José-Vidal Rodriguez
La sombra de Jerry Goldsmith es alargada. Un compositor de la talla del maestro tiene la cualidad de oscurecer a cualquier músico de calidad media al que se le compare, y esto es precisamente lo que ha sucedido siempre con su hijo Joel. Muchos quizás esperaban la continuación de ese genuino “estilo Goldsmith” en la persona de su primogénito, pero lo cierto es que aún cuando Joel tiene cualidades suficientes para convertirse en un buen compositor de cine, ni por asomo alcanza el nivel musical de su difunto padre. No en vano, ni el magnífico score para “Diamonds” o la acertada partitura de acción escrita para “Estación Lunar 44” han sido avales suficientes para que Joel Goldsmith cimente una sólida carrera cinematográfica. Sin embargo, sus trabajos para televisión sí que lo han confirmado como un autor cumplidor y polivalente, con obras destacadas como “Stargate SG-1”, “Helena de Troya” o “The New Untouchables” (soberbio main title el compuesto para esta última).
Es por ello que a la espera de encargos de mayor trascendencia, Goldsmith Jr. compagina su productiva carrera en TV con algún que otro filme de mayor o menor repercusión. Es el caso del trabajo que nos ocupa, ”Kull El Conquistador”. Planteada a priori como la tercera parte de la saga Conan (la productora Rafaella DeLaurentiis se halla tras el proyecto), la película narra la historia de Kull, un rey destronado que se embarca en un peligroso viaje para buscar el arma legendaria que le permitirá recobrar su corona. Destinada principalmente al público juvenil, la cinta ofrece la oportunidad al Hércules televisivo Kevin Sorbo de deleitar al público con sus expresiones e histrionismos propios de patio de colegio.
Pese a las referencias del comentado personaje de Conan, el acabado operístico de la partitura de Poledouris dista mucho de la hilaridad que desprende en último término la obra de Goldsmith. Y nos referimos a hilaridad no porque “Kull” no sea un trabajo sobrio y de calidad, sino porque la libertad creativa del autor se vio hasta tal punto cercenada por las directrices de la producción, que le obligaron a introducir recursos musicales anacrónicos ciertamente impensables en aquella obra de Poledouris. Tanto es así que Goldsmith, acabada la partitura, tuvo que improvisar unos arreglos de hard rock con los que paliar el excesivo acabado clásico del score, toda vez que la señorita DeLaurentiis buscaba un sonido de corte más vanguardista (situación casi idéntica a la sufrida recientemente por Brian Tyler en su “Constantine”).
De esta forma el empleo prominente de la guitarra eléctrica y la batería se erige en uno de los elementos más peculiares de la obra. Estos recursos, en principio anacrónicos ante al destacado esfuerzo sinfónico de Goldsmith y el enfoque pre-medieval de la historia, resultan (hasta cierto punto) comprensibles teniendo en cuenta la temática del filme, de trama y estética claramente orientadas a un público adolescente. Sin embargo, lejos de frivolizar con estos convencionalismos impuestos, el compositor elabora un discurso sobrio y elaborado en el que la fusión sinfónico-rock proporciona a la música una dimensión de entretenimiento puro y duro, no exenta de momentos brillantes; algo similar a lo que sucedía con el ”Lady Halcón” de Powell o el posterior score de John Debney para “El Rey Escorpión”. Es música trepidante, sumamente entretenida y favorecida por un respeto absoluto a las más elementales normas de composición del cine de aventuras.
Las guitarras eléctricas aparecen ya como fondo rítmico en el motivo contenido en el primer corte del álbum y asociado al personaje de Kull, un potente y retentivo tema a metales con predominio de la sección coral que nos da una perfecta idea de por qué derroteros se va a mover la banda sonora. No es un fragmento especialmente brilllante, pero cumple a la perfección con el rol de leitmotiv reconocible y directamente asimilado a la heroicidad del personaje central. Este tema de Kull aparecerá en la práctica totalidad del score, normalmente en forma de breves acotaciones fanfárricas que sumergen al espectador en la épica de la trama.
El “Kull´s Initiation” es uno de los cortes en donde más presente está aquella mezcla de orquesta y hard rock mencionada, con unos potentes riffs de guitarra que aquí no se limitan a acompañar como fondo rítmico, sino que cobran protagonismo absoluto por su agresiva fusión con la línea melódica. Agresividad que contrasta con la dulzura del tema que oiremos seguidamente, el “Card Reading”, en el que Goldsmith nos presenta el hermoso love theme de aparición inevitable en una partitura como la que nos ocupa. Su aparición en temas precedentes será continua, fusionándose por ejemplo con el motivo principal en el espléndido “Ride To Tetheli”.
Aunque el filme rezuma “serie B” por los cuatro costados, afortunadamente Goldsmith Jr. parece que contó con un presupuesto holgado, lo que le permitió grabar en Londres y contar con los servicios del orquestador habitual de David Arnold, Nicholas Dodd. Ello explicaría la razón por la que la aparatosidad del músico británico se percibe en varios momentos puntuales del disco; si a ello añadimos que fue precisamente Joel Goldsmith quién adaptó la partitura de “Stargate” para la serie de TV, resulta comprensible que temas como “The Arrival” o “Meeting Zereta” contengan pasajes musicales tributarios de aquella obra, así como las estridencias y sobreorquestación típicas del inglés. Es más, en lo concerniente a los temas de acción los arreglos de batería provocan que los fragmentos “Ship Brawl” y “Deep Freeze” recuerden siquiera vagamente a las rítmicas partituras de Arnold para la saga Bond. Por contra, el aspecto que más empareja esta obra con el "Conan" de Poledouris es el inteligente uso de los coros. Allí donde más épico pretende ser Goldsmith, es en donde introduce la sección coral con verdadero tino, agrandando el rango orquestal y creando una serie de matices que enriquecen sobremanera la melodía. Claro ejemplo de lo anterior lo encontramos en el “Rebirth of Aki” y el primer minuto del “Saving Zereta”.
Ante un destacado trabajo como éste, Varése nos regala un álbum de generosa duración, 50 minutos de trepidante música que una vez oídos, animan a pensar que el hijo del mítico Jerry podrá alguna vez librarse del estigma de su padre y demostrar de una vez por todas las cualidades que igualmente tiene para el cine. Lástima que esta recomendable partitura pasara desapercibida en su momento.
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