Frederic Torres
La implicación personal de John Williams en el segundo “spin-off” perpetrado a partir de la saga principal de la serie cinematográfica de “Star Wars”, centrado en las aventuras del joven Han Solo, sin duda ha mediatizado el trabajo musical de John Powell, compositor elegido para este proyecto dirigido por Ron Howard que había suscitado grandes expectativas dada la popularidad del protagonista (logradas de un modo muy parcial puesto que Disney se está replanteando si seguir o no con este tipo de proyectos al margen de la continuidad principal de la serie). Y ello porque el compositor que ha estado al mando de la franquicia durante décadas no ha querido dejar huérfano de tema musical a uno de los más emblemáticos personajes de aquella después de haber generado “leiv-motivs” para la mayor parte de los protagonistas. De manera que Williams, con sus 86 años cumplidos e inmerso en la preparación del Episodio IX que concluirá la actual trilogía (y supondrá su despedida de los films que más fama le han otorgado a nivel popular), se ha encargado de presentar el tema (o mejor dicho, los temas, porque son dos) de este personaje tan querido de los fans con un fragmento musical, “The Adventures of Han Solo”, de unos cuatro minutos de duración (dirigido por el propio Williams al mando de la “L.A. Orchestra”) en el que, como ya ocurriera con el de Indiana Jones, Williams crea dos motivos diferentes sirviendo uno, el más épico y evocador, de introducción al siguiente, de características más dinámicas, tan perfectamente ensamblados que el respetable no logra distinguirlos, pero a los que les falta un punto de sazonamiento canallesco y pícaro, atributos identificables del aventurero y contrabandista Solo. Cabe reparar en ello porque afecta al enfoque del personaje, el cual después de todo, y a pesar de convertirse finalmente en un héroe cuando coincida más adelante en el tiempo cinematográfico con Luke y Leia, en esta época que refleja la película es (o debería ser), sobre todo, un pirata espacial, por lo que la propuesta de Williams, aunque resulta tremendamente efectiva, queda un tanto desprovista de personalidad (no así de brillantez).
Y resulta tan solo funcional porque Powell absorbe y se apropia de los nuevos temas para emplearlos a lo largo y ancho de la partitura con coherente insistencia a partir de un dinamismo exacerbado que en ocasiones se acerca peligrosamente a la saturación. Sobre todo en la grabación discográfica y en especial a lo que atañe a la primera mitad de la misma (“Meet Han”, “Corellia Chase”, “Spaceport”, “Flying with Chewie”, “Train Heist”, “Marauders Arrive”, que son todas las pistas que sucesivamente siguen a “The Adventures of Han Solo”, el fragmento citado debido a Williams que abre el disco compacto), en el que Powell despliega unos modos epatantes al recurrir de manera constante a los más furiosos “scherzos” de la cuerda y al uso (y abuso) del metal, rebozado todo de una percusión sintetizada que no oculta los orígenes zimmerianos del autor (apuntalados por Gavin Greenaway –habitual de la factoría Remote Control-, que dirige la London Works), mimetizando el estilo de Williams a conveniencia para otorgarle el puntito supuestamente “moderno” que andan buscando los productores, que así y todo no acaban de atreverse a abandonar el estilo impuesto por el autor original (como ya se pudo comprobar en el magnífico trabajo de Michael Giacchino para “Rogue One”, demasiado mediatizado por esas formas y maneras, seguramente forzadas por esos mismos productores). El caso es que Powell ofrece una obra en la que su personalidad está presente, sí, pero investida de una perspectiva simbionte, porque aquello que le inspira es la música de Williams y no solo en lo tocante a los temas de Han, pues hay múltiples referencias a otros tantos de la saga original a pesar que parezcan concebidos para una secuela de “Piratas del Caribe”. No es la única influencia de Powell, pues la paroxística “Into the Maw” exhibe unas pirámides de metal que ni el propio Goldenthal de “Batman Forever” superaría. Pero la realidad es que de ese cruce de personalidades musicales, es Powell el que acaba fagocitado y plegado a las continuas citas williamsianas, que alcanzan su cénit en “Reminiscence Therapy”, secuencia en que la aparición de un crucero imperial en el corredor de Kessel y la consiguiente persecución y batalla con los cazas TIE da lugar al empleo de multitud de motivos incidentales procedentes de la primera trilogía (algunos de ellos, simples guiños musicales sin ninguna función narrativa específica), como el tema del Imperio del primer film (el de 1977); la famosa fanfarria central (creada en principio para Luke Skywalker y que aquí no se sabe muy bien cuál es su función, como no sea la de recordar que estamos viendo una película de Star Wars); el tema dedicado a los ataques de los cruceros imperiales (en esta secuencia y a lo largo de la partitura, extrañamente asociado al Halcón Milenario); el del campo de asteroides (perteneciente a “El Imperio Contraataca”); el del ataque de los cazas TIE al Halcón Milenario, que ascendió a Luke a la primera división de pilotos de combate en el film primigenio, que el propio Williams ha vuelto a recuperar para el Episodio VIII, “Los Últimos Jedi”, y que aquí sirve a los mismo propósitos, solo que con Beckett (Woody Harrelson) de protagonista.
Y ello a pesar de los temas de Powell, que suenan de un modo más notorio y protagónico en la película que en el disco (aunque desde luego, estén presentes en la grabación, efectuada en los famosos estudios londinenses de Abbey Road), como es el caso del tema de amor de Han (Alden Ehrenreich) y Qi´ra (Emilia Clarke), que hace su primera aparición discográfica en el inicio de “Train Heist”, antes del asalto al tren imperial para apoderarse del valioso coaxium (el petróleo de la galaxia), y se prolonga en “Lando´s Closet” y “The Good Guy” (título que remite a la estimación en la que Qi´ra mantiene a su enamorado de juventud), provisto de una impronta que recoge influencias del más lírico Barry y exhibe una voluntad dramática digna del mismo Puccini, y que alcanza su máxima expresión en el solo de piano que se escucha en “Testing Allegiance”. Asimismo, en esa misma secuencia del asalto, Powell introduce su segundo tema, “Marauders Arrive”, interpretado por coros (los “Ethnic Bulgarian Choir -Vanya Moneva-” y los “Sofia Session Choir”), que está dedicado a los “piratas” que comanda Enfys Nest (Erin Kellyman), con posterioridad revelados antes víctimas que agresores (como se aprecia en “Break Out”). En realidad, los verdaderos piratas son el grupo conformado por el citado Beckett, su inseparable compañera Val (Thandie Newton), el propio Han y Chewbacca (Joonas Suotamo), a los que se les une posteriormente Lando Calrissian (Donald Glover) y L-3 (la robot femenina que trae de cabeza –y corazón- a Lando) en su temeraria incursión por el corredor de Kessel (“Mine Mission”), resuelta con una brillante idea “in extremis” (“Into the Maw”) para escapar de la vorágine de una especie de agujero negro que atrapa y destruye cualquier tipo de objeto, cosa o monstruo que se acerque a su poderoso campo gravitacional.
Aunque falta música del film en el disco, como la que ilustra la relación apenas esbozada de Qi´ra con un conocido Lord Sith, que abre interrogantes de cara a futuras continuaciones (lo que escatima discográficamente la cita musical de uno de los temas más recordados de la trilogía perteneciente a las precuelas, el famoso “Duel of the Fates”), el inevitable duelo final entre Beckett y Han (resuelto al más puro estilo del “western” clásico) resulta intensamente lírico (“Good Thing You Were Listening”), dada la incipiente amistad y respeto entre los dos jugadores de ventaja. Es un final que concluye con el canónico vuelo del Halcón Milenario dirigiéndose hacia el horizonte antes de que la fanfarria principal de Star Wars intervenga para apuntalar la pertenencia del film (por mucho “spin-off” que sea) al tronco central de la franquicia, al que a continuación siguen los diversos temas de Williams y Powell en un montaje musical que conforma unos “End Credits” ausentes del disco. La nota exótica la introduce “Chicken in the Pot”, una canción que sirve para dar color a la entrada al casino y residencia del malvado traficante Dryden Vos (Paul Bettany), en la que Han y Qi´ra vuelven a reencontrarse después de su dramática separación en Corellia, durante las primeras secuencias de la película. Es una nota diegética intrascendente y simpática, pero muy alejada del rango alcanzado por la “Cantina Band” de Tattooine. En definitiva, una proteica intervención de Powell en el mundo de Star Wars (con la asistencia de un equipo de arregladores y autores de música adicional, como Batu Sener, Anthony Willis y Paul Mounsey, además de media docena más de orquestadores), que cuenta con el añadido de la intervención personal de Williams (lo que añade un sustancioso atractivo al proyecto), que contentará a unos, los más recientes aficionados al mundo de la música de cine que han crecido con Powell al ritmo y calor de algunas de sus más conseguidas obras en el terreno de los dibujos animados (“Chicken Run”, “La Edad de Hielo”, “Kung Fu Panda”, “Happy Feet”, “Rio”, “Bolt” y, sobre todo, “Cómo Entrenar a tu Dragón”) y películas de acción (la saga “Bourne”, “Mr. and Mrs. Smith”, United 93”), pero dejará algo contrito al resto, más acostumbrado a un estilo sinfónico elegante y de menores aspavientos, aunque igual de vibrante, como el practicado en las últimas décadas por compositores de primer nivel, llámense Jerry Goldsmith, James Horner, Michael Giacchino y, por supuesto, Williams. No queda más remedio que elegir bando.
24-junio-2018
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