Miguel Ángel Ordóñez
El inhóspito paisaje del Yukon canadiense, la soledad de los últimos hombres que viven en comunión con la naturaleza, la caza como continuación de la vida, como regulación de las especies, el último suspiro de un estilo de supervivencia condenado a la desaparición: el de los tramperos.
Norman y Nebraska viven el que puede ser su último invierno en las salvajes tierras dominadas por el oso, el caribú, la marta y el lince. Rodeados de fieles perros, construyen una cabaña de troncos en un nuevo territorio de caza, aquél al que se sienten expulsados por la masiva explotación maderera de la zona, abuso que lleva a los animales a emigrar en busca de sustento.
“El último cazador” (incomprensible traducción del original “trampero”, más adecuado) es un filme didáctico donde destacan sus amplios y serenos paisajes, su bienintencionado discurso, pero malogrado en el apartado de su trama, en la interpretación de sus actores amateurs y en la autocomplaciente dirección de Nicolas Varnier.
El lyonés Krishna Levy es el encargado del apartado musical. Compositor de 43 años no excesivamente conocido fuera de su país salvo por la tragicómica “8 Mujeres”, por cuyo score obtuvo una nominación a los Cesar, Levy pasa por ser uno de los compositores mas interesantes del país galo gracias a su habitual maestría para el dominio de un estilo clásico de suma elegancia, como lo atestiguan “Je suis un assassin” y la citada película de Ozon, y por su tendencia al grandilocuente empleo de coros donde con “Artemisia” forjaba gran parte de sus hallazgos estéticos en este campo.
“Le dernier trappeur” entra de lleno en el terreno del mestizaje. Sin abandonar sus profundas creencias clásicas, Levy adereza el conjunto con la introducción de elementos étnicos, especialmente en el uso de violín, guitarra y flauta, que dotan a la partitura de un necesario contenido exótico, reflejo de un lugar inexplorado y salvaje. Un score que ha sufrido ciertas mutilaciones en su exhibición en salas cinematográficas: temas finalmente abandonados en el montaje (“Le voyage en avion”), acompañando escenas para las que en un principio no estaban diseñados (“Le jeune chienne”) e incluso por el hecho de incluir una canción diferente (y a todas luces innecesaria) a la originalmente grabada (la por otro lado también intrascendente “A Breath of Wind”).
Sea como fuere, el punto fuerte del score lo constituye su maravilloso tema central, omnipresente y majestuosamente sereno, como apoyo de la comunión hombre-naturaleza, que domina cada uno de los momentos del filme. Presentado en el “Generique debut” tras un inicial prólogo percusivo y étnico, situando la historia en agrestes paisajes nevados, la nobleza de la melodía alcanza momentos de puro éxtasis con una introducción de los coros de tendencias místicas. A partir de aquí Levy encadena cortes donde el tema se amolda a las necesidades de la trama, mostrando sus componentes mas líricos en “Le nouveau territoire” entregado a la cuerda, vitalistas con el uso de ritmos sincopados durante “Construction de la maison”, bucólicos y plácidos en “Premier paysage d´ete” y “Deuxieme paysage d´ete”, dramáticos con empleo de flauta étnica sobre coros en la maravillosa “Un homme et la nature”, rítmicos sobre scherzos a la cuerda en “Voyage vers Alex” o frágiles e inocentes en “Les glissades”.
Trabajo estructurado sobre un único tema, Levy no renuncia a la introducción de ciertos elementos country apoyados básicamente sobre la guitarra, asociándolos al encuentro de Norman con la civilización o con sus semejantes (“Le jeune chienne”, “Le voyage en avion”, “Un autre voyage”, “L´amitie”).
En definitiva, “Le dernier trappeur” es un score que gira sobre una melodía unívoca que le aporta empaque y espectacularidad. Sin embargo, hubiera sido de agradecer una mayor variedad temática, puesto que el entorno contribuía a ello. La obsesión de Vanier por centrar la trama en la primera persona de Norman (alternando diálogos con monólogos del protagonista) tiene mucho que ver con esa elección.
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