Miguel Ángel Ordóñez
La música cinematográfica japonesa tiende a occidentalizarse a marchas forzadas. Los colores orquestales, el abandono de instrumentos autóctonos suponen una apertura hacia posiciones mas centroeuropeas, pero siempre con una sentida mirada que emana del espíritu, una sensibilidad especial que acaba por diferenciarla. Con esta tendencia, lo cierto, es que la hasta ahora desconocida cinematografía nipona, y especialmente su campo musical, comienza a observarse como foco de grandes talentos que en estos tiempos que corren de comercialidad y clichés reiterativos, constituye un soplo de aire fresco necesario y loable. Gracias sin duda al éxito internacional de Joe Hisaishi, nombres como los de Taro Iwashiro, Akira Senju, Kenji Hawai o Shigeru Umebayashi no pasan desapercibidos entre los aficionados de medio mundo, que hace unos cuantos años sólo podían citar como ejemplos ilustres los nombres de Sakamoto, Sato, Ifukube o el gran Takemitsu.
Dentro de esta nueva ornada de compositores japoneses, el nombre de Michiru Oshima puede pasar muy desapercibido. Sin embargo, para el que les escribe, se trata de la mejor compositora actual, si se me permite una diferenciación por sexos. Con una preparación sinfónica sin igual, esta joven compositora goza de gran prestigio en su país gracias a la belleza que impregna a cada uno de sus trabajos. No pueden pasarse por alto esfuerzos tan encomiables, como la magnífica solemnidad de “Pride”, con una vitalista marcha de pompa y circunstancia, la emoción y soledad de “Paradise Lost”, su acercamiento al sonido clásico del cine americano de los 40 y 50 en “I Want My Grave!”, un estilo que revisita habitualmente, la solidez épica de la serie animada “Fullmetal Alchemist” (que acaba de llevarse al cine), la rotunda y magistral marcha de “Godzilla vs. Megagirus” o el bellísimo ejercicio de estilo en su acercamiento a la música china con “A Passionate Chinese Restaurant”.
“Kita no zeronen” (“Year One in the North") es la respuesta nipona al cine épico-naturalista de “The Last Samurai”. En una apuesta por el realismo de la que adolecía el blockbuster americano, la historia se centra en la aventura iniciada por un grupo de pioneros de la isla de Awaji en su conquista de la salvaje Hokkaido, en plena era Meiji. Las guerras civiles y las penurias en las que se ven envueltos los miembros del clan sirven al director Isao Yukisada para realizar un fiel retrato del indómito paraje y del sufrimiento y sacrificio de los desplazados.
Musicalmente, “Year One in the North” es una partitura impresionante. Con una inolvidable interpretación a cargo de la Moscow Internacional Symphony Orchestra, bajo la dirección de Konstantin Krimets (orquesta y conductor habituales de Oshima), el trabajo de la compositora se circunscribe al ámbito de la extrema belleza, de la epicidad, de la búsqueda de la verdadera emoción. Una obra de las que tocan la fibra sensible del oyente, esquematizada alrededor de un leitmotiv poderoso y fuertemente retentivo que engulle el resto de una partitura evocadora forjada sobre temas secundarios de gran belleza. Siendo la presentación épica del mismo algo plana y sencilla en el “Main title”, en base a una melodía de las que se silban con solo oírse una vez, barryniana en su repetición de notas in crescendo, la misma funciona como tema de amor en cortes donde la cuerda y el viento desgranan con emoción el tesón del clan por domesticar y hacer habitable un paisaje hostil (“The Decisión of Husband and Wife”, “The Hand That Knows Troubles”, “As Far as I Dream”), cerrando el score con empleo de bucólicos coros (“A Miracle to Hope”).
Sobre el mismo, Oshima cimienta temas de gran dulzura y belleza como “The Flower of Awaji”, que funciona como interludio operístico, “The Pleasures of a Happy Home” y “The Refugees of the Era”, éste melancólico y triste. Otro hermoso motivo rivaliza en romanticismo con los anteriores expuestos, al clarinete en “Dreams Come True” y con predominio de la cuerda en “A Heartrending Cry”. Existen momentos también para el intenso dramatismo (“Winter in the North”) y para la acción, como el claustrofóbico “The Attack of the Locusts” o el ceremonioso “Our Country”, donde la introducción de flautas étnicas suponen uno de los escasos momentos donde el score gira hacia el orientalismo.
“Year One in the North” solo puede conseguirse en tiendas especializadas en música nipona (Arksquare, CdJapan...), por un precio algo mayor a las ediciones convencionales que podemos encontrar en nuestro país. El esfuerzo merecerá la pena, no solo por conocer algo del trabajo de uno de los grandes exponentes de la actual música cinematográfica, sino porque el que la adquiera se enfrentará ante la mejor partitura de lo que va de año.
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