Miguel Ángel Ordóñez
Fruto de las humillaciones en su infancia, del encarcelamiento de su padre cuando el escritor contaba 12 años y de su temprana obligación por ganarse un sustento trabajando en una fábrica, Charles Dickens forjó a través de sus relatos una clara denuncia contra la miseria social de su tiempo, los albores de un siglo XVIII donde la desigualdad social alcanzó cotas alarmantes tras el advenimiento de la Revolución Industrial. El capitalismo vino a sustituir a un sistema de trueque imperante hasta entonces. La especialización, el abaratamiento de costes con la introducción de máquinas, la competencia, producen un efecto directo para el trabajador que ve como sus jornales se sitúan por debajo del nivel mínimo de subsistencia.
La pobreza y el engaño son las bases sobre las que Dickens construye una de sus novelas mas famosas, “Oliver Twist”. La historia del huérfano que huye del hospicio donde le maltratan y se enrola por engaño en una banda de ladronzuelos explotados por el malvado Fagin, ha sido llevada varias veces al cine con gran éxito, siendo sus mas recordados exponentes la magnífica adaptación de David Lean en los 40 y su óptima versión musical en los 60, bajo las órdenes de Carol Reed. El director polaco Roman Polanski nos aporta ahora su particular visión del relato en una nueva versión pendiente de estreno en nuestro país. Según palabras del propio director “con el afán de educar a mis hijos en un cine infantil inteligente que se aleje de las propuestas actuales”.
La fructífera relación mantenida a lo largo de sus tres últimos filmes con el compositor Wojciech Kilar (“La muerte y la doncella”, “La novena puerta”, “El pianista”) parece haber pasado a mejor vida, tras rechazar el director el trabajo que el compositor polaco realizó de la obra de Dickens. Polanski ha acudido a la compositora Rachel Portman como candidata adecuada para retratar un paisaje victoriano de pobreza, penurias y dificultades que son vencidas con el tesón, la fortuna y una visión optimista del destino: “si eres buena persona acabarás obteniendo resultados”. Demasiado optimismo si lo que debemos juzgar es el trabajo de Portman. Porque lamentablemente, su trabajo no está a la altura de las pretéritas obras de Kilar. No ya tanto por la discutible pero personal visión musical de una compositora adscrita al minimalismo de cuerdas y a un subrayado narrativo gentil y dulce en cada uno de sus proyectos (salvo excepciones como la hermética “Beloved” y la claustrofóbica “The Manchurian Candidate”), sino por la aparente vacuidad de emociones, por la alarmante falta de progresión que destila su trabajo para “Oliver Twist”.
Lo que en otras ocasiones ha servido, culpa en gran parte de una indudable inspiración en la construcción de motivos principales y secundarios (“The Legend of Bagger Vance”, “Only You”, “Emma”, “The Cider House Rules”), como excusa perfecta para retratar universos líricos donde fluye el amor, sociedades cerradas donde el romanticismo sirve de contrapunto rupturista, en esta ocasión demuestra las claras limitaciones de Portman para abordar historias donde el componente amoroso no centra la atención de la trama. Consciente de ello, la compositora no acude a melodías idílicas o a sobrecogedores retratos metafóricos donde los tonos mas luminosos de la orquesta se asocian al redescubrimiento vital, temáticas sobre las que su limitada paleta orquestal suele mostrar brío y complicidad, sino que enfrentada a una historia de contraluces donde el optimismo da paso a oscuros augurios, a retorcidos retratos de la supervivencia, su música parece naufragar entre acordes monocromáticos, aburridos pasajes ambientales donde el misterio se describe sin imaginación y suspendidas notas (da tiempo a contarlas en cada sucesión de acordes) que no acaban por progresar, estancadas en una intolerable complacencia.
Esta dura apreciación personal no tiene porqué entrar en conflicto contra las, también, subjetivas visiones que encuentren bondadosas virtudes en la partitura, tan evidentes que provocan en el aficionado el deseo de dejarse arrastrar por sus blandas propuestas. Nadie discute, la armoniosa capacidad para envolver al oyente que Rachel Portman sabe explotar como nadie, pero la sensación de artificio, de impostura emocional, transita durante gran parte de la audición, rozando la absoluta falta de talento en los pasajes mas oscuros del score.
Entrando de lleno en el examen de la partitura, tres son los temas básicos sobre los que centra su atención la compositora. El leitmotiv principal lo ocupa la figura de Oliver. Un tema optimista presentado en “Streets of London”, con una predefinida estructura en espiral. Acudiendo a figuras como el staccato y el ostinato, la cuerda y las trompetas soportan el peso del tema, una melodía que se estanca cuando debe progresar, simpática pero huérfana de componentes psicológicos. Salpicará muchos momentos del , haciéndose patente en cortes como “Oliver Runs Away” o en el mejor tema de la edición, “Newgate Prison” acompañando una nueva melodía en forma de elegía para cuerdas donde Portman provoca uno de los pocos momentos emocionantes de la escucha, coincidiendo con el final feliz, momentos en los que la compositora suele sacar lo mejor de su repertorio.
Frente a este, los otros dos motivos son oscuros y tensos. El tema asociado a Fagin muestra su taimada personalidad con un calculado empleo de nervioso cello y contrapunto al piano creando figuras tensas y repetitivas (“Fagin´s Lot”, “The Escape from Fagin”, “The Murder”). El malévolo Bill Sykes es presentado por el viento y el metal con trémolo de cuerda durante el corte “Watching Mr.Brownlow´s House”. Un motivo de cuatro notas insulso y plano que es acompañado por el clarinete en “Wanted Bill Sykes: A fierce dog”.
El resto del score transita elementos cómicos, descritos de manera convencional (“The Artful Dodger”) o peor, vacía (“The Game”) y supuestos momentos trágicos de pesado romanticismo y narración plana (“Oliver Learns the Hard Way”, la primera parte de “Fagin´s Loot”).
Polanski narra un viaje a la oscuridad sintiéndose afín a un personaje que al huir de las autoridades evoca su pasado al escapar a los 11 años de un ghetto en Varsovia, durante la ocupación nazi. Viaje sombrío que cuenta con una aproximación musical roma, unidireccional, redundante y pasiva. Resulta curioso ver como algunos denostan, a veces con justicia, la repetición esquemática de compositores como James Horner y Thomas Newman, valorando la limitadísima creatividad de una Rachel Portman incapaz de mostrar su capacidad alejada de filmes románticos e intimistas.
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