Miguel Ángel Ordóñez
El ocaso del western en el punto de mira de directores mas preocupados por reflejar la nueva sociedad, mas liberal, de los 60. La defunción de un género que se revisita en forma de pastiche, desde un punto de vista cómico o desde posturas dilapidarias. Personajes vencidos, al borde de la extinción, viejas glorias que no son más que gastados héroes del pasado. En Italia nace una variante violenta y excesiva, falsa y descarnada llamada el spaghetti. No es por tanto extraño que un director de visiones muy ajenas al género, Sydney Pollack, se embarque en un proyecto que deja traslucir ciertos problemas de la época: en especial los interraciales, aún de cuerpo presente la desaparición de Martin Luther King.
Debido a la amistad del director con Burt Lancaster, forjada en sus inicios como ayudante de John Frankenheimer en filmes como “The Birdman of Alcatraz” o “The Train”, “The Scalphunters” suponía la primera realización que reunía a ambas personalidades tras la ayuda no acreditada de Pollack en la adaptación de “The Swimmer”, la película mas personal del actor. La historia de este atípico western que descansa en elementos de acción y comedia (anticipo de esa maravilla que es “The Ballad of Cable Hogue”) es bien sencilla. Joe Bass (Lancaster) es un trampero que ve como sus pieles le son arrebatadas por los indios a cambio de un esclavo negro, culto y resabiado (Ossie Davis en el papel de Joseph Lee). En su intento por recuperar las pieles se topa con una banda de cazadores de cabelleras, liderados por Telly Savalas, que se han apoderado definitivamente de ellas. Pollack centra en especial su atención en la relación que mantienen Joe y Lee como forma de superar los racismos imperantes en la América de los 60.
Western es sinónimo de Elmer Bernstein, el compositor que mejor ha sabido glosar el universo de praderas abiertas, amistades viriles y heroicas crepusculares durante una época, la de los 60, en la que acudió a su maestro Copland y a un particular uso de los ritmos sincopados que le convirtieron en el rey del género. Épico y marcial (“Los siete magníficos”, “Los 4 hijos de Katie Elder”….), dio muestras de gran solvencia cuando el género declinaba hacia posturas más cercanas a la comedia (“La batalla de las colinas del whisky”). Es en este subgénero donde se mueve “Camino de la venganza”. Lamentablemente, Bernstein no logra con esta obra reverdecer los laureles logrados con “The Hallellujah Trail”. Lo que en aquella era frescura, ingente capacidad melódica y variada aproximación temática, en “The Scalphunters” supone cierto descuido en la estructura de la narración musical, aburrida progresión de diálogos contrapuntistas que convierten a la obra en un híbrido que tiende más a los clisés cómicos que a los heroicos.
Sin embargo, Bernstein es capaz de ofrecernos muestras de su clase en un tema central deudor de su característico estilo. Un tema que sin rehuir de su componente humorístico introduce sus famosos ritmos sincopados de manera grácil y efervescente. Expuesto al banjo durante el “Prologue”, el score gira a su alrededor en una sucesión de variaciones que van desde la danza briosa (“Square dance for Loco Horses”) con recursos al metal y la percusión usuales en el compositor, hasta una exposición a modo de intermezzo (“Joe Bass and the Scalphunters”) o de satisfactoria conclusión con introducción de marimbas y ciertos pasajes improvisados al clarinete (“Moving on”). No faltan versiones que inciden en los elementos humorísticos partiendo de las siete notas básicas del tema (“Booze”) y que descansan en diálogos entre el banjo y el clarinete (“Horseplay”).
Precisamente, es en ese abuso del diálogo en notas graves, de la aplicación episódica de instrumentos, donde “The Scalphunters” muestra cierta desnudez, una tosquedad inhabitual en Bernstein. Cortes de acción fragmentados que abusan del silencio en su acercamiento a la tensión (“Chase Joe Bass”, “Howie´s death”), o del contrapunto con cierto aire deslavazado (“More tricks”) no contribuyen a una progresión en la escucha aislada del score. Sólo cuando el maestro da ciertas muestras de vigor (la breve marcha heroica para trompeta que emerge en “Forced March”) y emoción (momentos aislados de “Fast Talkin´ Man”) la partitura parece remontar el vuelo, para finalmente ahogarse en una cierta complacencia.
|