Pablo Nieto
Cameron Crowe es un tipo peculiar. Su cine es fresco y vitalista. Casi siempre apoyado en personajes ingenuos, utópicos y sin prejuicios.
Un cine donde la música tiene un papel estelar. Aunque desgraciadamente para el aficionado a los scores en sentido estricto, siempre sustentando su banda sonora en una selección de canciones (cercana casi siempre a la treintena) ante la que la música incidental poco o nada puede hacer.
Y es que, guste o no, Crowe es un periodista de pura cepa formado en la revista Rolling Stone, que ha crecido escuchando a cientos (¿miles?) de grupos y artistas de todo tipo de géneros musicales. Crowe escribe siguiendo las directrices que le indican las canciones que han marcado su vida, y que establecen el tempo del latir de su corazón, y sinceramente, no le ha ido mal, pues ahí tenemos “Jerry Maguire” o “Casi Famosos”. Estupendos films que giran sobre descubrimientos vitales muy diferentes. En el primero el lado más amargo y odioso de la profesión, y sobretodo de uno mismo (un personaje, el de Tom Cruise, que termina odiándose a si mismo); y en el segundo, el paso de niño a adulto casi sin detenerse en la adolescencia.
“Elizabethtown” es su nuevo film. Una película donde se nos presenta la historia de un tranquilo diseñador de zapatos (Orlando Bloom) afincado en Oregón, cuyos vínculos familiares florecerán tras el fallecimientote su padre, y su viaje a su tierra natal. Le acompañan en su recorrido una optimista nata (Kirsten Dunst) con quien vivirá un romance inesperado y toda una serie de entregados parientes que están decididos a enseñarle el verdadero significado de la vida. El viaje de un joven que opta por una dirección inesperada y de la mujer que le ayuda a ver el mundo que le rodea bajo otro prisma.
Cameron Crowe no ha aclarado si estamos ante una nueva revisión biográfica de su vida como ya ocurrió en “Casi Famosos”, pero si así fuera tampoco debería extrañar mucho. De hecho, musicalmente hablando Nancy Wilson es esa mujer que le ayuda a ver el mundo bajo otro prisma. Su complemento vital, y musical.
Los films de Crowe, no sólo están repletos de estupendas canciones, milimétricamente seleccionadas para cada escena, sino también arropados por el espíritu rockero de la guitarra de su esposa. Una leyenda de la escena rock, que junto a su hermana Ann, formó el grupo Heart, de gran éxito en los años 70, y posteriormente refundando en los 90 con el sobrenombre de The Lovemongers.
La evolución musical de Wilson en su trabajo con las imágenes, pasando del punteo melódico pero intrascendente de “Jerry Maguire”, a la experimentación de "Vanilla Sky" o la mera supervisión musical de “Almost Famous”. “Elizabethtown” es su score más trabajado, más serio y por supuesto más destacado.
Un trabajo sin duda alguna notable, con pasajes realmente logrados, aparentemente sencillo, pero con un gran trabajo acústico por medio de las diferentes guitarras que dan cuerpo al universo de “Elizabethtown” .
Si las canciones que pueblan el film representan la personalidad y el recuerdo del padre fallecido, tal y como reconoce Crowe. El score de Wilson, aboga por presentarnos la parte más positiva del film, del viaje a lo desconocido iniciado por los protagonistas de cuyo final feliz están convencidos.
La propuesta musical de Wilson, es clara ya desde el primer corte del disco “60B (Elizabethtown Theme)”, rica, retentiva y hermosa melodía central del film sobre la que construirá el elemento armónico y la línea melódica del film.
Variaciones propiamente dichas de la misma las tenemos en “River Road y “River Kiss”.
Cortes etéreos como “Headstone”,”Family Table” (con un interesante uso del pizzicato), “California Baylor” o “Grey Sky Blue”, sirven de transición entre el tema central y una serie de motivos secundarios que complementan el desarrollo narrativo del film. Realmente, todos ellos cortes que buscan (y consiguen) dar un empaque y unidad sonora a la banda sonora.
Así nos encontramos el tema de Drew (“Drew´s Theme”), que volveremos a escuchar en “Telephone Walz”, “C-Roll” o “Bicycle Kid”, con alguna que otra variación. Un motivo asociado a la historia de amor, acústico y preciosista, que contrasta con el dinamismo y la vitalidad de “Scruffy”, donde las guitarras son apoyadas por harmónica y palmas, dando lugar a un vibrante y realmente disfrutable corte, cuyas ideas principales serán repetidas en “Containing Magic”, con una propuesta melódica algo diferente.
El score, también presenta un par de pasajes donde la batería potencia el aire rockero, y sucio, digámoslo así, de la música: “Flame to Ashes”, “Dirty Shirt” o “Zapata”.
Con mucho menos ruido y repercusión que Gustavo Santaolalla, y sus bandas sonoras acústicas, Nancy Wilson ha creado una composición absolutamente deliciosa, disfrutable en cualquier momento del día, y que da debida, y necesaria réplica, a Tom Petty y sus Heartbreakers, Ryan Adams, Elton John, Lindsey Buckingham, Patty Griffin o Jeff Finlin entre otros. Artistas todos ellos a los que recurre Crowe para recubrir su cuidado guión. Wilson consigue tejer muy fino y hacerse en hueco entre tanta voz desgarrada y letra evocadora, por medio de sus guitarras y mucho talento.
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