José-Vidal Rodriguez
Graeme Revell, ese compositor neozelandés que a principios de los 90 se convirtiera en una de las más firmes promesas del panorama musical de Hollywood, lleva unos años ciertamente irreconocible. El autor que nos sorprendió con el buen gusto de obras como “El Santo” o la épica vanguardista del score rechazado para “El Guerrero Nº 13” se haya actualmente en un bache creativo alarmante, aunque por fortuna para él no le falten encargos en los que trabajar.
Efectivamente, aun cuando nunca ha sido uno de los “grandes” del mundillo, Revell ha tenido sin embargo mejores épocas en las que combinaba scores correctos con obras realmente destacadas. Si a ello unimos la frecuencia con la que suele trabajar, la verdad es que nadie hubiera dudado hace unos años de la importancia que tendría este músico en el panorama del cine actual. Pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte, se haya anquilosado en un esquema de composición tan anodino y reiterativo que no hace sino colocarlo en el deshonroso escalafón de “músico del montón”, cuando muchos estamos convencidos de que aún hay talento detrás de esas formas musicales tan olvidables.
Es curioso comprobar la evolución (o mejor dicho, involución) de Graeme Revell a lo largo de los años: comienza su carrera cinematográfica con música electrónica, cuya muestra inequívoca es su primer score “Calma total”, para después hacerse un hueco en Hollywood y salir airoso de complejas obras orquestales (“La mano que mece la cuna”, “Street Fighter”). Con el tiempo, retorna al sintetizador sin dejar de lado el acompañamiento sinfónico (“El negociador”, “El Santo”), y finalmente, sin razón aparente alguna, vuelca ahora su creatividad en sonidos electrónicos con testimoniales intervenciones orquestales (“Dune”, “Tomb Raider”, “Pitch Black”). Es decir, la trayectoria de Revell se mueve desde un sinfonismo cuanto menos efectivo, planificado con habitual buen tino por su orquestador Tim Simonec, hacia una vuelta total a sus orígenes con el sintetizador, en una corriente mucho más previsible y efectista, pero con la que parece disfrutar el músico en la actualidad.
Ejemplo de este estilo menos sugerente es “Asalto al Distrito13”, remake de la película homónima de John Carpenter dirigida con oficio por el francés Jean-François Richet. El filme original de 1976, primera obra con cierta trascendencia del director newyorkino, contaba con un score compuesto con las limitaciones habituales por el propio cineasta, desde luego sin el acierto que más tarde lograría con el mítico tema central de “Halloween”. Comparando ambas versiones, lo que sorprende es que Revell, un autor con mayor formación musical que el Sr. Carpenter, escriba ahora una partitura de similar superficialidad a aquélla primera. ¿Órdenes de los productores, o simplemente falta de creatividad del autor?; o dicho de otro modo, ¿estamos ante la música justa que requería la película, o ante un compositor poco inspirado?.
No es solo que se trate de una banda sonora demasiado incidental y que por ello pierda interés fuera del filme, sino que aparenta en sí ser música de segunda fila; de ese tipo de partituras que tantas veces hemos oído en producciones televisivas de fin de semana y que dejan al oyente con la sensación de haber escuchado una obra totalmente insustancial. De hecho, comparte similitudes con las composiciones del autor para la serie “CSI: Miami”, esto es, sonido eminentemente urbano, con los toques new age a los que nos tiene acostumbrados, y en la que lo melódico cede ante una sucesión de ritmos sintetizados que poco tienen que ver con aquellos mucho más atrayentes usados en “El negociador”. La única diferencia con aquel trabajo televisivo, aparte de su concepción más dramática, es que Revell “ahorra” aquí samplers en favor de una mínima intervención de los metales y cuerdas de la Filarmónica de Praga, intentando dotar a su música de una envergadura de la que realmente carece.
El disco arranca y finaliza con una canción hip-hop interpretada por KRS-ONE y co-escrita por el propio Revell. En cuanto al score en sí, el primer tema comienza con las notas del piano secundado por cuerdas que va sugiriendo el leit motiv principal de la partitura, una reflexiva pero simplona melodía que al menos constituye un eficaz contrapunto respecto a los temas de acción que la preceden.
A partir de ahí: bien poco. Temática musical aburrida, golpes rítmicos a veces sin sentido, experimentos atonales duros de oir (“What´s My Line-Up?”).... Sin duda, lo más frustrante del álbum es el hecho de que escuchándolo al detalle, se perciben algunos pasajes musicales ciertamente sugerentes, que sin embargo se quedan a medio camino entre lo funcional y lo mediocre por su falta de desarrollo. Buena prueba de ello es el comentado tema central, utilizado por Revell en aquellos momentos más calmados del filme (“Complex Problems”) pero carente de la suficiente fuerza melódica como para tener un mayor peso específico en la partitura. Algo muy similar a lo que sucedía en el score de “Freddy Vs. Jason”.
Cortes como “Your Dog Is A Dirty Pig“ evidencian la obviedad de esquemas usados en los temas de acción, precisamente aquellos que deberían soportar y engrandecer la partitura dada la temática del filme. No son sino una sucesión de disonancias, stacattos y demás tópicos musicales cuya escucha aislada dejará helado hasta al oído más complaciente. Si a ello unimos que los metales de la orquesta checa siguen sonando sin frescura y que el tempo aplicado a dichos temas es verdaderamente cansino (“Masked Invaders”, “Rescue Capra”), comprenderemos la razón por la que la parte musical que debería ser más intensa, acaba por provocar bostezos en vez de sustentar la acción.
Así las cosas, resulta francamente complicado rescatar algún corte del album. Amén del tema 2 ya reseñado, quizás merezca la pena escuchar las ideas sugeridas en “Precinct Breach“ o sin duda la versión del leitmotiv central que suena en el último minuto del “Dubai Showdown”, cuya acertada fusión entre orquesta y ritmos pop recuerda, aquí sí, al buen hacer de “El negociador”.
Pocas virtudes y demasiados defectos que convierten esta obra, aun sin ser de lo peor que ha compuesto Revell (al menos supera ese despropósito llamado “Open Water”), en un ejercicio de simplicidad creativa suficiente para desaconsejar la compra del CD.
|