Miguel Ángel Ordóñez
Que Ángel Illarramendi es uno de los puntales de la música cinematográfica española es hoy hecho indiscutible. Como tal, el sello JMB ha aprovechado el tirón para ofrecernos una extensa muestra del repertorio del guipuzcoano que comprende sus trabajos para el cine en los últimos diez años. Trabajos que, por otro lado, se encontraban editados en la mayoría de los casos gracias al mismo sello. Hábil maniobra que permite acudir al fondo de catálogo para paliar las exhaustas arcas de una distribuidora, la de Karonte, que ejerce de Robinson Crusoe en el panorama de las ediciones musicales en España.
Salvo contadas excepciones (la cortísima “Cuando vuelvas a mi lado” y la algo insustancial “Antigua vida mía”), JMB regala una amplia panorámica de los trabajos de Illarramendi ofreciendo como añadido selecciones de la inédita partitura para “Sin Fin”, además de un corte para la ópera de cámara “Zapatos de mujer” (editada pero con escasa distribución por Sarobe Ópera Estudio) y los siete temas incluidos en la edición argentina de “Luna de Avellaneda” (de difícil adquisición por estos lares).
Entrando en materia, los escasos diez minutos de “Sin Fin” muestran un Illarramendi bucólico y romántico. Sorprendentes muestras sinfónicas para un filme que pretende jugar sus bazas con las canciones interpretadas por sus protagonistas (entre ellos el cantante (sic) del grupo “El canto del loco”). Los cinco cortes que contiene la recopilación giran alrededor de dos temas principales: el primero de ellos de gran belleza entregado a la guitarra (“Encuentro en la Academia”) o adoptando formas elegíacas cuando se construye como tema de amor (“Abrazo bajo la lluvia”); mientras el segundo apela a formas mas solemnes al enfrentar frágilmente las trompas a las cuerdas (“La gran decisión”) otorgando carácter regio con la introducción de timbal y metales (“Despedida triunfal”).
“Luna de Avellaneda” expone hasta sus últimas consecuencias el cine de Juan José Campanella. Historia de deseos y anhelos alrededor de un club social que necesita convertirse en casino para subsistir y que supone traicionar los ideales de sus fundadores, evoca en Ángel la nostalgia hacia los tiempos pasados. Una melodía unívoca que el compositor guipuzcoano encasilla en espacios mínimos representados por el piano (“Cuando el amor vuelve”), el acordeón (“Muerte de Don Aquiles”) o la mandolina (“Quiero un perfume”). La falta de ideales en los jóvenes, confrontado a la abundancia de los mismos en unos mayores que muestran un profundo y sereno amor maduro convierten a “El hijo de la novia” en uno de los scores mas románticos y sentidos de Illarramendi. El toque Delerue emerge sobre unos protagonistas que sucumben al paso del tiempo (otra de las constantes del cine de Campanella), vistos de manera tierna y nostálgica (“Una visita a Norma”, “La decisión de Natalia”) no exentos de indudable melancolía (bello epitafio en “Norma y Rafael”).
Ópera de cámara encargada por Enrique Santiago para siete instrumentos y siete voces, “Zapatos de mujer” se convierte en obra experimental donde las frases se encadenan matemáticamente, acudiendo al xilófono y a una flauta tangencialmente minimalista. Mezcla de ópera, teatro y cine que supone una de las aproximaciones ajenas a la disciplina cinematográfica que ya ha transitado en numerosas ocasiones Illarramendi. La recopilación muestra también su trabajo para la suite sinfónica “Una historia reciente”, obra entregada a la naturaleza y que pasa por ser para muchos la partitura rechazada para “La lengua de las mariposas”. Un Illarramendi luminoso (“Un paseo entre flores”), de gran calidez, que tiende a mostrar una cierta violencia al plantear el sexo como una batalla (“Batalla sexual”), en una obra rodeada de pasajes épicos (“El reencuentro”) y marciales (“Una historia en fin”).
Una violencia implícita en “Yoyes”, filme político, valiente, que habla de la libertad de elección, del imposible abandono del terror cuando este se ha constituido como forma de vida. “Irati” es uno de los grandes temas de Illarramendi, donde aúna tristeza y homenaje. La edición muestra su narración contracorriente, una visión poética que potencia con una canción en euskera de indudable cariz dramático (“Zure barnean”) y un corte bucólico de forja vitalista (“Llegada a Paris”).
Pero Illarramendi es ante todo el compositor del amor y por ende del desamor. En “Tiempo de tormenta” explora las relaciones de pareja, la separación y el reencuentro, la difícil convivencia. Amores atormentados expuestos en una melodía de cuatro notas (“Bajo la tormenta”) que marca territorios sombríos. Cuando la tormenta afectiva pasa, las sombras dejan el terreno libre a la luz (“Los amantes”), a la vitalidad que todo lo cubre (geniales recursos narrativos, incluyendo uso de castañuelas en “Por fin llegó la primavera”). Por su parte “Lluvia en los zapatos” incide en la imposibilidad de la recuperación, en jugar con el tiempo, volver al punto en que todo era felicidad para un actor que cree que puede recuperar el amor como lo hace en la ficción. Illarramendi sabe que no es posible y por eso se muestra melancólico y trágico, arropando el desamparo de su triste protagonista (“Lluvia en los zapatos”).
Dos películas nos hablan de la muerte, de manera indirecta, y su repercusión en un mundo de inocencia. Revisitando la obra de Henry James “Otra vuelta de tuerca”, “El celo” el primer filme de Antonio Aloy, colaborador de Agustí Villalonga, nos habla de posesión y miedo, del mayor de los terrores, aquel que se confronta a la infancia. Sin duda la obra cumbre hasta ahora de Ángel, una fantástica fusión de drama y misterio de extrema belleza. La llegada de la institutriz a la isla es uno de los grandes momentos que Illarramendi ha entregado al cine, brillante y solemne, austero en la presentación del magnífico tema central a piano (“Postmortem”). Por momentos macabra y sombría, el epílogo alcanza momentos de gran fuerza mística con empleo de coros (“Salvar al inocente”).
La muerte de la madre sirve a un adolescente para emprender el difícil camino hacia la madurez, la etapa de las decisiones importantes, la elección, el extraño mundo de los mayores. “Hector” es un gran filme representado en esta edición por una extensa suite de 14 minutos donde Illarramendi subraya la acción desde un segundo plano. Pasajes limpios y serenos que se apoyan en la fragilidad del personaje. Un cine tortuoso y mortuorio, el de Gracia Querejeta, donde Ángel se mueve como pez en el agua. En “El último viaje de Robert Rylands”, el SIDA, la muerte, una confesión policial se convierten en un canto a la vida para un compositor que busca la contradicción con el trágico argumento (“Paseando por Oxford”), llegando a presentar como idílico y vitalista su certero tema central (“Final”). Algo mas confuso se muestra en su acercamiento a una estación, el verano, donde un joven se embarca a la búsqueda de respuestas que le ayuden a entender la extraña muerte años atrás de su vecino de urbanización. En “Una estación de paso”, Illarramendi acude a una pequeña formación para regalarnos temas sencillos y abiertos (“Travesía”) con predisposición por un estilo clásico y académico (“Final”).
Pero el compositor vasco también ha transitado terrenos de comedia y filmes infantiles. Sus participaciones dentro del género de la animación, “La isla del cangrejo” y “El rey de la granja”, muestran un compositor preocupado por la descripción, por el ajuste métrico. Trabajos efectistas que cumplen su cometido despojados del hálito romántico de su autor. Lamentablemente, “La isla del cangrejo” presenta dos composiciones etéreas que no indican el verdadero rumbo de la partitura, algo en lo que sí incide la muestra de “El rey de la granja”, con el que se divisa un compositor preocupado por ofrecer una visión mágica y aventurera (“La cabalgada”), descriptivo en su desenfrenado acercamiento al personaje central (“Kirik”) y donde el sorprendente uso de la guitarra eléctrica acompaña uno de los temas mas pegadizos de Illarramendi (“Elias el loco”). Trabajos menores junto a “Buen viaje, excelencia”, donde Ángel se muestra amable en su visión de los grotescos últimos años de vida de un dictador senil y en la intención de su entorno por mantenerle con vida para perpetuar su opulencia. Sin incidir en la comedia (salvo en “Franco y Hitler en Hendaya”), el compositor se mueve con agilidad pero sin pasión entre lo sombrío (“Delirios del pasado”) y lo trágico (“El sueño”), sin abandonar nunca la elegancia.
En resumen, un cita ineludible con todos aquellos que no conozcan el trabajo del compositor de Zarautz. Sin embargo para los que dispongan de toda la discografía editada anteriormente por el compositor, los diez minutos de “Sin Fin” no justifican la compra. Eso no es óbice para ensalzar la cuidada edición de JMB/Karonte y aprovechar estas líneas para alabar las magníficas notas del libreto escritas por nuestro compañero Gorka Cornejo.
|