José-Vidal Rodriguez
Como cierre a su conocida trilogía iniciada allá por 1982, Sam Raimi rodó justo una década después el que es uno de sus mayores fiascos en taquilla, un filme que sin embargo los años han convertido casi en película de culto. “El Ejército de las Tinieblas”, con sus virtudes y defectos, venía a clausurar la saga “Evil Dead” en forma de entretenido -y gamberro- producto enmarcado más en el género de la aventura cómica que en el terror-gore de sus predecesores, bien rodado y en el que además no faltaban simpáticos guiños a profesionales inolvidables del Séptimo Arte como Ray Harryhausen, el rey del stop-motion.
La película continua las andanzas del personaje de Ash (Bruce Campbell, el inseparable amigo de facultad de Sam Raimi), convertido ahora en patoso héroe caballeresco al viajar a través del tiempo a la Inglaterra del siglo XIV, con la única compañía de su rifle de cañón recortado y su viejo Oldsmobile sin gasolina. Allí ayudará a unos temerosos aldeanos a combatir las acometidas del Ejército de la Oscuridad, formado por un ingente número de esqueletos y zombis que Ash resucita al entonar por error un conjuro del Necronomicón (aquel mítico libro de los muertos hecho de piel y sangre humana nacido a principios del siglo XX de la fecunda mente de H.P. Lovecraft).
Aunque Raimi era ya en los 90 un director con reputación suficiente como para conseguir compositores de renombre en sus películas, en esta tercera entrega siguió apostando en su fiel y poco prolífico amigo Joseph LoDuca”, quién agradeció su confianza escribiendo lo que para muchos (incluido el director, como así lo expresa en las notas del CD) es su mejor partitura hasta la fecha.
Pudiendo contar por primera vez con una orquesta de cierto caché -una Seattle Symphony que suena mejor que nunca-, LoDuca escribe un score de esos que no crean escuela, no marcan tendencias, pero que acaban por enganchar al oyente por la agradecida diversidad temática que marca el conjunto de sus cortes. Precedente claro de sus composiciones para la serie de televisión “Hercules”, la obra presenta acusadas diferencias frente a las anteriores partituras de la saga, sobre todo en lo concerniente a su sonido abiertamente sinfónico sin prácticamente intervención de la electrónica. La ambientación medieval así lo requería, y por ello Tim Simonec planifica la orquestación con un evidente cuidado en la percusión, logrando una aproximación sonora de aires caballerescos, ejemplificada en su certero y vibrante tema central (aquél que suena íntegramente en el primer minuto del ”End Titles” o en el inicio del jubiloso “Manly Men”).
No obstante, si por un tema es conocida esta partitura ese es sin duda el soberbio ”Building The Deathcoaster”, todo un clásico en la filmografía de su autor. Las escenas de la construcción de un curioso ariete sobre la carrocería destartalada del Oldsmobile, son aprovechadas por LoDuca para obsequiarnos con un corte trepidante, conformado por una melodía a cuerdas contrapunteada por metales de claro acabado medieval, que irá evolucionando en intensidad a medida que el espectador va apreciando el resultado final de tan peculiar artefacto. Impagables esos coros místicos escuchados hacia la mitad del corte, con los que el autor evoca el asombro de los aldeanos ante la pólvora artesanal fabricada a golpe de libro de química por Ash.
Frente a este conjunto de piezas más claramente orientadas a subrayar la parte épica de la trama, nos encontramos con otra serie de cortes que definen claramente las peculiares notas identificativas de la franquicia “Evil Dead”: ”God Save Us” y ”Little Ashes” son perfectos ejemplos de la socarronería visual de Raimi, plasmada por un LoDuca que logra cambiar de registro hábilmente hacia ese juguetón mickey mousing escuchado en ambas pistas. Por otro lado, y pese a no ser para nada un filme de terror, el músico compone no obstante ciertos temas sombríos presididos por aquellas disonancias más cercanas a las primeras entregas, como pudieran ser el ”Soul Swallower" (que dicho sea de paso, reserva el único instante de intervención de los sintetizadores) o el ”The Forest of The Dead / Graveyard”, en el que los coros repiten versos del Necronomicón para culminar en un crescendo final a cuerdas con ese halo de misticismo reflejado en las imágenes. Aunque en definitiva, son casos aislados en una obra caracterizada por melodías heroicas y dinámicas antes que por episodios oscuros o incidentales.
Como toda historia de aventuras que se precie, el filme también nos ofrece un breve momento para el amor, cuando Ash cae rendido ante los encantos de la bella Sheila (encarnada por Embeth Davidtz, aquélla sirvienta judía que nos emocionara con su soberbio papel en “La Lista de Schindler”). La traslación musical de este arranque de romanticismo la encontramos en el ”Give Me More Sugar / Boneanza”, el love theme del álbum y que además incluye en su parte final una breve acotación del motivo central épico anteriormente comentado. Una pieza melódica cautivadora que nos descubre a un LoDuca desconocido en su vena intimista -y desgraciadamente poco cultivada a partir de entonces-, escuchada también con los típicos arreglos del medievo de flauta y caja en el “Ash In Chains”.
El ”March of The Death” es el único corte no escrito por LoDuca. Todo aquel que ignore su autor, no dudo que lo reconocerá inmediatamente al oir la pieza en cuestión: Danny Elfman. Satisfecho por su labor dos años antes en “Darkman”, Raimi le encargó escribir esta agresiva marcha asociada al ataque del ejército de esqueletos al castillo defendido por Ash y compañía. Es la secuencia rodada en stop-motionen donde se homenajea la figura de Ray Harryhausen, y por ello el tema de Elfman tiene cierto regusto al Herrmann de “La isla misteriosa” o “Jason y los Argonautas”, películas ambas en las que los efectos visuales de Harryhausen fueron fundamentales y precursores en aquellos años.
Eso sí, estamos ante el Elfman que aún no había caído en la vorágine electrónica a la que nos tiene acostumbrados últimamente, ante un compositor que por aquellos años seguía siendo infalible a la hora de escribir temas centrales contundentes y rápidamente reconocibles. Aquí desde luego lo consigue, con un rotundo motivo rítmico presidido por los timbales y las características disonancias al metal de Elfman.
Pese a la indiscutible calidad del corte, LoDuca evita en todo momento integrarlo en su material propio, por lo que no se vislumbra en su trabajo ni un retazo de influencia elfmanina que pudiese restar enteros a la obra.
Visto el exiguo currículum del compositor, “Army of Darkness” permanece aún como la mejor banda sonora escrita por un Joseph LoDuca defenestrado por la industria y postergado a la televisión. Una pena que el autor no haya podido mantener el alto nivel musical ofrecido en esta inspirada obra.
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