Miguel Ángel Ordóñez
Desde mediados los 60, Don Siegel y Lalo Schifrin firmaron una fructífera relación que se extendió a cinco películas. Sus estilos estaban abocados al encuentro. El cine pseudo-realista y desgarrado del director de Chicago encontraba su alter ego en la música revolucionaria de un compositor preocupado siempre por derribar las barreras de la obviedad. El cine de Siegel habla de personajes solitarios enfrentados a un entorno hostil, violento. La música de Schifrin se sitúa en esos terrenos aportando nuevas visiones a un género que ya había transitado de manera sorprendente en los 60, el cine policíaco donde Siegel era un maestro. La larga carrera de este (se inició en los 30 como montador y director de segunda unidad antes de su salto a la dirección durante los años 40), había mostrado obras tan comprometidas con el cambio como “La invasión de los ladrones de cuerpos”, “La jungla humana”, “Brigada homicida” o “Código del hampa” cuando decidió afrontar por tercera vez un proyecto en común con el maestro argentino: “Dirty Harry”.
No iba a ser un proyecto más. En éste, Siegel pretendía ir mas allá, dar una nueva vuelta de tuerca, mostrando la violencia como único arma al servicio del ciudadano (ejercida por uno de los garantes de su comunidad), frente al mal representado, en este caso, por uno de los primeros y mas temidos serial killers de la pantalla, Scorpio (Andy Robinson). El Inspector Harry Callaghan (Clint Eastwood) representa esa delgada línea que separa el bien del mal, el elemento de la justicia cuyos métodos se sitúan en la frontera de la ley. Ahora bien, ante su aparente falta de ética, una visión mas detenida del film muestra el componente social ligado al cine de los 70, puesto que, en una necesidad de expiar sus pecados, es presentado como un personaje solitario, abocado al sacrificio por el bien de la comunidad a costa de una vida mas personal.
El acercamiento musical de Schifrin es mas angustioso, mas descarnado y violento que en sus anteriores propuestas para el género, alejado por completo de sus ejercicios entregados al metal (“Bullit”) o al híbrido de mezclas de sensual jazz y complejo suspense que supone “Coogan´s Bluff”. En “Dirty Harry”, acaba por distanciarse del jazz, apostando por una estética cercana al acid-rock, que por entonces causa furor bajo la mano del mítico grupo Led Zeppelín. “Dirty Harry” tiene de revolucionario muestrario avant-gardé lo que de realidad y temporalidad tienen las propuestas musicales más populares de la época.
Schifrin convierte, en este “Harry el sucio”, al malvado Scorpio como el auténtico protagonista de la función. El tema asociado a Harry solo aparece en dos cortes frente al omnipresente tema del asesino a sangre fría. Con ello contribuye a hacer mas presente la locura desenfrenada del mismo, sus actos irracionales. En ningún momento insistirá el maestro en superponer ambas melodías, en forzar esa lucha del bien y el mal. De hecho en las confrontaciones cara a cara entre ambos, es el tema de Scorpio el que acaba imponiéndose, potenciando el elemento fantasmagórico, irreal del personaje y conectándolo a la búsqueda sin resultado que lleva a cabo Callaghan por las calles de San Francisco.
El tema de Scorpio aúna instrumentación moderna (guitarras eléctricas, baterías, efectos electrónicos), junto a un vanguardista empleo de los metales y la cuerda. El uso de la voz femenina (a cargo de Sally Stevens, que ya había colaborado con Schifrin en “The Fox”) conecta el personaje a la locura, a la falta de piedad de sus actos. El tema se presenta en el corte inicial, “The Swimming Pool”, teniendo una rendición completa en “Scorpio´s View”. Mientras los elementos de suspense se filtran junto al tema en “Liquor Store Holdup”, el estilo acid rock se adueña por completo de “The School Bus”. Frente a él, la melodía asociada a Harry es austera, simple, enfatizando la soledad del personaje (“Dawn Discovery”). Únicamente al final, este tema aparece mas melancólico, con suave empleo de cuerda, pero manteniendo sus constantes sobre el personaje (“End Titles”). A pesar de la muerte de Scorpio, la melodía no avanza hacia nuevas posiciones, sino que deja a las claras el papel de defensor de la sociedad del protagonista, un papel anónimo, sin recompensa.
El resto del trabajo bascula entre cortes vanguardistas donde Schifrin se preocupa por reflejar la fría personalidad del asesino (“Scorpio Takes the Bait”, “The Cross”, “The Stadium Grounds”) a golpes de atonalidad y varias piezas diegéticas que se mueven entre el soul (“No More Lies Girl”, con letra de su mujer, Donna), la balada juvenil y el jazz nocturno de “Red Light District” y “Off Duty” o el rock-pop sesentero de “The Strip Club”. Mención aparte merece la recordada melodía que acompaña los títulos de crédito iniciales. Un tema cercano al universo de jazz-funk tan asociado a Schifrin, que sirve para presentar al inspector y su búsqueda del crimen por las calles de la ciudad (“Main Title”).
Un trabajo donde el compositor se muestra certero y en estado de gracia a la hora de acompañar el estado emocional de unos protagonistas que juegan al ratón y al gato, mientras parece prestar menos atención tanto a personajes secundarios como a los daños colaterales de las acciones de ambos, sin duda porque Siegel pretendió en última instancia centrar sus esfuerzos en mostrar la violencia desde ambos lados de la sociedad, en detrimento de otras consideraciones.
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