Miguel Ángel Ordóñez
El escritor francés Gaston Leroux ha pasado a la historia como el autor de “El fantasma de la ópera”, sin embargo su no excesivamente extensa bibliografía alcanza su verdadero cenit dentro del género detectivesco con las pequeñas obras (publicadas por entregas en periódicos parisinos de primeros de siglo) dedicadas a su entrañable personaje Rouletabille, joven reportero detective, y su fotógrafo, camarada de aventuras, Sainclair. Como Holmes y Watson, la pareja se encarga de desentrañar los misterios mas inimaginables salidos de la pluma de Leroux, cuya primera novela, “El misterio del cuarto amarillo”, proponía cual vuelta de tuerca desenmascarar el intento de asesinato de una dama en una habitación sellada de acceso aparentemente imposible.
El director francés Bruno Podalydès y su hermano, el actor Denis Podalydès (encarna al personaje de Rouletabille), se han embarcado en la recuperación de las novelas detectivescas de Leroux, filmando las dos primeras entregas dedicadas al joven investigador. Un cine poético que recuerda tiempos pasados, lleno de aristas, mágico, poblado de bellas elipsis, narraciones elásticas y fuegos de artificio destinados a deslumbrar al público. Un cine mágico deudor de la comedia burlesca que se asienta en personajes que viven sus propios delirios mentales como forma de invitarnos a la reflexión, al sueño, a la importancia de los territorios interiores.
Philippe Sarde es el encargado de envolvernos musicalmente en este universo de onirismo, forjando una mirada al pasado que transita aires retros de suma elegancia, estilos a los que el paso del tiempo ha condenado al olvido. Alejado de grandes producciones, Sarde vive un retiro cuasi-voluntario del que regresa perezosamente de vez en cuando para hablarnos de historias mínimas, con su verbo intelectualizado y su clasicismo arrebatador, alejado de alharacas y convencionalismos. Así se entiende su escasa producción en estos últimos años donde ha transitado el miedo al aislamiento exterior de sus perdidos personajes durante el asedio de las tropas alemanas al París de la Segunda Guerra Mundial, con “Les egares” de Techiné recreando un mundo salvaje triste y afligido asentado sobre acordeón y maderas; la tragedia y sensualidad de resonancias árabes de “Colette, une femme libre”, miniserie televisiva que explora la libertad insolente, el impudor orgulloso de la gran poetisa francesa a los 50 años de su muerte; o la comedia semi-grotesca que Philippe envenena con su contrapunto sonoro, donde dos hermanas de mundos aparentemente ajenos, uno aburrido otro de opulento hervor social, descubren sus miserias en “Les soeurs fâchées”.
La cita de Sarde con este 2005 se llama “Le parfum de la dame en noir”, continuación de “Le mystere de la chambre jaune”. A pesar de encontrarse editada esta última en formato digipack por la casa francesa Crepuscule (TWI 1138), Universal France ha optado por incluir ambas partituras en esta edición, algo para nada baladí si tenemos en cuenta que ambas novelas de Leroux forman un todo indivisible, potenciado por la propia dirección de Podalydès, amén de la escasa duración de ambas. Universos emparentados de los que Sarde sustrae una idea generalizada de exotismo elegante, de íntimas miradas dirigidas al pasado, una música deliberadamente retro, belle-epoque que se sustenta en pequeñas formaciones orquestales de cuerda, viento y armónica de cristal, instrumento compuesto por una serie de discos de cristal afinados y que tiende a asociarse a elementos aislados en el subconsciente, como los delirios y traumas de los personajes de Podalydès.
En “Le mystere de la chambre jeune”, Sarde presenta a sus grotescos personajes bajo una aparente ola de misterio a la cuerda, bajo figuras obsesivas como el ostinato y un delicado aire minimalista. En esta primera incursión en el mundo de Leroux, la armónica de cristal retrata discretamente un mundo mágico, incidiendo contadas veces en el misterio. Dos son los temas principales sobre los que el compositor francés centra su mirada. El asociado a Rouletabille, a la investigación en sí, predispone al misterio y a la urgencia con el empleo de un cuarteto de cuerdas (“Le mystere de la chambre jeune”) que aporta cierto vitalismo y un descarado tono burlesco. El mismo tema regresará sobre efectos de sonido del propio filme en “Rouletabille en Amerique”. El otro tema descansa en la figura de Mathilde Stangerson, la muchacha encontrada en la habitación amarilla. Su melodía es indefinida, romántica y sombría. Expuesta con lírica elegancia en “Mathilde Stangerson”, se muestra delicada y vacía en “Le parfum de la dame en noir” (toque distintivo del personaje que reaparecerá en la siguiente novela de Leroux) con sus delicadas notas a piano y en el corolario de la trama, “….Ni-le jardin de son éclat”.
En una nueva vuelta de tuerca de Leroux, “Le parfum de la dame en noir” propone el más difícil todavía: mientras en la primera el irresoluble misterio descansaba en la falta de asesino, en su propia imposibilidad, esta segunda entrega elucubra sobre la imposibilidad del asesinado. Presentada fuera de concurso en la última Biennale, “Le parfum de la dame en noir” utiliza la intriga como pretexto. Rouletabille se esfuerza en explicar lo inexplicable mientras a su alrededor reina la más dulce e inverosímil de las locuras. Por ello, Sarde se muestra mas abierto, no solo en el uso de una formación mayor de músicos (que incluye la Pro Arte of London), sino en su mirada aún mas mágica y plausible al pasado. La armónica de cristal y las ondes martenot inciden en la posibilidad de lo imposible bajo acordes experimentales y disonantes (“L´attente sous le soleil”), mientras un exótico fandango de bocanadas orientales abre sus sentidos a la fascinación del espectador (“Magie sur scene”, “Ballmeyer le grand”), asociado al inevitable enemigo de Mathilde, el mago Ballmeyer. Los aires retros reaparecen en “Pause au fond de la mer”, tan elegantes y discretos como el vals que sirve de cierre a la edición (“Valse d´Edith”). El inevitable misterio, la urgencia que Sarde había ya asociado en “Le mystere de la chambre jeune” a la cuerda reaparece con mas fuerza en cortes como “L´attente sous le soleil” o “Les periscopes”, confrontados a la ingenuidad vocal de “Chanson d´Edith” y “Chanson du vieux Bob”. Una dimensión alegre e infantil que funciona como contrapunto a los pequeños delirios herméticos de este cuento musical que atrapa como lo haría el añejo poema del que se siente apasionado confeso.
|