David Rubiales
Desde finales de los años 50, y sobre todo durante la década de los 60, el tirón popular que había convertido el western en uno de los géneros cinematográficos por excelencia se había agotado definitivamente. Los recios personajes de firmes convicciones que habían paseado por las pantallas desde hacía décadas se habían convertido en un anacronismo para una sociedad cambiante que experimentaba un brutal despertar del letargo en el que había estado sumida desde la Segunda Guerra Mundial.
El encrudecimiento de la guerra fría gracias a la crisis de los misiles cubanos, las desigualdades sociales, el derrumbe económico que asoló Europa y la progresiva pérdida de las últimas colonias, el asesinato de John F. Kennedy, y la posterior intervención norteamericana en Vietnam con las consecuencias que todos conocemos, devinieron en traumáticos episodios como el de la revolución francesa de mayo del 68 y las revueltas estudiantiles en los Estados Unidos entre otros.
Cineastas como Sergio Leone o Sam Peckinpah entendieron que el western, al igual que había sucedido en el pasado, era el vehículo perfecto para reflejar y trasladar, aunque fuese de forma bufonesca como en el caso del director italiano, la cruda realidad de un mundo sumido en un proceso de profundos y catársicos cambios. De la mano de estos creadores de nuevo cuño el género sufrió una intensa renovación, conducida en dirección opuesta al tratamiento mitológico de directores como John Ford o Anthony Mann, llenando las salas de sangre, sudor y polvo; de personajes amorales, o cuanto menos con una moral oscilante, repletos de dudas existenciales que les hacían más reales y cercanos al pensamiento contemporáneo.
En intima unión con esta renovación, la frase musical que identificaba al héroe clásico se difuminó momentáneamente, como no podía ser de otra manera, para dejar paso a un tratamiento musical bien distinto. Y si históricamente nos viene a la mente la destacada figura de Ennio Morricone como principal símbolo de la ruptura de los paradigmas asociados a las sonoridades de los Apalaches, que popularizaran compositores como Aaron Copland, Dimitri Tiomkin y Elmer Bernstein, no es menos cierto que otros músicos como Jerry Fielding, aunque tardíamente, realizaron también una decisiva aportación a éste proceso como así lo demuestran sus trascendentes partituras para “Grupo Salvaje”, “El Fuera de la Ley” y la obra que nos ocupa: “En Nombre de la Ley”.
Fielding afronta su visión musical de la historia, basada en varias de las antinomias clásicas del género -el individuo frente a la sociedad y la ley del más fuerte contra el proceso civilizador-, con las mismas armas que ya había exhibido en su primer western “Grupo Salvaje”. Con una estructura semitonal repleta de sonidos primitivos y prácticamente sin concesiones al lirismo, el estilo oscuro y ominoso que aplica el compositor refleja perfectamente los rasgos básicos de este relato crepuscular. Su gusto por la profusa percusión, los arreglos minimalistas para los metales y los sonidos reverberantes y cacofónicos casan perfectamente con la aridez que transmiten en todo momento tanto los personajes como el entorno en el que se desarrolla la acción.
Buena prueba de ello es el tenebroso y turbulento tema principal asociado inequívocamente al principal protagonista de la historia, el Marshal Jared Maddox (Burt Lancaster). Con una gran economía de esfuerzos, Fielding retrata psicológicamente a un personaje extremo que se aferra a una profunda convicción, la de hacer cumplir la ley, a la que representa, hasta sus últimas consecuencias utilizando cualquier medio a su disposición. Con un complejo sentido de la armonía, Fielding aplica ritmos marciales por medio de la percusión, materializados por redobles de tambor, para acompañar la principal frase musical interpretada por las cuerdas mientras que los metales en contrapunto realizan figuras disonantes que evolucionan, posteriormente y a medida que la pieza avanza, hacia formas melódicas de ascendencia mejicana.
Otro de los platos fuertes de la partitura son los característicos temas de acción tan propios del compositor norteamericano ("Ryan Rides" o "Resolution") en el que las disonantes explosiones de los metales se entremezclan con pasajes más reflexivos a cargo de la flauta y el clarinete. Estas figuras entroncan con los escasos ecos coplandescos existentes en la obra armonizando así la presencia de temas como “Branding the Cattle”, un superficial corte que representa el único gesto de acercamiento a las tradicionales sonoridades americanas.
Por último, y para finalizar la película, el compositor nos regala uno de esos momentos musicales irrepetibles gracias a un inspiradísimo tema de corte épico y elegíaco ("Finis") en el que sobresale, para culminar la pieza, la interpretación que llevan a cabo tres trompetas, en vibrante competición, de sendas figuras melódicas.
Pudiendo enumerar alguna de sus muchas virtudes y teniendo en cuenta que la música apenas cubre un tercio del metraje de la película, quizá la característica más sobresaliente de esta partitura resulta ser lo tremendamente eficaz y racional de su uso para con las imágenes a las que aporta un mayor énfasis narrativo de lo que tendrían por sí mismas. De igual manera, y como ya es habitual en el compositor norteamericano, Fielding localiza de forma distintiva las claves de la acción acentuándolas con una gran originalidad en lo que representa un lustroso ejercicio de narración musical.
La casa discográfica Intrada recupera en toda su extensión, bajo su sello Special Collection, este importante trabajo en la filmografía de Fielding añadiendo doce minutos más de música respecto a la que podíamos encontrar en el recopilatorio de Bay Cities, largo tiempo descatalogado, dedicado al compositor a principios de los 90. El indudable esfuerzo realizado por Intrada para ofrecernos una gran calidad de sonido a partir de los masters originales se ve empañado por lo inadecuado de las notas contenidas en el cuadernillo que acompaña a la edición, en el que únicamente se le dedican al análisis musical de la obra tres insignificantes párrafos, y en lo "limitado" que saben 1.500 copias para tan meritoria obra.
|