José-Vidal Rodriguez
Aunque a algunos les parezca mentira, la carrera de Howard Shore ni empieza ni acaba con esa mastodóntica obra sinfónica que es la trilogía de ”El Señor de los Anillos”. Cierto es que las aventuras de Frodo y compañía fueron la excusa perfecta del aficionado ocasional para acercarse a un compositor no excesivamente prolífico y duro de escuchar en ocasiones. Pero basta echar la vista atrás en su filmografía para encontrar joyas musicales más minoritarias pero igualmente disfrutables, entre las que sin duda alguna se encuentra el trabajo que ahora nos ocupa.
Un Shore más conocido por los scores obsesivos y eclécticos escritos junto a su gran amigo David Cronenberg, fue la sorprendente elección para poner acordes en 1988 a esta espléndida fábula contemporánea sobre un Peter Pan a la inversa, dirigida con gran acierto por Penny Marshall. ”Big” narra la historia de Josh Baskin, un niño de 12 años que acomplejado por su aspecto, anhela ver crecer su cuerpo antes de que la naturaleza siga su curso normal. Así un buen día, gracias al azar y a la mágica intervención de una máquina de los deseos, logrará cumplir su sueño y despertar con su físico convertido en el de un Tom Hanks treinteañero, conservando eso sí la mentalidad del crío que sigue siendo en su interior. Las divertidas situaciones en las que se verá envuelto, unido a los nuevos sentimientos que experimentará por su apariencia adulta, son las bases argumentales de una de las mejores comedias juveniles rodadas en los 80, filme entrañable que sirvió a Hanks para remontar una carrera que por entonces marchaba cuesta abajo.
Sobre una trama basada en la ternura, la amistad y la nostalgia por la pérdida de la inocencia, pocos podían vaticinar que el mismo músico opresivo de “Scanners” o “La Mosca”, fuera capaz de desarrollar una partitura acorde con el sentimentalismo de la historia; algo así como si a John Barry se le encargara de buenas a primeras escribir música de terror. Pero para sorpresa de todos, el Shore áspero de antaño se transformó en un sucedáneo del mejor Georges Delerue y desbordando torrente melódico por los cuatro costados, llegó a componer la que hasta hoy sigue siendo una de sus grandes obras para la comedia.
Si una palabra define el score de “Big”, es sin duda la sensibilidad innata al mismo. Su música se mueve en todo momento entre una ternura que rehuye la sensiblería y una candidez que se aferra a la simplicidad; esto es, ni más ni menos que las sensaciones que el espectador percibe en la película. En este sentido, la comunión de la música con la historia es total, y en esta perfecta simbiosis radica precisamente el gran acierto del trabajo. Si a ello le unimos el ramillete de fragmentos melódicos que logran saltar de la pantalla y clavarse en el corazón del oyente, entenderá el lector el profundo apego que por esta banda sonora sentimos aún muchos aficionados. Unos pocos privilegiados tuvieron la posibilidad de adquirir el score en forma de flamante bootleg del sello Cimarron, que si bien condicionado por un irritante ruido de fondo, contaba con el inusual aliciente de incluir temas descartados del montaje. E igualmente, tan sólo unos privilegiados disfrutaron con la edición oficial de la obra, publicada a finales del 2002 por Varése Sarabande en su formato limitado Varése Club. Un auténtico despropósito, éste de limitar la tirada del disco, que por otra parte no ha de deslucir la espléndida labor de remasterización que llevó a cabo el sello.
El score se cimenta fundamentalmente en un conmovedor tema principal, del que Shore usará con profusión sus cinco primeras notas. Uno de los mejores compuestos por el autor, piedra angular del que llega a escribir multitud de versiones a lo largo del álbum. Aparece ya en el primer corte ”Opening”, arreglado sobre ritmos soul quizás menos atrayentes que las variaciones más clásicas desarrolladas en las pistas siguientes. Aparte de la batería y las guitarras que suenan en el tema, tendremos ocasión de comprobar los instrumentos típicos que presidirán inevitablemente un score intimista como éste: el piano y la sección de cuerdas, con puntuales intervenciones de las maderas.
Tras la música circense oída en “Calliope”, el corte ”Zoltar” incluye el leitmotiv asociado a la máquina de feria a la que Josh pide el deseo de convertirse en adulto. El mágico momento en el que su deseo es concedido, justifica que los acordes se vuelvan aquí más místicos y expectantes, con el hipnótico motivo de Zoltar ejecutado en espiral. Estilo que contrasta con el dinamismo del ”Waking Up”, la pieza que suena cuando Josh despierta al día siguiente y comprueba atónito su nuevo aspecto de adulto. Buscando explicaciones a tan asombroso fenómeno, Josh recuerda el deseo pedido en la feria y comprende que ha llegado a cumplirse, momento en que volverán a sonar las oníricas notas del tema de Zoltar.
Una novedad de esta edición de Varése es la inclusión del “Toy Store Walking Piano”, aquella inolvidable melodía interpretada a dúo por los pies de Tom Hanks y Robert Loggia en un curioso teclado de suelo. Si bien la pieza no es original de Shore (está basada en la canción “Heart and Soul” escrita por Hoagy Carmichael y Frank Loesser), su uso no deja de favorecer a la partitura, puesto que la melodía se convierte en un certero recurso optimista con el que enfatizar el nuevo mundo que se le abre a Josh, una nueva vida en la que no ha perdido ni un ápice de su ingenuidad e inocencia ni las ganas de divertirse como el crío que sigue siendo.
En esta nueva vida madura, el protagonista también descubrirá el amor en la persona de Susan (preciosa Elizabeth Perkins), una ejecutiva de la compañía de juguetes en la que empieza a trabajar como probador (quién no ha soñado con un empleo así a los 12 años). Los acordes del tema central también parecen amoldarse a la perfección como love theme, describiendo la relación que surgirá entre ambos en “Falling In Love” y la parte inicial del “Josh and Susan”.
En el ”Visiting Home” hallaremos el motivo escrito para uno de los momentos claves de la trama: un Tom Hanks solo y abrumado por los inconvenientes de la vida adulta, visita su hogar de antaño y recuerda los felices días pasados con su madre y su amigo Billy, momento en el que comprende al fin lo insólito de su situación y toma la decisión de recuperar por todos los medios su vida anterior, aún cuando ésto le suponga renunciar a su amor por Susan. La música en esta ocasión fue todo un reto para Shore, al llevar más que nunca el peso narrativo de las imágenes. No en vano, vemos cómo el canadiense escribió hasta tres versiones del mismo tema en aras de contentar a una Penny Marshall muy preocupada porque la escena no resultara ni excesivamente descriptiva (”Visiting Home (alternate)") ni demasiado dramática (”Visiting Home (alternate #2)”). Así las cosas, la pista 14 fue escogida como la emotiva melodía que finalmente se utilizó en la película, adaptación orquestal de una pieza escrita por David Pomeranz, de acordes que rozan el gospel y en la que los coros engrandecen el rango melódico en la justa medida que deseaba la directora.
Después de buscar por todas las ferias de Nueva York, Josh y Billy encuentran la máquina de los deseos con la que revertir el hechizo (“Finding Zoltar”). Ha llegado por tanto la hora de las despedidas, con Susan como protagonista. Suena entonces el tema que por sí solo justifica la compra del disco, el apoteósico “Goodbye and End Titles” que acompaña el emocionante epílogo del filme. Un corte en el que Shore reutiliza el tema principal con mayor fuerza melódica si cabe, gracias en gran parte a unos atinados arreglos de cuerda que “arropan” más que nunca al omnipresente piano. Por ese halo de dramatismo comedido, a más de uno se le pondrá un nudo en la garganta oyendo el corte, aunque eso sí, a partir del cuarto minuto de duración la música torna de nuevo en optimista con el reprise de temas con el que arrancan los títulos de crédito. De este modo, volveremos a escuchar la juguetona sintonía del “Heart and Soul” esta vez en forma de improvisaciones jazzisticas y de nuevo con el piano como protagonista. Como curiosidad, señalar que la sugerente versión rechazada de los “End Titles” resulta de acabado mucho más nostálgico que la montada finalmente en el filme.
Tan sencillo como emocionante, el presente trabajo se escribe con letras de oro en la filmografía de un Shore cuya fecunda obra corre el riesgo de quedar injustamente eclipsada por el impacto mediático de “El Señor de los Anillos”. Antes que eso suceda, todos aquellos que aún no conozcan el score de este "Big", no han de dudar ni por un momento en darle la oportunidad que se merece a la que sigue siendo una gran partitura de los 80.
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