David Rubiales
Mientras consumíamos las últimas semanas del año 1997 una inesperada noticia sacudió a este pequeño mundillo de la banda sonora: a Patrick Doyle se le diagnosticaba leucemia. Uno de los mejores compositores contemporáneos podía ver truncada su vida por culpa de una maldita enfermedad de efectos devastadores. Profundamente entristecido, el mismo día en que tuve conocimiento de la noticia me dispuse a recorrer de nuevo varios de los pasajes musicales que había disfrutado en el pasado en lo que yo creía que era el mejor homenaje y la mayor muestra de apoyo que podía hacerle. Este ejercicio sin embargo me sirvió para descubrir que el verdadero origen de esa tristeza era de naturaleza más personal y estaba relacionada con la conexión emocional que une a todo admirador con el culpable de su admiración. Utilizando como material conductor sus obras, y siendo plenamente consciente de las intransferibles emociones que despiertan en mí, siempre he creído percibir la enorme carga personal que Patrick Doyle imprime a sus composiciones. Este raro, y por mí, apreciado atributo ha potenciado a lo largo de los años ese vínculo emocional entre el autor, su obra y el oyente.
Este argumento que en un principio puede parecer algo peregrino no carece de cierta lógica. Si en otros creadores y disciplinas artísticas los avatares de la vida tienen una notable repercusión en su devenir no debería ser de diferente manera para un compositor de música cinematográfica. Este pensamiento viene a reivindicar el determinante papel que para bien o para mal tiene en un creador su línea vital y sobretodo a cuestionar las maneras de una industria deshumanizada que convierte a los compositores en simples artesanos despersonalizados y desprovistos de emociones. Quizá esa buscada vacuidad sea uno de los principales lastres que impiden que la música cinematográfica posea la trascendencia que a todos nos gustaría.
En 1999 Doyle reaparecía totalmente recuperado con la partitura de la película Est-Ouest. La primera vez que escuché esta obra me emocioné profundamente; me pareció descubrir que en esas notas estaba volcada la esencia de su lucha interior contra la muerte. Sí, esas notas reflejaban la tragedia, la épica, la esperanza y el lirismo de la supervivencia; aún lo sigo pensando. Al igual que los personajes de la película, Doyle se enfrentaba a un negro vació armado únicamente con su instinto vital. Finalmente salió victorioso.
Diseccionando la obra podemos descubrir que la compleja instrumentación y el gran sentido sinfónico de esta partitura se convierten en una alegoría a la tradición musical eslava y en especial al “Grupo de los Cinco” y su revolución nacional con el empleo de las formas melódicas, armónicas y rítmicas. Doyle adapta esta influencia sin perder un ápice del particular tratamiento orquestal y coral al que nos tiene acostumbrados pero a la vez refuerza el concepto dominante introduciendo diversas canciones tradicionales de compositores como Vassily Agapkin, Anatoly Novkikov y Vassily Solovyov-Sedoï magistralmente interpretadas por el Coro de Oficiales del Ejército Ucraniano de Kiev. Como ya es tradición en Doyle el mismo se encarga de la letra y música del último corte “The Land” que rememora la emotividad y la calidad compositiva de temas como “Non Nobis, Domine” en Henry V o “The Dreame” en Sense and Sensibility empleando un tono ciertamente algo más operístico gracias a la intervención del barítono Anatoly Fokanov. Mención aparte merece la prodigiosa interpretación del piano solista de Emanuel Ax. La sensibilidad y la fortaleza que aporta a la obra refuerza el sentido dramático y eleva su concepto.
La complejidad, solemnidad y el enorme romanticismo de la obra de Doyle resultan desmedidos respecto a la poca talla de la película que en todo momento transmite un quiero y no puedo. Posiblemente el aparente poco entendimiento entre el director Régis Wargnier y el compositor para adecuar el tono de la música al de las imágenes sea el único punto negro de esta banda sonora. Eso si, como obra independiente Est-Ouest se convierte por méritos propios en una de las mejores bandas sonoras de los últimos años y en uno de los trabajos más sobresalientes de su autor.
|