Miguel Ángel Ordóñez
Tras cinco filmes donde la Fox explotó hasta la saciedad la involución de las especies en una Tierra futura dominada por los primates, el estudio se encontraba en la encrucijada de seguir explotando un producto que había dejado en sus arcas pingues beneficios y se había convertido en un fenómeno de masas. La escasa calidad y el mínimo presupuesto de sus dos últimas incursiones para la gran pantalla provocaban fijar la mirada hacia otro campo en el que seguir apostando por un proyecto de éxito garantizado. Sin embargo el desembarco televisivo de la franquicia fue un rotundo fracaso manteniéndose tan sólo durante tres meses en antena, desde el 13 de septiembre de 1974 al 20 de diciembre del mismo año. Varias fueron las causas que de raíz apagaron el mito creado alrededor del oscuro futuro de la humanidad, principalmente el escaso interés de la audiencia por el discurso pacifista y sombrío de connotaciones políticas que siempre había sido su marca de fábrica. El pueblo americano no deseaba que le siguieran recordando su fracaso en Vietnam, ni el posible desastre venidero por causa del conflicto indisoluble con una superpotencia que defendía lo que la sociedad americana se empeñaba en convertir en su cruzada personal: el comunismo. Se acabó el interés por observar impertérritos los aspectos de desolación y miedo que un mundo extraño, deudor de su tiempo, les obligaba a asumir ahora a través de las ondas catódicas.
Tampoco contribuyó un elenco de actores donde solo repetía Roddy McDowall, en su papel de primate sensible y amistoso, respecto al casting cinematográfico. En el apartado musical la espléndida contribución de Jerry Goldsmith (hablamos de la primera entrega de la serie) y Leonard Rosenman, este último ahondando en la exploración mas vanguardista iniciada por el californiano, debían marcar la continuación televisiva de la franquicia. Gran admirador del trabajo de Goldsmith, Lalo Schifrin fue el encargado de afrontar el reto de ofrecer su particular visión del paisaje desolador y peligroso de una Tierra primitiva traspasado el umbral del año 3000. Tres fueron los episodios en los que Schifrin participó, los iniciales de la serie, quedando el resto en manos de los músicos Richard La Salle y Earle Hagen.
Mientras el agresivo “Main Title”, al estilo del compuesto por Marius Constant para “The Twilight Zone”, pretende captar a la audiencia con su estilo urgente y con una instrumentación dura donde sobresale el empleo del sintetizador en base a propuestas avant-gardé, disonantes con un acercamiento brutal deudor de Rosenman y de sus pirámides al metal, la impronta goldsmithiana es el claro referente sobre el que Schifrin asienta sus tres intervenciones. Cortes como “Prison Guard” recuerdan al memorable “The Hunt”, “Jail Break” a las texturas de suspense introducidas por Goldsmith en la continuación “Escape From the Planet of the Apes”, y “Barlow”, “Riding for Urko” y “The Spaceship” capturan la agresividad de la primera entrega del mito.
Lo cierto es que la limitación presupuestaria en el uso de una orquesta reducida de músicos potenció la imaginación del maestro argentino a la hora de buscar su acercamiento al sentimiento de miedo y caos que ofrece la serie. El trombón, al que secundan el metal y la percusión, se convierte por arte de gracia en el instrumento sobre el que Schifrin decide descargar la agresividad y brutalidad de la obra de Boulle.
En el episodio “Escape From Tomorrow” Schifrin ofrece un desnudo paisaje apocalíptico donde urge la sensación de peligro, un futuro convertido en el mas primitivo de los pasados. La atonalidad domina cortes de cruda violencia como “Apes” donde enfrenta pizzicatos a la cuerda con staccatos al metal sobre un brutal empleo de la percusión, agresividad que frecuenta en “The Wrap” con insólito empleo del piano. La atonalidad se torna fría con predominio de amenazante cuerda en “Urko and Galen”, mientras lo trágico y dramático con tonos heroicos abre cierta puerta a la esperanza con la conclusión en “Your World”.
“The Gladiators” sin embargo centra en Schifrin un interés por lo marcial, por dos civilizaciones en guerra donde la percusión introduce caos en una aproximación tosca y primitiva. Cierta improvisación en el uso percusivo con “Jason” contrasta con los desnudos tambores de guerra en “Into the Arena” y los amenazadores ostinatos sobre efectos en la cuerda de “Human versus Apes”. Cortes donde predomina el caos, como en el dinámico y rítmico “Trouble”, estación de paso a la mayor de las desolaciones imperantes con una visión fría y unívoca de una realidad sin futuro (“A Beginning”).
En el episodio “The Good Seeds” Schifrin apuesta por el diálogo contrapuntístico, por el misterio y la desolación en el empleo de distantes maderas. Entre el dodecafonismo imperante en “Riding for Urko” y la disonancia ingenua y misteriosa de “Bonded Humans” Schifrin entreteje un mundo agresivo e insolidario (“Travel Without Stars”) repleto de tensión con una visión general funesta y trágica.
La inclusión de un episodio compuesto por Earle Hagen, “The Legacy”, sirve de ejemplo perfecto para observar el acercamiento de un compositor de convencionales propuestas que acaba por mostrar este universo claustrofóbico sin la atrevida mirada de Schifrin. Aún así su trabajo es interesante por la mezcla de introspección (“Virdon and the Kid”, “The Family”) y tensión (“The Soldiers”) en su aproximación al misterio, con centrado uso de maderas, a pesar de que demuestra cierta desnudez expositiva.
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