Miguel Ángel Ordóñez
El cine de Ventura Pons se encuentra ligado a los problemas del individuo moderno, una preocupación existencial que se extiende desde los conflictos en las relaciones humanas que propone “El porqué de las cosas” hacia preguntas sin respuesta sobre el desaliento y el paso del tiempo (“Actrices”), la incomunicación y la incapacidad de amar (“Caricies”), la herencia y la continuidad ante la llegada de la muerte (“Amic/Amat”), la búsqueda tardía del amor (“Anita no pierde el tren”) o al despertar profesional y sexual (“Food of love”), por poner unos ejemplos.
Como en “Anita no pierde el tren”, Pons se adentra en un texto de Lluís-Antón Baulenas para reflexionar sobre el amor enfermizo, la muerte (uno de los temas mas transitados por el director), la necesidad del otro, en una palabra la búsqueda del sentido de la vida, la ubicación frente a la desorientación. La crisis de los 30 en un joven que ha perdido el amor y al que la muerte de su mejor amigo le embarca a un viaje a Buenos Aires donde, a la búsqueda de su recuerdo, se encuentra consigo mismo. Para ello, el director acude a la cámara en mano para rodar un filme formalmente libre, focalizando el conflicto y la desorientación de su protagonista.
Desde hace doce años, la visión que desde el entorno individual muestra Pons ha sido potenciada y vitalizada musicalmente por la figura de Carles Cases. Una de las mas fructíferas relaciones músico-director de la cinematografía hispana, donde Cases ha podido experimentar con plásticas aproximaciones sobre el concepto del hombre en la sociedad moderna alejado de ejercicios constreñidos a la acción fílmica, hasta el punto de trabajar con una libertad creativa tal que sus composiciones son realizadas al tiempo de la película, buscando una adecuación intelectual que no temporal a la imagen.
Obras tan profundas y bellas como “Actrices”, “Amic/Amat”, “Morir o no” y “Food of love” son fruto de un elaborado proceso de camaleónica transfiguración en amante del jazz y de la música clásica, universos que Cases conoce a la perfección. En “Amor idiota” el idioma es puramente clásico, yo diría que irremediablemente romántico. Un amor enfermizo sobre el que Cases introduce la figura del ostinato, que convierte la partitura en un viaje hacia la locura del amor, como concepto esquemático puro, donde la cuerda (interpretada por el Moscow Virtuosi) aporta la calidez y el sentimiento, mientras el piano (al frente el inseparable compañero de viaje de Carles, Josep Lluís Perez), la trompa y la percusión ejercen de contrapunto realista necesario en cuanto que aleja la ficción.
La figura del ostinato se asocia al tema del amor, una melodía central obsesiva que emerge con sorprendentes efectos a la cuerda y con contrapunto de piano en “Amor idiota” y que se desarrolla en cortes, clasicistas (“Amor a Can Cases”), con toques experimentales en base a glissandos a la cuerda y staccatos al piano y la trompa (“Desesperanza”) o entre deliciosos pasajes oníricos y marchas funestas (“M.M.T.T”).
Frente al mismo, Cases entreteje una sucesión de temas de fuerte sabor nostálgico, como el bellísimo arranque de la trompa en “Banderoles”, que da paso a un delicado tema hiperromántico sustentando en la cuerda y el piano, el elegíaco “Pels amics” con su triste solo de violín, el delicado y sentido “Pere Lluc” con su intenso diálogo entre la cuerda y el piano o el maravilloso “Obstinat”, corte de larga duración que cierra la edición a caballo entre ambos mundos: el amor obsesivo y el encuentro definitivo de respuestas, moraleja de un calculado e irónico final feliz.
“Amor idiota” es un bellísimo trabajo que gracias al esfuerzo de Saimel, con Juan Ángel Sáiz a la cabeza, ve la luz en nuestro país a los meses del estreno del filme. Sería una lástima que no se le diera la atención que merece, mas aún en un terreno como la edición discográfica de este país, abonado a auténticos llaneros solitarios con ganas de perder dinero, pero con ansías por potenciar productos que merecen la pena que vean la luz, a pesar de los pesares.
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