Pablo Nieto
A Disney le encantan las historias de superación. Bueno, a Disney y al público en general, que es quien condiciona las decisiones empresariales a fin de cuenta. Lo que parece que cuesta más “superar” es el complejo del temp track, las decisiones artísticas gratuitas de los que desprecian el respeto por el “autor”, todo ello traducido en la consiguiente moda del despido precipitado (lo de injusto queda dentro de las “suposiciones”) del que no se adapta a sus dudosos y oscilantes criterios cinematográficos.
Tras ganar el Óscar por “Descubriendo Nunca Jamás”, parecía que la carrera de Jan A.P Kaczmarek terminaría por asentarse en los Estados Unidos. Qué mejor manera de aspirar a ello, que musicando una de esas historias sobre el gran sueño americano, sobre la utopía del éxito, ambientada en la America rural, con joven estrella en alza (Dakota Fanning) y gran estrella en declive en papel secundario de lujo (Kart Rusell). Bien, todo esto es “Dreamer”, todo esto, y un caballo de carreras llamado “Soñador” que con la confianza ciega de la niña y la sabiduría de su padre, hará que los sueños se conviertan en realidad.
Desgraciadamente, a Kaczmarek le cortaron su sueño al poco de finalizar la grabación del score. La maldición del Óscar continua. En su lugar, llamaron a uno de los compositores más inspirados y en forma de la actualidad: John Debney. Tras años de encasillamiento, partituras irrelevantes y perdida progresiva de estilo, parece que “La Pasión de Cristo” ha supuesto un punto de inflexión en la carrera del compositor californiano. Si John siempre se había caracterizado por una capacidad de trabajo encomiable, actualmente no sólo mantiene ese ritmo, sino que la calidad de su música se ha disparado. Este verano ya avisó con “Sin City”, y ahora con “Zathura”, “Chicken Little” y “Dreamer” parece confirmarlo.
La partitura de Debney para este último film se encuadra dentro del selecto club de bandas sonoras para “caballos”. Un club de enorme calidad, con joyas como “The Black Stallion Returns” (Delerue), “Black Beauty” (Elfman) e incluso “El Hombre que Susurraba a los Caballos” (Newman) entre otras.
Sin embargo, es aquí donde conviene retomar la idea que planteábamos al principio de esta reseña: los temp tracks. Y es que, aunque Debney, como gran orquestador que es, escribe un trabajo de gran riqueza melódica y sensibilidad americana, se ve en parte condicionado por trabajos previos de compositores como James Newton Howard ("Man on the Moon"), Randy Newman ("Seabiscuit"), James Horner ("Leyendas de Pasión"), Michael Kamen ("Robin Hood, el Príncipe de los Ladrones") y el anteriormente mencionado, Thomas Newman y su new-age de Montana “El Hombre que Susurraba a los Caballos”.
No es que las referencias sean muy descaradas o excesivamente evidentes, pero están ahí, y eso desgraciadamente le hace perder algo de personalidad, a un por otro lado ejemplar y muy disfrutable score.
Como no cabía esperar otra cosa, el trabajo gira en torno a un inspirado y evocador tema central, omnipresente en cada pasaje del disco. Casi más que los virtuosos solos de violín de Joshua Bell (estrella internacional de Sony, razón por la cual esta banda sonora ha sido editada por la compañía). Un tema, que a muchos les sonará al motivo central de “Cómo Dios” del propio Debney.
A lo largo de 24 cortes, y más de una hora de música, Debney se entrega por completo a la historia de Soñador. A veces con propuestas intimistas, “Manny´s Store”, “The Noble King”, “Cale Won´t Sell Soñador”, “Ben Asks Pop for Help” o “Smart and Beautiful” (con presentación del tema central mediante un solo de piano de Mike Lang); y otras con un sinfonismo desatado y emocionante, como “First Race”, “Runaway Horse”, “Training Montage” y por supuesto el momento cumbre de la película, “Last Race”, sin duda la mejor y más completa pieza de toda la partitura.
El aire folk de la música se acrecenta en cortes como “Testing Soñador´s Leg” o “New Owner Montage”, entre otros.
“Dreamer” es un score que ya hemos escuchado antes, esa es la pura verdad. Sin embargo, esa falta de originalidad no debe hacernos olvidar la verdadera función de la música de cine: ayudar a las imágenes. Si encima luego su escucha merece la pena, pues mejor que mejor.
Trabajos como estos ayudan a que nuevos aficionados se interesen por la música de cine. Ya habrá tiempo para que descubran que no es oro todo lo que reluce, y sobretodo para que desarrollen la morbosa manía de todo buen aficionado de buscar referencias de otras obras y compositores en cada segundo de cada nueva banda sonora.
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