Miguel Ángel Ordóñez
Nadie ponía en duda que Alberto Iglesias acabaría dando el salto al mercado americano. El impacto del cine de Pedro Almodóvar en aquellos lares y la complejidad musical que el donostiarra dota a estos filmes inclasificables que hablan del amor y el desamor, le han convertido en un compositor dotado de un atractivo especial para el intimismo y el cine que transita el ámbito psicológico de personajes. Junto a Julio Medem ha definido un estilo cercano al romanticismo de la desolación, trabajos donde la cuerda es capaz de aportar texturas cálidas tanto como transformar las miradas de los personajes en gélidos cuchillos de la desazón.
Con el antecedente de “The Dancer Upstairs” (Pasos de baile), dirigida por el actor John Malkovich, el cine de trasfondo político no es nada nuevo en el currículum de Iglesias. De momento el salto a proyectos extranjeros llevan el sello de la coproducción. Si la película interpretada por Javier Bardem era hispano-americana, “El jardinero fiel” es sinónimo del acuerdo económico de las industrias británica y americana. Para esta adaptación de la obra de John Le Carre, el director brasileño de la magnífica “Ciudad de Dios”, Fernando Meirelles, incide de nuevo en los problemas de las clases mas desfavorecidas. En aquella, los huérfanos sociales de las favelas brasileñas, en “The Constant Gardener” los tejemanejes de la industria farmacéutica en la desolada África. Una película que huele a premios.
Como nos tiene acostumbrados, Alberto huye de las grandes orquestaciones, entregando a una orquesta de cuerdas y a un pequeño ensamble de instrumentos el evocador contenido de sus notas. De entre ellos destacan por su inhabitual presencia, el nyatiti (arpa keniata originaria del valle del Nilo), la kawala (instrumento egipcio similar al nai o flauta roja) y el roncoco (guitarra muy utilizada en los países andinos), con los que construye un score localista, sirviéndole para situar geográficamente la historia, aunque huye de la exhuberancia sonora común a los grandiosos paisajes de este vergel natural, centrándose en la reflexión, en la mirada que Ralph Fiennes (y por ende su alter ego tras la cámara, Meirelles) realiza a un entorno olvidado, oprimido.
Es por ello por lo que el score presenta una gran variedad temática, huyendo del leitmotiv al centrarse la mirada de Meirelles en el entorno, a pesar de esconder el filme una historia de amor que el espectador descubre al tiempo que el protagonista la narra, tras la temprana muerte de su esposa, aparentemente en actitud infiel, realmente fruto de una urdida trama política. Así con el corte que abre la grabación, “Tessa´s Death”, el oyente puede creer erróneamente que se enfrenta a una romántica partitura donde las cuerdas y la introducción de reiterados silencios llevan al score a texturas cercanas a la impronta morriconiana. Nada mas lejos de la realidad, puesto que el amor de Tessa (Rachel Weisz) vive sólo en el recuerdo de Justin (Ralph Fiennes), reapareciendo en el corte “Justin Returns to the House”, aunque sí marque los senderos melancólicos por los que transita gran parte de la partitura.
Así, la viola funciona como contrapunto emocional en rítmicos cortes donde afloran vestigios del exótico Continente (“Roadblock I”) o en temas de cargado acento dramático como la funesta “Funeral”. Lo festivo, desde vertientes arábigas, se hace presente con “Jorno Gets and HIV Test”, con incisivo empleo percusivo y mayor componente dramático durante “Landing in Sudan”. La dispersa variedad temática lleva a Iglesias a crear ciertas piezas deudoras de la libertad creativa del jazz, de su ejercicio improvisatorio (“Tessa in the Bath”, “Motorbike”), funcionando en su vertiente romántica con la intensa y emocionante “Justin´s Breakdown”.
El misterio, la trama política, queda reflejado en sobrios cortes donde bien el piano ejerce de interlocutor inquietante (“We´ll Both Be Dead By Christmas”, a la manera Shore para “The Game”), bien la tensa y rítmica cuerda queda enfrentada a percusión de raíz africana (“To Germany”, “To Loki”, “Raid”, aquí con magnífico empleo de coros masculinos). Ayub Ogada, contribuye con un par de canciones donde se mueve desde el rítmico empleo coral (“Dicholo”) al sutil y romántico subrayado del nyatiti (“Kothbiro”), antes de regalarnos su capacidad para generar tensión en el sorprendente “Roadblock II”, entre el sollozo y la protesta.
Iglesias logra con este “The Constant Gardener” un score lleno de matices donde cada instrumento adquiere su propia importancia, un auténtico ejercicio de estilo donde se distancia de otras aproximaciones recientes de cariz político (léase la vacía “The Interpreter” o la interesante “The Quiet American”), apostando por el drama de los mas desfavorecidos cuando otros acentúan la convencional tensión que rodea al personaje central de turno. Para ello, no hace más que acudir a la mirada de los desheredados, enfrentándose a la manida visión que de esos eventos tienen los países mas desarrollados, que en el fondo financian este tipo de películas. Miradas valientes las de Meirelles e Iglesias frente a un blanco intocable, el poder.
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