David Serna
Filmada por el cineasta Edward Dmytryk en 1955 para la 20th Century-Fox, “The Left Hand of God” es la típica película de estudio que debería considerarse más un filme de productor que de director. Atribuir sus defectos y virtudes a un artesano como Dmytryk, quien prácticamente abordó cualquier tipo de material cinematográfico y pasó por todos los estudios de Hollywood durante cuatro décadas (hizo “Murder, My Sweet” para R.K.O., “The Caine Mutiny” para Warner, “Raintree County” para Metro Goldwyn-Mayer, “Warlock” para Fox, “Alvarez Kelly” para Columbia…), sería una manera un tanto aventurada de complacer a la “teoría de autor” y negar la personalidad del verdadero impulsor y responsable del proyecto, el productor Buddy Adler, cuya filmografía durante la década de los 50 guarda más similitudes y rasgos de autoría que la propia trayectoria, incluso, de algunos de los directores que firmaron sus películas, como Henry King (“Love Is a Many-Splendored Thing”), Joshua Logan (“Bus Stop” y “South Pacific”) o Mark Robson (“The Inn of the Sixth Happiness”). Su servicio durante la Segunda Guerra Mundial y la nueva sensibilidad de Estados Unidos tras el conflicto determinó la temática de su producción cinematográfica de tal modo que es fácil observar sus películas (entre las que figura la exitosa “From Here to Eternity”, ganadora de ocho Oscar) como una sucesión de retazos autobiográficos donde la contienda bélica tiene un lugar prominente y donde el mundo oriental se convierte en el escenario de imposibles historias de amor, como las islas del Pacífico de “Heaven Knows, Mr. Allison” y “South Pacific”, la Corea de “Love Is a Many-Splendored Thing” o la China de “The Left Hand of God” y de su última producción, la inolvidable “The Inn of the Sixth Happiness”.
En esos exóticos escenarios donde el amor se impone a los horrores de la guerra, se sitúan “The Left Hand of God” y su particular historia: la odisea de un piloto estadounidense, Jim Carmody (Humphrey Bogart), cuyo avión es derribado durante la guerra civil china y que, huyendo del líder militar Yang (Lee J. Cobb), se hace pasar por sacerdote en una remota misión católica, donde sus sentimientos por una devota enfermera, Anne Scott (Gene Tierney), y el posterior asalto de Yang a la misión le obligarán a decidirse entre escapar del lugar o permanecer al lado de las gentes que han empezado a quererle y a confiar en su palabra. La enorme popularidad de “Three Coins in the Fountain” en 1954, cuya música y canción principal fueron escritas por Victor Young, influyeron decisivamente en la elección del compositor para “The Left Hand of God”; un auténtico todoterreno musical que, desde 1928 y hasta su prematura muerte en 1956, trabajó como compositor, director de orquesta y arreglista en más de 300 películas y al que se deben algunas de las canciones más famosas de todos los tiempos. No obstante, aunque “The Left Hand of God” fuese su película más importante en 1955 (y una de las apuestas más firmes de la Fox), sus resultados no colmaron las expectativas ante la clara elección de un reparto equivocado, donde un Bogart viejo y enfermo se convertía en portavoz de Dios, la mítica “Laura” (la actriz Gene Tierney) interpretaba como podía mientras se recuperaba de su estancia en un sanatorio mental y el eterno secundario Lee J. Cobb (como sucedería con el Robert Donat de “The Inn of the Sixth Happiness”) era extrañamente elegido para encarnar a un respetable oriental.
La banda sonora de Young representa, sin duda, uno de los mayores alicientes del filme: una notable fusión de música occidental y oriental en la que los solemnes acordes de aire asiático del comienzo y su exótica instrumentación advierten del escenario de la historia y determinan el colorido de toda la partitura. Tanto es así que la continua presencia de lo asiático (mediante frases que nunca llegan a dibujar una melodía bien definida) y la orquestación elegida (con diferentes percusiones sonando, junto al viento y las cuerdas, de manera casi incesante) apenas permiten al compositor desviarse de su función estrictamente incidental, describiendo las situaciones de los personajes sin elaborar más leit-motivs o temas de cierta complejidad que la hermosísima pieza (radiante pero muy contenida) con la que el falso sacerdote expresa su amor hacia la enfermera de la misión y que constituye, con diferencia, lo mejor de la partitura, de la misma manera en que la popular melodía de “Love Is a Many-Splendored Thing” (producida por Buddy Adler también para la Fox ese mismo año) acapara el interés de la partitura de Alfred Newman y eclipsa el resto de piezas incidentales, en las que el compositor, al igual que Young, da prioridad a lo exótico conjugando diversas percusiones armónica y melódicamente. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos compositores, pues mientras que Newman recurre 23 veces al tema de amor durante su película, Young apenas incrusta el suyo en un par de ocasiones (“Father O´Shea” y “Anne”), convirtiendo el exceso de Newman en una pálida sombra de sus posibilidades.
Lo interesante de “The Left Hand of God”, por mucho que su creatividad y su interés por la instrumentación oriental estén por debajo de lo escrito por otros compositores en idénticas condiciones (como Bernard Herrmann en “Anna and the King of Siam” o Jerry Goldsmith en “The Spiral Road”), radica, precisamente, en la sencillez con la que Young observa los conflictos de la película, la sobriedad que demuestra en sus momentos de contemplación o santidad (“Man Praying”), y la precisión con la que encaja sus elementos más solemnes, construyendo un fondo descriptivo que nunca se impone a las imágenes y que, muy al contrario, refuerza sutilmente la narración. Pero acudiendo a la edición discográfica, es lógico que el oyente espere “algo más” que un espléndido tema de amor (hasta la edición limitada de Varèse Sarabande, sólo disponible bajo la fastuosa batuta de Charles Gerhardt) y una sucesión de piezas exóticas estrechamente ligadas a la película, justo al revés de lo que sucede con bandas sonoras de Young del calibre de “The Quiet Man” o “Around the World in Eighty Days” o, sencillamente, de lo que se desprende al escuchar un compacto como “Love Is a Many-Splendored Thing”, donde el abuso de la melodía principal hace más digerible para el oyente “no habituado” esa manera de componer tan característica del Hollywood clásico y que, fuera de la película, corre el peligro de esconder sus verdaderas cualidades.
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