Ignacio Garrido
Sin duda el gran pistoletazo de salida del joven Brian Tyler hacia el mundillo de la música de cine, los aficionados, el coleccionismo discográfico y las malsanas filias que pueblan este universo (adoración sorda y ciega de falsos ídolos, completismo pirata de toda la filmografía de dichos autores, etc...) fue su magna creación para “Children of Dune”, miniserie de televisión basada en la segunda novela de la saga de ciencia ficción creada por Frank Herbert. Si bien es cierto que su predecesora musical televisiva para “Dune”, compuesta por Graeme Revell, se antoja ciertamente escasa en comparación con la inicialmente exultante propuesta de Tyler, tampoco el trabajo del compositor de “Escalofrío” debe tratarse con toda la condescendencia con la que se le ha presentado y ya es sin duda de sobra conocido, pues se trata de una de esas bandas sonoras que sin duda engañan en su primera audición, ya que sin dejar de ser un trabajo excelente no está exento de taras destacables que hacen descender bastante el desbordante nivel que parece presentar inicialmente.
La incontestable prueba de fuego para todo aficionado de nueva generación es descubrir, en trabajos como este, hasta que punto el compositor buscaba la creación de la banda sonora o la creación de un espectáculo de deleite auditivo a cualquier precio. Las nuevas hornadas de fanáticos de la música de cine sin duda abogarán por la defensa a capa y espada de obras como “Children of Dune” y autores como Tyler sin buscar más allá de sus narices la justificación ni la calidad de la composición. Los críticos puristas de la música de cine la pondrán de vuelta y media tratándola poco menos de un score “mediaventures” con aspiraciones, haciendo hincapié en el desprecio que una calificación como tal puede sobrevenirle a una banda sonora que debiera haberse abordado con el sistema sinfónico tradicional según que opiniones. Un servidor, se conforma con quedarse en amante de la música y con ello, valorar lo más justamente posible una banda sonora configurada con la idea de gustar en su audición, de resultar atractiva al oyente e incluso de crear aficionados (amén de acompañar impecablemente a las imágenes, algo que se le da por supuesto), lo cual no siempre es el mejor punto de partida a la hora de abordar una tarea tan compleja como debiera ser a veces la composición cinematográfica, más todavía tratándose el film, en este caso serie de televisión, una rica y compleja visión de un mundo tan fascinante como el descrito en la novela.
No debemos engañarnos, pues el cometido de “Children of Dune” era el de llegar al mayor número de oídos posibles y con ello lanzar la carrera de su autor, algo que impecablemente consiguió, pues poca gente conoce la serie, pero prácticamente todo aficionado que se precie tiene este CD, lo ha escuchado o al menos lo conoce (incluso llegó a ser líder de ventas en Amazon y agotarse temporalmente, lo que da idea de la proyección de la partitura a nivel comercial y popular). Ahora bien, musicalmente, ¿qué tenemos entre manos? ¿Qué se puede encontrar un aficionado a la música de cine que accidentalmente desconozca esta banda sonora y se plantee su adquisición?. Desde luego y según la opinión del que suscribe, ni esa obra maestra que muchos anunciaban a bombo y platillo, ni un trabajo carente de defectos. No obstante, sí tenemos en “Children of Dune” una obra muy estimulante si prescindimos de complejos tradicionales, un disco realmente recomendable para los que gusten del espectáculo sonoro y por supuesto un pieza esencial en la colección de toda esa nueva hornada de fanáticos a la música de cine (atención he dicho fanáticos, no amantes), pues debería distinguirse con claridad meridiana cuando la música nos atrapa con su magia provenga esta de la fuente que sea (John Powell y su vitalidad para “Endurance”, Howard Shore y el lirismo de “M. Butterfly” o Jerry Goldsmith y la épica de “The Blue Max”), o simplemente nos dejamos arrastrar por los fuegos de artificio, el cartón piedra de innumerables obras y autores mediocres que no pueden sino intentar emular a los grandes y quedar muy lejos de ellos, pese a conseguir engañar en el camino al fanático, al adorador de ídolos, al ignorante que no quiere conocer (no que no pueda, pues la música de cine es un océano abierto a todos y a todo, siendo lamentable y triste auto-restringirlo de forma tan cerril, obsesiva y compulsiva como se hace con estos nuevos autores como Tyler y la nueva música de cine que propugnan a su pesar o no) y que en su situación repudia todo esfuerzo mental por entender otras posturas, otras visiones que no sean de tan fácil calado y digeribles (y por lo tanto, igual de rápidamente olvidables) como la propia.
Aquí la cosa no se torna tan dramáticamente desesperada, algo que si ocurre en muchos otros lamentables trabajos de Tyler como “Godsend”, “Dakness Falls” o “The Final Cut”. Con esta banda sonora el compositor cumple ampliamente en su cometido de entretener, de crear el espectáculo tan desesperadamente ansiado por unos y tan ostensiblemente denostado por otros, pero va un poco más allá en el apartado dramático y con eso se gana justamente la puntuación adjudicada. Si bien en el estruendo y en el colorido de la paleta orquestal, Tyler repite y toma prestados esquemas bien trillados antes por autores como Hans Zimmer, Randy Edelman, o Lisa Gerrard, sin tapujos y sin problemas de adecuación a su supuesto (inexistente) estilo, a la hora de configurar el apartado lírico, desarrolla una sensibilidad y emotividad inusuales, fuera de toda crítica.
Tyler se queda muy lejos de ser un audaz orquestador, ni de apenas conjugar con originalidad alguna la variedad temática del score, incluso el tema central de “Children of Dune” (y esto es algo ya conocido por todos, lo sé), no deja de ser una sutil variación del tema principal del film “Deep Blue Sea” compuesto por Trevor Rabin años antes. Como base y sustentación del grueso del score, dicho tema aparece en innumerables ocasiones con variaciones en su orquestación y ritmo, en su intensidad e intenciones y Tyler juega con la baza de adaptar de Rabin un tema que en su sencilla construcción armónica radica toda su fuerza emocional; pues al ser tremendamente pegadizo y de intensidad creciente (recordemos que el “Aftermath” o tema central del film de tiburones de Renny Harbin, también se adaptaba con maestría a escenas de acción o drama como el fallido rescate en helicóptero o la grabación de la cinta de video), se puede introducir con facilidad en cualquier situación emocional y encajar su orquestación y sonoridad a las necesidades de la escena con elegancia. Pero Tyler sabe aprovechar mejor que Rabin la gran baza del tema al emplear todo el poderío de la gran orquesta sinfónica con la que cuenta, la estupenda Czech Republic bajo la batuta de Adam Klemens, consiguiendo emocionar con la grandilocuencia épica de las dos apariciones más espectaculares de dicho tema, en el arrollador comienzo del disco con “Summon the Worms” y en la definitiva versión del mismo, por su tremenda emoción en “The Jihad”; ambos cortes con soberbio acompañamiento rítmico y contrapuntístico a la melodía, enormemente crecida por unos tremendos metales.
Igualmente efectivo se presenta Tyler en las versiones más calmadas y contemplativas de dicho tema, pese a encontrar en muchas de las mismas el empleo de las inevitables y consabidas voces solistas que tanto gusta el compositor emplear en todo trabajo suyo que se precie en un momento u otro, se presten a ello o no. En este caso y por una vez, su uso esta totalmente justificado y cortes como “Dune Messiah” o muy en especial el hermoso y místico “The Ring of Paul” logran obrar la magia y dichos momentos se convierten en pasajes realmente emotivos. No obstante, pese a la grata audición que las múltiples apariciones del tema nos propicia, no se puede dejar de mencionar el hecho de que aparte de su procedencia, la orquestación de gran parte de ellas y de buena parte del conjunto del score proviene de una fuente tan bien definida como es “Gladiator” de Hans Zimmer (como demuestra “Battle of Naraj”), especialmente en el uso del duduk y la voz solista al estilo de Lisa Gerrard para los pasajes melódicos mencionados o la guitarra y las percusiones étnicas para muchos momentos rítmicos como “The Revolution” o “Trap the Worm”.
Asimismo existen otra serie de referencias claras en la partitura que denotan un evidente temp-track resuelto con solvencia por el compositor en esta ocasión, como son la base rítmica del "Bolero" de Ravel para el imponente corte “House Atreides” de fanfárrica y exultante factura, la imitación del falso sinfonismo de Randy Edelman en “The Arrival of Lady Jessica”, la ambientación rítmica de Trevor Jones en “Face Dancer” o de nuevo la específica sonoridad new age de Lisa Gerrard en el momento más comercial del disco, la canción “Inama Nushif”, interpretada por una formidable vocal que no puede ocultar la inspiración de dicho tema.
Teniendo pues todos estos elementos en el mismo saco, no queda sino la inclinación personal y el gusto por la atmósfera propuesta por Tyler para el conjunto de la obra, pese a su prácticamente nula aportación original, para decidir si la composición en toda la vertiente expuesta (espectáculo y melodía) nos convence o no. A partir de aquí la cosa cambia para la otra mitad de la partitura (extensamente representada en la edición discográfica de más de 77 minutos), pues si el 50% de la misma adolece de los defectos y virtudes mencionados, el resto volcado en el drama con chispazos de acción resulta mucho más sólido y convincente en planteamientos y originalidad.
Empezando con la acción, tenemos apenas un par de fragmentos plenamente desarrollados en la aparatosidad espectacular que el compositor ha demostrado manejar con solvencia en “Timeline”, a la que aquí se asemeja en el corte más trepidante “Rya Wolves”, pese a destacar también en “Fear is the Mind Killer” y “War Begins”, pero pronto se olvida de esta vertiente para centrarse en la intensidad dramática de la historia, elemento en el que un servidor cree, se encuentra el punto fuerte de Tyler en la composición.
El disco, claramente estructurado en dos bloques, nos ofrece en el primero formado por los dieciocho primeros cortes (exactamente la mitad del total) toda la acción, espectáculo y presentación de los distintos temas mencionados. El segundo se forma por los dieciocho restantes comenzando por el citado “The Ring of Paul”, hipnótico y sosegante pasaje que da paso a lo más interesante de esta banda sonora, un recorrido de inusual delicadeza a la hora de tratar la vertiente dramática musical de la trama en cortes como “Sins of the Mother”, que seguirán la línea general de melodía crepuscular y cuidada orquestación que, variando el tema central y la canción “Inama Nushif”, consiguen sin tantos alardes como en las versiones más rotundas de dichos temas, alcanzar mayor profundidad y sentimiento, algo que en “Reunited” o “The Golden Path” queda demostrado sobradamente. Cabe destacar en este apartado el corte “Sign of the Benne Gesserit” por su intensidad, y todo el desarrollo melódico final del score aglutinado en los cuatro últimos cortes del disco de una emotividad indudable.
Con estas ideas planteadas, no nos queda más que decidir la balanza hacia el éxito de la obra y corroborar una positiva recomendación, pero no sin hacer hincapié por última vez en los elementos mencionados sobre las fuentes de inspiración de la partitura, así como su escasa inventiva en elementos orquestales o melódicos, y no por ello perder la fuerza en su conjunto, aunque si desde luego gran parte del desmedido crédito que los seguidores y amantes de Tyler han derrochado de forma ferviente y exagerada hacia un trabajo destacable, pero no tanto.
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