José-Vidal Rodriguez
Cuando en 1982 Basil Poledouris recibió el encargo de componer la partitura de “Conan el Bárbaro”, pocos imaginaban que el por entonces semidesconocido músico escribiría una de las mejores scores del cine de aventuras reciente, referente sin duda para infinidad de trabajos venideros. Pero lo que nadie podía presagiar es que tras esa impresionante muestra de buen hacer musical, Poledouris se limitaría con los años, salvo honrosas excepciones, a vagar entre producciones de medio pelo de escasa calidad y repercusión, cuando lo más lógico hubiese sido encumbrarle en el merecido escalafón de músico de primer orden que merece.
Efectivamente, esta especie de ostracismo laboral en el que se haya sumido el autor, constituye una de las más injustas muestras de cómo un compositor puede llegar a ser ignorado por la industria hollywodiense hasta límites extremos. Muy similar a la situación actual que atraviesan otros magníficos autores como Bruce Broughton o Lee Holdridge, y que, como a ellos, le obliga a poner música a lo poco que pasa por sus manos, ya sean producciones televisivas, nefastos trabajos de Steven Seagal o cuando sus cineastas más incondicionales acuden a él (es el caso de John Milius, Simon Wincer y ocasionalmente Paul Verhoeven).
Por ello, resulta lógico encontrarnos entre la filmografía del autor obras tan olvidables como este “Making The Grade”, insulso filme enmarcado en esa corriente de teen movies o comedias de adolescentes de consumo fácil que tanto éxito cosecharan a mediados de los años 80. La película narra las desventuras de Eddie Keaton, alocado pandillero que a cambio de unos dólares se hace pasar por un adinerado estudiante matriculado en la selectiva y pomposa Academia Hoover. La cinta no sería ni mejor ni peor que otras muestras del género si no fuera por la intervención en la misma de Judd Nelson, un sucedáneo de actor cuya habilidad para la interpretación se haya localizada justo ahí en donde la espalda pierde su nombre.
Huelga decir que la música es lo más potable del filme. Si algo debe destacarse de la partitura es su corrección, su impecable factura teniendo en cuenta las escasísimas oportunidades en las que el score incidental hace acto de aparición (no en vano, dura tan solo 25 minutos). Aún así, no parecen virtudes suficientes para justificar una edición limitada de Varèse Sarabande, sello empecinado en practicar la técnica de las “limited editions” tantas veces denunciada desde esta web, y máxime en trabajos como el presente que ya tuvieron su correspondiente difusión íntegra en LP.
Partiendo del ambiente elitista de la Academia en la que se desarrolla la trama, Poledouris escribe un tema central de tintes barrocos (“Hoover Academy”), muestra inequívoca de solemnidad y regusto clásico, que funciona además como contraste a los motivos algo más rítmicos y desenfadados desarrollados en temas siguientes. Tanto el efecto de las maderas como el uso del clavicordio imprimen ese acabado tan barroco que a más de uno recordará en cierta forma al estilo Haendel y su “Música Acuática”.
Evitando de esta forma acudir al tópico del sintetizador, tan presente en las bandas sonoras de la época, consigue evocar la seriedad del entorno en el que Judd Nelson desplegará sus bufonadas.
No obstante, y pese a que durante el score suena algún retazo de música electrónica, es curioso comprobar el sinfonismo tan elegante con el que Poledouris resuelve la partitura, tratamiento que ya aplicara el maestro Elmer Bernstein en comedias de temática similar (“Desmadre a la Americana”, “El Pelotón Chiflado”...). Son en gran medida las canciones pop las que aportan el sonido típico de los 80, lo que permite a Poledouris planificar su trabajo como un ejercicio musical de acabado prácticamente clásico. Otro caso más en el que dudosa calidad del filme no es obstáculo para que el compositor se tome muy en serio su encargo y componga una obra tremendamente efectiva, si se quiere un tanto pretenciosa en ocasiones pero recomendable en su conjunto.
Sin abandonar este empaque clásico, también encontramos otros recursos musicales salpicando la partitura. En “Biff And Muffy”, el autor juega con ritmos jazzisticos al estilo del cine negro, para después regalarnos un agradable solo de violín con “Violins for Muffy” (eso si, interpretado con dudosa habilidad). Igualmente, en las escasas ocasiones en las que el autor fusiona orquesta con sintetizador, y los compases años 80 cobran preferencia, recuerda bastante a partituras coetáneas de otro de los grandes defenestrados por Hollywood, Bill Conti, que manejó con envidiable tino este estilo de composición. Ejemplo claro de lo anterior es el “Golf Chase”, cuya construcción rítmica y orquestación, con el saxofón y la batería por encima de la orquesta, comparte similitudes con el score de Conti para otra teen movie titulada “Gotcha!”.
Aparte del acierto en el leitmotiv central, hay dos pistas del compacto que ciertamente destacan sobre el resto. La marcha solemne del “Graduation” contiene en su parte final un arranque coral de tal fuerza y de concepción tan grandilocuente, que cuesta asociarlo a un filme de temática juvenil como el presente. Asimismo, el corte “Cary Grant”, en donde se desarrolla el tema de amor en toda su plenitud, constituye una muestra más del talento melódico al que nos tiene acostumbrados Poledouris incluso en sus obras menores. Sin duda alguna, el mejor corte del disco, una preciosa melodía con ciertas reminiscencias del love theme escrito para “El Lago Azul”.
Por contra, tanto el tema 12 como el 14 son ejemplos de esa inevitable costumbre de los años 70 y 80 por incluir en la edición del score versiones pop de los leitmotivs principales. Cortes absolutamente excluibles de la edición si no fuera por sus claras pretensiones comerciales, en los que los sintetizadores suenan más chirriantes que nunca y logran sonrojar hasta al fan más acérrimo del autor americano.
El disco incluye una pieza instrumental escrita por Michael Linn y Richard Kraft (éste último, hermano de Robert Kraft, aquél que trabajó codo a codo con Michael Kamen en “El Gran Halcón”), además de tres canciones compuestas por la desconocida pareja Larry Lee-Shandi Sinamon. Es de agradecer que se incluyan al final del compacto para no romper en exceso la coherencia del score.
Señalar por último que se trata de una de las pocas ocasiones en las que Poledouris rehusó dirigir él mismo la orquesta, delegando esta función en el músico italiano Francisco de Masi.
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