Ignacio Garrido
La escalada en la producción de scores a finales de cada año es algo ya habitual para los aficionados a la música de cine, hecho que se hace notar una vez más en esta temporada final del 2005 con el nombre propio de James Horner, autor que nos tiene acostumbrados últimamente a reservar todas sus composiciones para la misma y navideña (o pre-navideña según se mire) época. Ya metidos en harina no queda sino realizar el mismo proceso de análisis hacia este desconcertante compositor que el ya hecho en infinidad de veces con anterioridad al asimilar en un relativamente corto espacio de tiempo un buen puñado de trabajos suyos con desiguales resultados para cada uno de ellos.
Horner es un nombre tanto de probada eficacia audiovisual como de polémica mediática y expolio autoral salvaje (los rusos le pierden sobremanera). Incluso en los más flagrantes casos de timo compositivo y reciclaje (“Flightplan”), encontramos el sello personal inmediatamente identificable e inconfundible de un compositor que no se amedrenta a la hora de reutilizar una y otra vez su estilismo hasta alcanzar un paroxismo cercano ya a la broma grotesca, teniendo en cuenta que con dicha capacidad descriptiva logra un tapiz sonoro magistral para con las imágenes a acompañar, siendo este el único parámetro que el autor parece querer respetar ya en ciertos géneros cinematográficos. Si tenemos en cuenta que dicha línea divisoria es lo que finalmente delimita una correcta banda sonora en términos funcionales, no se puede decir que el compositor engañe a nadie pues en su planteamiento es mucho más honesto de lo que la mayoría de sus detractores quieren admitir (si su audición en el disco no te gusta; no te lo compres, nadie te obliga), pues realmente lo único achacable a su maniobra es el no acreditar las piezas en las que se inspira.
Si con “La leyenda del Zorro” consiguió superar su creación original en creatividad, fuerza y frescura basándose eso si en el material temático preexistente (al igual que “The Ring 2” o “Spiderman 2” son mejores partituras que las primeras, aun tomando de ellas toda la base melódica original), ahora con este tercer trabajo del año suyo que nos llega, sorprende descubrir a un Horner intimista y existencial, que en una valoración superficial podría tacharse de cercano al new age o al modernismo de Thomas Newman, pero que lejos de tomar por válida dicha referencia (quizás sea la magnífica “Salton Sea”, la única obra de Newman con la que guarde esta partitura puntos de conexión en intenciones y capacidad descriptiva) crea un universo sonoro propio aunque no ausente de elementos de origen conocido.
El score (con apenas 35 minutos de duración) viene precedido por cinco canciones contemporáneas que por una vez resultan de una calidad superior a la media, destacando la que abre el disco “Our House” de Phantom Planet, que parece sacada de la cabeza de Jon Brion, “Run” de Snow Patrol con melancólica cadencia y “Pure Morning” de Placebo con pegadizo ritmo y melodía y aunque sin ser elementos realmente interesantes para el aficionado cabe destacar que dichas canciones enmarcan ya de entrada los elementos modernos y el paisaje actual por el que los jóvenes protagonistas de moverán durante el film, pese a que lo que mejor plasme musicalmente la esencia caótica y onírica del mismo sea el score de un imaginativo James Horner que no puede pese a todo evitar (es de suponer debido el temp-track en esta ocasión) comenzar la partitura en “Spreading Happiness All Around” con un tema central que no es sino una elegante variación del tema central de Shostakovich para su Jazz Suite (al menos en esta ocasión no plagia directamente) acompañado de una celesta que aporta algo de ambiente mágico. Dicho corte se sucede con otro tema más original e inspirado para pizzicatos y saxofón en el divertido “Kidnapping the Wrong Charlie”.
Asimismo Horner comienza a introducir ambientes sintetizados y teclados (recordando su magnífico trabajo para “The Forgotten”) en “Dolphins”, que aportan una atmósfera irreal muy interesante. De nuevo el tema central aparecerá en “Pot Casserole” que casi parece asemejarse aquí a un extraño ballet surrealista en un pasaje que por referencias orquestales (que el compositor ya utilizó en “Casper”) podría ser lo que los americanos aglutinarían en un Danny Elfman meets Jazz Suite, una pieza muy sugestiva y muestra de que el compositor todavía es capaz de sorprender con los elementos más sencillos, algo que se corrobora por completo en el siguiente tema del CD, el mejor de la banda sonora y un momento musical fascinante en toda la carrera reciente de James Horner. “Digging Montage” es un extenso fragmento de siete minutos, un tema absorbente que se hace increíblemente corto, de sonoridad fascinante y etérea evolución, donde los sintetizadores crean una base ambiental cíclica y minimalista de intensidad creciente sustentada por teclados y extrañas percusiones. En este corte un motivo de cuatro notas se repite sin descanso ejecutándose al mismo tiempo sutiles variaciones de acompañamiento a piano hasta que se alcanza cierto climax seguido de un nuevo tema para teclado de imprecisa melodía que en su delicadeza y sobriedad recuerda al mejor Horner intimista (en especial a “Campo de sueños”, obra que evoca en más de una ocasión a lo largo del score). Sin duda un corte memorable que debería reconocerse como uno de los momentos más originales del autor en sus últimos años.
Tenemos también un anárquico pasaje para piano, guitarras eléctricas y percusiones modernas en “Parental Rift/The Chumscrubber” finalizado en una sosegante coda de cuerda sintetizada y otro atmosférico momento al uso, menos interesante y con los teclados típicos del último Horner (“A Beautiful Mind” o “House of Sand and Fog” de la que recuperara además parte de su orquestación en el siguiente tema) en “Not Fun Anymore”. No obstante enseguida se recupera la vena curiosa (quizás experimental sea exagerado) del autor retomando el tema que hacía su aparición en el segundo corte del score ahora con piano y mayor presencia en “A Confluence of Families”, el pasaje más extenso del disco con más de ocho minutos en los que el compositor parece perderse a mitad de camino en esa sucesión de acordes interminables de notas sostenidas que parecen querer configurar un crescendo incompleto y que tantas veces hemos escuchado en su obra reciente, pero que consigue retomar ejecutando la versión más festiva, irónica y decadente del tema central en sus minutos finales. Por último para el corte “The End” desarrolla plenamente el tema para pizzicatos mezclándolo con disonancias, ritmos modernos, de nuevo la celesta y un piano colorista que enriquece el sonido ecléctico y caótico conseguido a la perfección por la música como ilustración del mundo desquiciado, trágico-cómico e ilusorio de los personajes del film.
En suma una excelente banda sonora y nueva muestra del talento de un autor que lejos de estar obsoleto o agotado, sigue dando muestras intermitentes de vitalidad e ingenio (en los géneros y films que le interesan y motivan para ello) y pese a restársele enteros en la repetición de ciertos esquemas demasiado trillados aunque efectivos (pianos repetitivos, notas sostenidas sin solución de continuidad, tema central adaptado de Shostakovich en esta ocasión, aunque bien podía haber sido de cualquiera de los otros rusos tan del agrado de Horner como Prokofiev o Rachmaninov, autor del famoso motivo de cuatro notas tan popular de Horner), el conjunto con los elementos de interés citados sin duda merece una recomendación ampliamente positiva.
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