David Rodríguez Cerdán
Hay algo de Howard Shore que resulta verdaderamente fascinante y que parece robustecerse con el paso del tiempo: su insobornable integridad como artista. El ejemplo más inmediato lo tenemos en la violenta disyunción que se da entre los argumentos de "La Comunidad del Anillo" y su coetánea "Spider", ésta última toda una exposición de los mecanismos que operan en la visceralidad del Shore cronenbergiano. Mientras que la primera se desenvuelve en un ámbito sinfónico, fundamentalmente tonal y operístico, en la segunda predominan ciertas abstracciones que convergen en una heteróclita composición atonal para orquesta de cámara y otras añadiduras de madera y metal. La misma gente que no duda en calificar de obra maestra "La Comunidad del Anillo" considerará que las metódicas laceraciones de "Spider" resultan poco menos que intolerables y difícilmente aceptables como discurso autónomo. Y es que Shore es maestro en cuestión de extremos, ahí se basa la ejemplaridad de su obra: en un momento es capaz de satisfacer las demandas populares con partituras hermosas, ágiles y accesibles (aunque inevitablemente shoreianas), y al punto componer un juego de sombras, una partitura tan poco susceptible de la aquiescencia melómana como "Spider" o "La Habitación del Pánico" que ahora nos ocupa; músicas de sutilezas, de inéditas maniobras orquestales y bien alejadas de las previsibles maneras de compositores abandonados a la repetición ad nauseam de gastados estereotipos.
Y es que el económico cromatismo que acompaña el viaje del Sr. Clegg nada tiene que ver con los diseños frondosos que Shore aplica a "La Habitación del Pánico". Porque el canadiense reinventa una vez más su lenguaje para acercarse a la oscuridad imperfecta y narcisista de este nuevo Fincher y aunque ciertos pasajes pueden ser contemplados como una resolución apresurada y acomodaticia de ciertas estrategias precedentes, Shore no se jacta de ellas. Aunque guarde similitudes con las intransigencias de "Seven" (1995), particularmente en la escritura para el registro grave de los metales, "La Habitación del Pánico" abunda en un diseño de percusión que poco o nada tiene que ver con discursos pasados, en tanto que aquí el motto de la composición implica cierta revisión de estilo (“Working Elevator” supone la quintaesencia del método) cuyo fin es producir un juego de claroscuros sonoros que sea correlato del efectismo fotográfico. En este sentido, los sintetizadores, maravillosamente integrados en el discurso, parecen surgir sólo cuando las evoluciones sinfónicas lo permiten, casi como si formaran el humus subterráneo de la escritura orquestal y sólo con la altura sonora les fuera concedido el permiso de alcanzar cierta trascendencia.
"La Habitación del Pánico" es una vía intermedia entre la opacidad de "Seven" o "Cop Land" y los reductos rítmicos de "El Cliente". Los timbres son variados y el concepto iconoclasta, pero Shore, cuando las maneras asfixian, sabe dar respiro al espectador con pasajes más complacientes, menos localistas. Aunque habrá algunos que claudiquen a la mitad del disco lo que está claro es que "El Señor de los Anillos" no existiría sin estas obras aparentemente discretas, pero redivivas y a la larga mucho más enjundiosas.
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