Miguel Ángel Ordóñez
Hablar de Diego Navarro hace un año, y menos aún dentro del panorama musical cinematográfico español, era cuanto menos entrar en el territorio del desconocimiento. No porque este compositor canario de 31 años hubiera ya hecho sus pinitos en un par de cortometrajes, dos documentales y algunos jingles radiofónicos, amén de componer una maravillosa suite sinfónica llamada “La Tercera Cruzada”, estrenada con la Orquesta Clásica de La Laguna en el año 2000, sino porque no ha sido hasta el año pasado cuando su nombre ha saltado a la palestra de la música de cine en España gracias a su composición para la obra que nos atañe, “Puerta del tiempo”.
Con sólida formación académica en el Conservatorio de Tenerife y en el Trinity College de Londres, Diego es un apasionado de la música sinfónica, de la cinematográfica y de la reivindicación de unos músicos españoles, que han sido denostados a la hora de elevar la composición de un pentagrama a la categoría de sonidos perceptibles en favor de grabaciones sinfónicas con orquestas del Este de Europa que pueblan el actual panorama musical cinematográfico español.
Provisto de una personalidad musical propia, es curioso que en "Puerta del tiempo" encontremos guiños a una generación de músicos de cine americanos que pueden decirse influyen de manera vital en la concepción musical de Navarro: llámense Goldsmith, Arnold o Elfman. Además, y raro es en un compositor español, no siente rubor al declararse ferviente admirador de Williams, Herrmann o de la escuela italiana capitaneada por Morricone o Bacalov.
"Puerta del tiempo" es un ejemplo de esfuerzo dentro del campo de la animación en España. Territorio poco fecundo, pero que empieza a captar el interés que merece por la industria de este país, cuenta con diseños de Mingote y dirección de Pedro Eugenio Delgado. Narra la historia de dos hermanos que inician un viaje en el tiempo que les lleva a recorrer España desde el Paleolítico hasta el s.XIX.
El tratamiento musical de Diego es profusamente sinfónico, con empleo de 70 músicos (todos ellos pertenecientes a la Orquesta Clásica de La Laguna y la Sinfónica de Tenerife) al que se suma un coro de 50 voces. Básicamente la partitura está compuesta para cuerda, viento-madera, viento-metal y percusión.
Lo más inspirado de este trabajo es el uso de la cuerda y el metal, presentes a lo largo del score, dándole un marcado carácter épico. De este modo, la obra se inicia con “Tema central”, leifmotiv de la partitura que nos descubre un compositor inspirado en el uso de una fanfarria poderosa, que se convierte en el mejor tema del disco. Espléndido corte que por su sola audición compensa la adquisición del mismo.
Dicho tema se encuentra presente a lo largo de la obra, con parecida tonalidad en “Cabalgando hacia Buitrago” y en sus magníficos “Créditos finales”, utilizando una versión más romántica y de mayor estilización en “El siglo XIX en el magnífico Café Imperial”.
El segundo tema en importancia es el asociado a Simeón. Aquí Navarro se muestra de nuevo muy inspirado al mostrar una composición tensa, evocadora, donde el suspense se abraza con la imaginación en la irrupción de unos espléndidos coros recitativos en cortes como “Primera invocación de Simeón” e “Invocación de Simeón en El Escorial”.
Otros temas requieren cierta atención. Así en “El laboratorio de D.Isidro y su Puerta del tiempo”, Diego realiza un esmerado pastiche animado en tempo allegro, sumamente descriptivo, mientras en “Paseando por Sol” desliza un divertido corte a ritmo de “chotis” y en “Camino del Escorial” asistimos a un interesante diálogo entre cuerda y viento. Su acercamiento a Elfman en el uso de los elementos percusivos se percibe en “Simeón es descubierto y huye”. Su “Suite de concierto” final, recoge los temas centrales en un perfecto cierre del disco.
En general nos encontramos ante un trabajo inspirado y con escasos antecedentes en el panorama español actual (especialmente en el uso de gran masa orquestal autóctona), si bien es cierto que quizás Diego abuse en determinados cortes de realizar un trabajo en exceso unitario, recurriendo a cierto barroquismo sonoro para reflejar las diversas épocas de un Madrid que bien hubiera merecido un tratamiento temático más diversificado.
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