejorado en parte la audición.