Miguel Ángel Ordóñez
Documental nominado a los Oscar en el año 2003, “My Architect” narra la convulsa historia de uno de los mas influyentes artistas de nuestro siglo, el arquitecto, estonio de nacimiento americano de adopción, Louis Isadore Kahn. Considerado por sus colegas “el filósofo de la arquitectura”, las obras de Kahn remiten a espacios geométricos donde la luz y los materiales juegan con la idea del pasado aplicado al presente. Quizás su estancia a temprana edad en la ciudad medieval de Carcassonne, en Francia, prefiguró muchos de sus conceptos artísticos. Obras emblemáticas suyas, en claro contraste con los paisajes urbanos en los que se encaja, son la Asamblea Nacional de Dhaka (capital de Bangla Desh), la Biblioteca de la Academia Phillips Exeter en New Hampshire y el Instituo Salk en La Jolla (California).
Pero la sorprendente vida personal de Kahn, al margen de sus meras cualidades artísticas, han convertido su existencia en una compilación de elementos dignos de un culebrón mejicano. Casado con Esther Israeli, con la que tuvo una hija, Kahn formó otras dos familias paralelas en su relación con su ayudante Anne Tyng, de la que tuvo otra hija, y la colega Harriet Pattison, con la que engendró a su hijo Nathaniel. Vida turbulenta, mística y polígama que precisamente ha plasmado su hijo ilegítimo Nathaniel Kahn en la elaboración de este documental que se ha encargado de dirigir. Una vida tan llevada al límite acabó por depararle una muerte sombría y solitaria. Kahn falleció de un ataque al corazón a la edad de 73 años en los lavabos de la estación de Pennsylvania en Nueva York. Nadie reclamó su cadáver y se tardó tres días en identificarle.
Hijo del afamado actor Joe Viterelli, gracias a su físico especializado en papeles de mafioso, el compositor Joseph Vitarelli es conocido por sus trabajos para el thriller tórrido “La última seducción”, dirigido por el interesante John Dahl con la explosiva Linda Florentino como reclamo principal, y por la comedia “Bésame tonto” (“Kissing a Fool”) vehículo para el lucimiento del insulso David Schwimmer (el Ross de la serie “Friends”).
Para “My Architect”, Vitarelli ha optado por vertebrar el score en dos direcciones aparentemente contrapuestas: un clasicismo nostálgico aplicado a la obra artística de Kahn, frente a un misterioso minimalismo etéreo reflejo de su intempestuosa vida. El artista frente a la persona. Sin duda, Vitarelli plasma hábilmente ambos mundos, acudiendo a formas narrativas sumamente respetuosas con el autor.
La obra de Kahn queda asociada al empleo de un solemne adagio de cuerdas de reminiscencias judías (el artista lo era). Presentado en “Opening Titles”, el tema emerge invariable en cortes como “Flying to Salk” y “Dhaka”. Frente a la belleza, el misticismo de los temas ligados a su difícil personalidad (donde Vitarelli acude a la flauta hindú), quedan embebidos de elementos psicológicos donde el piano y los sintetizadores muestran la soledad de su existencia, su neto inconformismo (“The Mistery of Louis Kahn”, “The Brick”, “The Nomad”). Línea que queda marcada desde la presentación de esas ideas en el corte “Penn Station”, que manifiesta de la misma manera que Welles se acerca a la figura de Kane con el mcguffin de Rosebud, el misterio de la existencia del personaje.
Vitarelli acude a otras melodías con las que logra impregnar de gran belleza la escucha de la edición. Un breve pero elegante vals con empleo de piano (“Travel Waltz”) que se desarrolla con mayor amplitud en el cierre de la edición (“End Credits”) y un delicioso himno que se muestra a la vez solemne y melancólico ejecutado por la cuerda (“American Hymn”).
Junto al score de Vitarelli, cinco piezas de las que sobresale por méritos propios la fascinante “Fanfare for the Common Man” de Aaron Copland, conducen este viaje donde el espectador debe desentrañar lo que se oculta tras la genialidad, quién era Louis Kahn y cuál era su Rosebud. Vitarelli logra con el acompañamiento de sus 43 músicos que el viaje sea tan enigmático como elegante, obedeciendo a los deseos de un hijo que aspira a conocer a su progenitor cruzando las huellas borrosas del pasado, acudiendo a su obra como retrato de su clandestino temperamento.
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