David Serna
Cuando Maurice Jarre escribió, en 1984, la música original de “Top Secret!”, la segunda aventura de Jim Abrahams y los hermanos Zucker tras el gigantesco éxito de “Airplane!”, no tuvo más que seguir el camino dejado por Elmer Bernstein tanto en aquella parodia como en los disparates juveniles de John Landis o Ivan Reitman, donde el compositor de “The Magnificent Seven” elaboró bandas sonoras que, de modo consciente, apenas incidían en los aspectos cómicos de las películas y seguían la acción como hubiese sucedido en un argumento convencional, logrando un brillante contraste entre lo cómico de las imágenes y lo solemne de su música. Bernstein no inventó nada que no se hubiese hecho antes (John Morris, en 1974, consiguió el mismo efecto en “Young Frankenstein”), pero aquella nueva generación de directores supo encontrar en el estilo vibrante y enérgico del músico el complemente perfecto para sus dislates, lo que convirtió a Bernstein en el máximo referente de la nueva moda simplemente por el hecho de estar en el lugar preciso y en el momento oportuno (algo que, para desgracia suya, significaría el comienzo de sus peores años como compositor).
Jarre, en 1984, mantenía cierta estabilidad en la envergadura de sus proyectos de la que Bernstein carecía, pero es indudable que tampoco atravesaba su mejor momento. Los años de “Lawrence of Arabia”, “Doctor Zhivago” o “The Professionals” comenzaban a quedar muy atrás para un músico igualmente frustrado por la crisis de la industria en una época carente de guiones de interés y tristemente anclada en la revitalización de géneros y películas concretas; algo que, bien entrada la década de los 80, afectaba ya a demasiados compositores y convertía, posiblemente, al propio Bernstein en el talento más despreciado y desperdiciado del cine americano. Prácticamente obligado por los recortes presupuestarios de sus películas, Jarre comenzó a encontrar una salida en la utilización casi exclusiva de sintetizadores en las partituras, explorando inicialmente la idea en “The Year of Living Dangerously”, de 1982. Pero aunque el recurso resultara perfecto en algunos casos, como en “Dreamscape” o “The Mosquito Coast”, qué duda cabe que determinadas películas, como “Lion of the Desert” o “A Passage to India”, requerían la majestuosidad de grandes composiciones sinfónicas.
Los tres directores de “Top Secret!” pidieron a Jarre exactamente eso: una poderosa música orquestal que diese mayor empaque al disparate perpetrado y se tomara muy en serio la historia, como hiciese Bernstein en “Airplane!”. Tanto es así que Jarre repitió, incluso, el efecto de incorporar un esplendoroso tema de amor compuesto a la antigua usanza (presentado en “Love and Resistance”), que intercala para exagerar, aún más si cabe, el potente envoltorio musical del filme y engrandecer el romance de la pareja protagonista (en “Cedric”, “The Big Fight” y “Happy Ending”) hasta conseguir el efecto deseado: describirlo con tanta seriedad que acabe resultando deliberadamente ridículo. Y es que el argumento de la película, con una estrella americana del rock, Nick Rivers (Val Kilmer), que se enfrenta a los altos mandos de la Alemania del Este, no es para menos: Nick debe unirse a una hermosa joven, Hillary Flammond (Lucy Gutteridge), para encontrar al padre de ésta, un respetable científico, antes de que invente un arma mortal definitiva, la “Mina Polaris”. Ante tal planteamiento, es lógico que, cuanto más solemne se ponga Jarre, más irónica sea la relación entre lo que las imágenes ofrecen (hombres disfrazados de vaca para acceder a un campo de concentración, un alemán cayendo de una torre y rompiéndose como un jarrón, los dos enamorados imitando a la pareja de “The Blue Lagoon”…) y lo que la música supuestamente cuenta.
La típica música militar de Jarre, con abundante percusión y metales, inicia la partitura de manera triunfalista y heroica para introducir, segundos después, un motivo de seis notas que introduce la secuencia inicial en el tren y que reaparecerá, con sucesivas variaciones, subrayando el suspense de la historia (“Top Secret!”). Pero la escasa entidad de ese motivo y lo irregular de la música incidental ya dibujan el panorama de toda la composición: temas poco definidos y demasiado pomposos donde Jarre recarga excesivamente lo militar y se limita a seguir la acción revistiendo de importancia lo que, a todas luces, resulta vulgar y carece de verosimilitud. Entre que el músico se toma mucho más en serio la labor que Bernstein en “Airplane!” y que la base argumental es infinitamente más pobre, Jarre ilustra la película como si de un filme de animación se tratara, no exagerando al milímetro lo que sucede en la pantalla sino imponiendo un estilo musical (el de partituras como “The Night of the Generals”, “Topaz” o “La caduta degli dei”) demasiado rimbombante y ostentoso, que el impecable sonido de la Royal Philharmonic Orchestra no hace más que aumentar (a modo de ejemplo, los cortes “The Potato Farm Siege” o “The Big Fight”).
Así las cosas, Jarre únicamente se luce cuando recurre a una instrumentación más pequeña en temas más relajados, como el breve tango de aire afrancesado donde alterna el saxofón y el acordeón (“Tango of the Things Unsaid”), una hermosa pieza incidental de maderas y cuerdas en la línea melódica de “A Walk in the Clouds” o “Moon Over Parador” (“The Torch”) o incluso en el tema pop que compone entre la avalancha de canciones pop-rock presentes en la banda sonora (no así en la edición discográfica) y donde vuelve a utilizar el acordeón y el saxo acompañando a la batería, la trompeta o la guitarra eléctrica (“Pizza Rock”). De hecho, posiblemente “Top Secret!” sea la gran ocasión perdida de Jarre en la comedia, un género que apenas había tocado y en el que ahora, con las nuevas modas ochenteras, podía despuntar. No deja de resultar irónico que, para una comedia que hacía, el compositor la resuelva escribiendo música deliberadamente seria y aparatosa. Eso sí, qué duda cabe que su glorioso tema de amor le sirve en bandeja uno de los colofones musicales más espectaculares y arrolladores de su filmografía (“Happy Ending”), que Jarre incrusta, asimismo, sobre uno de los finales cinematográficos más surrealistas que puedan recordarse: aquel en el que Hillary, emulando a la Dorothy de “The Wizard of Oz”, se despide del último de sus compañeros, convertido en un espantapájaros, exclamando: “¡Y a ti, espantapájaros, te echaré de menos más que a ninguno!”.
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