David Serna
Resulta toda una experiencia escuchar aisladamente la música de “True Confessions” y luego visionar la película a la que acompaña. Lo mismo sucedería si uno contempla primero la película y después acude a la edición discográfica. Las impresiones que se puedan generar sobre la calidad de la partitura de Georges Delerue sólo se pueden comparar a la decepción que produce sopesar su utilidad en el filme. Durante 104 minutos de metraje, la música interviene en 19 ocasiones, generalmente suavizando el tránsito de unas secuencias a otras sin relevancia alguna y mediante pinceladas de escasos segundos de duración, hasta que durante los 15 minutos finales cobra un mayor protagonismo a la hora de intensificar los dramáticos hechos. Incluso durante la primera hora, las pocas ocasiones en las que aparece resultan tan nimias e intrascendentes que el espectador, acostumbrado a no escuchar música, podría preguntarse fácilmente a qué obedece la inclusión de partitura en una película que no la necesita. Y no la necesita porque, ante el poco o nulo interés que provoca la historia, la pobreza de su ritmo narrativo y el estatismo de su puesta en escena, la finalidad de un compositor pierde su sentido cuando no hay imágenes que subrayar o sentimientos que potenciar. No es que “True Confessions” sea una mediocre película: el problema es que Delerue quiere forma parte de un club en el que nadie le quiere como socio.
Para acompañar la historia de un policía (Robert Duvall) que pide la colaboración de su hermano, una nueva promesa en la jerarquía de la Iglesia Católica (Robert DeNiro), al descubrir que el sospechoso del asesinato de una prostituta podría ser uno de los principales benefactores de la Iglesia, Delerue compone una partitura enormemente trágica y solemne, que apenas encuentra su espacio en la película pero que, afortunadamente, logra transmitir su esencia en el disco editado por Varèse Sarabande: una reedición del LP que la compañía sacó en 1981 y al que difícilmente se pueden criticar sus escasos 31 minutos de duración, pues la aparición de la música en el filme siquiera alcanza ese minutado. Podría reprocharse que el compacto mantenga la caótica secuenciación del LP original (donde los “End Credits”, sin ir más lejos, suenan al comienzo), pero es evidente que tal opción acaba beneficiando la escucha, pues frente a lo que sería una insípida sucesión de temas de uno o dos minutos de duración, el disco extiende esas piezas y aglutina en 10 cortes diferentes pasajes que apenas lucen en la película pero que, reubicados adecuadamente, configuran una banda sonora compacta y notable, con la que Delerue se volcó, una vez más, en sus composiciones de corte místico y que contribuyó especialmente a la andadura hollywoodiense del músico francés durante los últimos 12 años de su carrera (empujón que alentó, en toda regla, el Oscar que recibió en 1980 por la banda sonora de “A Little Romance”).
Delerue entró a formar parte de “True Confessions” al sustituir, nada menos, que a Bill Conti, cuya proyección en aquellos años no hacía más que aumentar desde el fulgurante éxito de “Rocky” en 1976. En un pletórico año, en el que también escribió la música de “La femme d´à côté”, la miniserie televisiva “The Borgias” o el drama de George Cukor “Rich and Famous”, Delerue incidió en los aspectos religiosos de la turbia historia agregando voces corales a la orquesta (como haría después en una de las obras más reconocidas de su etapa americana, la emocionante “Agnes of God”) y cedió el protagonismo a las cuerdas haciendo gala de su impecable estilo y empezando a extender esa apasionada intensidad, netamente europea, sobre la técnica americana (a priori, más contenida, o simplemente más fiel a sus estándares), aunque las películas para las que trabajaría (entre las que compuso maravillas del calibre de “Joe Versus the Volcano”) nunca estuviesen a la altura de su genio. En cualquier caso, Delerue siempre se mostró muy satisfecho, confesando que “en Francia, los productores y directores tienden a no demostrar un profundo interés en el papel de la música” y que, en Estados Unidos, “los estudios son bonitos, los músicos son los mejores del mundo y el personal técnico lo hace muy fácil para mí. Es más difícil en Europa”.
La música de “True Confessions”, a diferencia de la alegría y la vitalidad que puedan encontrarse incluso en las obras más desgarradoras de Delerue, fluye a modo de lamento sin consentir un ápice de optimismo. El músico francés desarrolla la banda sonora a partir de dos piezas. La primera, una plácida y sencilla melodía principal (en tanto que inaugura la película, a diferencia del disco) compuesta para arpa sobre un fondo de cuerdas (“Carrick Fergus”) y cuya paz y tranquilidad se mantienen intactas cuando se incorporan la flauta y el violonchelo en una pieza alternativa (la segunda mitad de “Carrick Fergus II”), lo hace únicamente la flauta (“After the Fight/Rancho Rosa”) o cuando el arpa, a la manera de Alex North en el arranque de “The Dead”, se queda sola ejecutando la melodía (el comienzo de “Carrick Fergus II”). La segunda pieza viene dada por una composición más trascendental y dramática, que Delerue escribe para cuerdas (“The Notebook”) con el apoyo constante de los coros (“End Credits” y “The Barracks”) y la aparición del metal en su tramo medio (“End Credits” y “Troubled Des”). Entre ambas melodías, una para reflejar los aspectos más cotidianos de la vida del monseñor protagonista y otra para acentuar la red de engaños que esconde el asesinato y su conexión con la Iglesia, Delerue desarrolla piezas secundarias donde la percusión y los metales brillan por su ausencia y son las cuerdas quienes labran la emoción de la partitura, conversando con la flauta en una melodía que parece imitar a la primera (el comienzo de “End Credits” y “After the Fight/Rancho Rosa”) o delegando en el piano otra nueva y triste melodía (“Forget It”), vivo ejemplo de la sensibilidad de un autor que encontró en “True Confessions”, más que un amigo al que poder ayudar, el pasaporte para sentirse más feliz y respetado.
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