José-Vidal Rodriguez
En otra de las curiosas re-ediciones a las que nos tiene acostumbrados últimamente el sello Varèse, encontramos los scores de una saga de la que esta vez sí que se agradece la recuperación comercial de su música, sobre todo por el impecable acabado sonoro de la misma y la dificultad actual de encontrar ambos scores por separado en el mercado. Dos estilos musicales representados por sendos autores, ahora conocidos por todos, pero que sin embargo en el momento de escribir sus respectivas partituras no dejaban de ser músicos cuyas carreras tan sólo comenzaban a despuntar.
La irrupción del canadiense David Cronenberg en el género fantástico llevaba un tiempo latente, con filmes hoy de culto tales como “Scanners”, “The Brood” o “Videodrome”; pero no fue hasta 1986 el momento en que Cronenberg pudo al fin manejar un gran presupuesto, y sobre todo sin renunciar a sus ideas propias de cineasta independiente. De esta forma se involucraría una vez más en un filme de terror, remake de un clásico de los años 50, que fue ofrecido a varios directores (Tim Burton entre ellos) hasta el ”ok” final del canadiense.
“La Mosca”, si bien no la mejor, sigue siendo quizás la más popular de sus películas para el aficionado medio. La decadente historia de la metamorfosis en mosca por transmutación celular del científico Seth Brundle, es aprovechada por Cronenberg para recrear esa atmósfera opresiva y tan tremendamente psicológica de sus películas, salpicada ahora con una serie de efectos visuales espléndidos. Y todo ello aderezado por otros dos temas recurrentes en su filmografía, el del rechazo social y el amor imposible, representado en el rostro de una jovencísima Geena Davis que veía como su pareja perfecta mutaba paulatinamente en un ser horrible.
Su secuela de 1989 fue dirigida por el novel Chris Walas, que había trabajado como responsable de los efectos especiales del filme original. Mucho menos sugerente, partía de la muerte del personaje de Geena Davis justo después de dar a luz a su hijo Martin, concebido ya con las células de mosca de su padre Brundle. Es decir, la transformación se repetía pero en la persona del hijo.
Howard Shore volvió con su gran amigo David tras ser descartado en su anterior filme “La Zona Muerta” por imposiciones del estudio. Primera colaboración de Shore con la London Philarmonic Orchestra, la partitura para “La Mosca” posee esa virtud y a la vez defecto tan típico en este tipo de encargos: resulta tan ligado a las imágenes como lo puedan ser sus habituales scores escritos para el cineasta, hecho que puede provocar cierto hastío en el oyente. Oscuro, trágico, opresivo, Shore logra en todo momento describir el terrible descenso físico y psíquico del personaje de Brundle a los infiernos de la humanidad perdida.
El maravilloso “Main Title” (junto con el de “Inseparables”, el mejor escrito en mi opinión para Cronenberg en su simbiosis con las imágenes) ofrece ya algunos retazos de la tragedia y el caos en el que se verá abocado el personaje de Brundle. Introducido por un contraste de dos acordes (similar a su acercamiento anterior en “Scanners”, donde usaba un motivo también muy simple de tres notas), se desarrolla posteriormente con una grandilocuencia contenida muy característica en el autor. Aquellas dos notas son las que Shore reutiliza para asociarlos a la parte humana del científico que va difuminándose poco a poco.
Como estilo musical predominante, la disonancia es parte esencial del trabajo; pero frente a otras partituras del género más arduas, estos recursos disonantes son aquí más “audibles” de lo habitual, principalmente porque tienen mayor empaque que de costumbre; a veces en clave frenética (”The Jump”) y en otras ocasiones más pausada y visceral, con las hipnóticas cuerdas del “The Maggot / Fly Graphic” o los oscuros metales del “The Ultimate Family” como claros ejemplos de lo antedicho. Aunque eso sí, cuando Shore quiere abrumar al espectador con atonalidades y disonancias pretendidamente densas, lo hace como nadie (”Brundlefly”). En este sentido, la horrenda secuencia de las uñas del científico desprendiéndose poco a poco de sus dedos (”The Fingernails”) contiene sin duda uno de los momentos musicales más asfixiantes de todo el score.
Y como recurso musical enfrentado, Shore realiza pequeñas acotaciones melódicas (como por ejemplo, el “respiro armónico” ofrecido por ”Steak Montage”) en aquellos instantes de la cinta en donde la humanidad de Brundle aún florece sobre sus células de mosca en desarrollo; sobre todo repitiendo aquel sencillo motivo de dos notas del “Main Title”. Pero como la película es un auténtico descenso inevitable a los infiernos, la música de Shore irá tornándose en tremendamente opresiva conforme nos acercamos a los cortes trascendentales del disco, aquellos que muestran a la Mosca en su plenitud (“The Creature” o ”The Finale”, un broche de oro al álbum con un Shore majestuosamente dramático).
Frente a las indudables virtudes del score escrito por el canadiense, el trabajo de Christopher Young para “La Mosca 2” se presenta bastante más convencional, aunque no carente de interés. No querría pecar de picajoso, pero la verdad es que la principal pega de esta banda sonora no es otra que la cercanía en el tiempo con su famosa partitura para “Hellbound: Hellraiser 2”. El tema central en ambas es muy similar (si quitamos la ausencia de coros en el que nos ocupa) y las ideas sobre las que se desarrolla el resto de material tienen ciertos paralelismos (eso sí, bastante menos contundencia de los metales en “The Fly II”). Si a ello unimos una calidad de sonido casi análoga debido al uso de idéntica orquesta -la Sinfónica de Munich-, descubriremos las razones de por qué oyendo “The Fly II” se nos viene tanto a la cabeza el mítico personaje de Pinhead de “Hellraiser”.
Pese a que la estética de la secuela tiene poco que ver con el filme original, Young también acude como es lógico a la disonancia como forma musical para acentuar la asfixia y tragedia del nuevo personaje de Martin, esta vez bastante más acentuada y menos disfrutable en su escucha aislada de las imágenes (”More Is Coming”, “Musica Domestica Metastasis”). Es decir, donde Shore salvaba la incidentalidad con cierto “empaque”, Young se limita aquí como buen artesano que es a servir de mero acompañamiento, sin las intencionalidades un tanto más ambiciosas del canadiense.
Aun siendo más eficaz que brillante comparada con el trabajo de Shore, la partitura contiene sin embargo tres temas que la rescatan de la funcionalidad más arquetípica: esa especie de vals de ”The Spider and The Fly”; el “The Fly March”, en donde Young compone una destacada pieza que pese a su título nos depara música de delicada cadencia, de suaves y sugerentes formas bordeando lo melodramático (eso sí, recordando en su parte final bastante al “Kill For Me” de “Pesadilla en Elm Street 2”); o como último tema destacado, el “Dad”, corte en donde más sugerente se muestra el autor al acudir a su peculiar estilo emotivo mediante una afortunada elegía que sirve de cierre al filme.
En definitiva, dos partituras de las que, sin ser de lo mejor de las respectivas carreras de sus autores, se agradece su re-edición en este interesante doble compacto de difícil escucha, pero de indudable acierto en cuanto a sincronía con las escenas se refiere.
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