Miguel Ángel Ordóñez
Steven Spielberg, el Rey Midas de la industria americana, tiene un nuevo vástago en las pantallas: “La Guerra de los Mundos”. En sus últimos filmes ha decidido girar hacia el cine de autor (no exento de ingredientes comerciales), reflejando una mayor tendencia hacia héroes enfrentados a reglas sociales que provocan su propia desubicación. Desde la magistral “A.I”, hasta las fecundas “Minority Report”, “Atrápame si puedes” y “La Terminal”, todas ellas muestran un Spielberg interesado en los conflictos individuo-sociedad con posturas que desembocan en el conflicto personal.
El hecho de que Spielberg lleve a la pantalla la historia de H.G.Wells, realizada un siglo antes y en un contexto determinado, dice mucho de la conexión del mundo presente con el existente a primeros del siglo XX. Los conflictos sociales, el terrorismo y la invasión de países (en aras de discutibles premisas económicas y de seguridad), ponen en evidencia los miedos de la actual sociedad americana inmersa en un colonialismo latente a principios del siglo XX. El auge de la Revolución Industrial en aquella y de la actual Revolución Científica llevan a una encrucijada donde el individuo, inmerso en una etapa de plena deshumanización, no es dueño de su destino.
Sin embargo, las fechas de estreno de este espectáculo de masas pomposo y desangelado, dejan a las claras que las preocupaciones iniciales de Spielberg acaban por dar primacía a un ejercicio pirotécnico de efectos especiales y a lo peor que esconde su cine: su apología de la familia y el patriotismo, valores acuñados y defendidos hasta la extenuación por los representantes más conservadores de la política americana. Es aquí donde surgen los peores episodios de un filme que cuando entra en el terreno de la acción demuestra la habilidad de un cineasta único para los movimientos corales y con cualidades infinitas en escenas intimistas donde expresa sentimientos en off, sin necesidad de recurrir a imágenes descriptivas, centrado en la sugerencia de lo que no se ve.
Habitual en el cine spielbergiano, John Williams realiza un trabajo aparentemente discreto, centrado en los miedos de unos personajes enfrentados a una civilización superior e invasora, donde predominan los momentos de acción y un ejercicio de suspense, adornado por la inevitable dosis de elegía a la cuerda, que acaba poniendo rostro a los muertos. Una lectura mas detenida del score permite, sin embargo, observar la indudable maestría del último de los grandes clásicos americanos vivos. A pesar de la ausencia de un leitmotiv de peso, el manejo orquestal, la elegante sucesión de vibrantes metales y de primitivas percusiones otorgan a este trabajo un nivel por encima de la media.
Bien es cierto, que existen sorprendentes diferencias entre la edición discográfica del score y su uso en el filme. Junto a la mutilación de muchos cortes incluidos en el disco, la no aparición de otros y la sustitución de unos temas concebidos para una escena concreta por otra, algo insólito en la relación Spielberg-Williams, la coherencia temática de la edición discográfica (que no temporal, pues los tracks no están ordenados cronológicamente) se impone a un empleo más anodino en la película. La desaparición de cortes como el elegíaco “Reaching the Country”, el agresivo “The Attack on the Car”, la sustitución del paternal “Ray and Rachel” incluido en la escena de la huida del hogar tras el accidente aéreo donde la batuta de la situación la lleva el otro hijo, Robbie; o el cambio de la gélida y atonal “Probing the Basement” por un tema de Frank Sinatra escuchado a través de los altavoces del campo de refugiados, no dejan de sorprender por la clara diferencia temática y de sentido introducida.
La edición se abre con “Prologue”, con texto narrado por Morgan Freeman, un corte tenso donde se expone la alegoría del filme, cientos de virus en una simple gota de agua frente a innumerables habitantes de ciudades colmenas, expuestos al ataque de una fuerza alienígena. Precisamente lo mejor de Williams queda expuesto en los cortes de acción dosificados a lo largo de la película. Todos resueltos con agresivo dinamismo al metal y la percusión y un empleo muy herrmanniano de la cuerda. Como ejemplos, “The Ferry Scene”, “The Attack on the Car”, “Escape from the City” y la magistral “The Intersection Scene” (donde la maquinaria alienígena sale a la superficie y comienza su agresivo ataque), son resueltos con indudable talento, llegando el último tema a homenajear sin descaro la stravinskiana "Consagración de la Primavera".
Acordes a la trompeta en “Refugee Status” recuerdan a “Nacido el 4 de Julio”, símbolo de un patriotismo militarista que emerge sin dudas en “The Return to Boston”, con mayor dinamismo. El corte más largo de la edición, “Escape from the Basket” supone un nuevo ejemplo del mayor desarrollo musical en la edición discográfica respecto de la cinta (en la escena no alcanza los tres minutos).
Es indudable que una vez confirmado un nuevo proyecto para este año, el referente a la masacre de los deportistas judíos durante los Juegos Olímpicos de Munich de 1972, ni Spielberg ni Williams se han sentido lo suficientemente atraídos como para hacer de “La Guerra de los Mundos” un proyecto personal. Un producto comercial de escaso interés (se sospecha que el montaje final no ha sido completamente supervisado por el cineasta) y un ejercicio sonoro admirable pero deslucido, a medio camino entre la novedad y los recursos oídos en otros trabajos del maestro.
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