Frederic Torres
La construcción cinemática del denominado “Universo Marvel” se ha ido cimentando a lo largo de toda una década desde que se presentara en las pantallas “Iron Man”, en el año 2009, de la mano de Jon Favreau, y a través de diversas fases (de momento, tres) que han ido culminando tras las respectivas presentaciones fílmicas en solitario de los protagonistas (y sus correspondientes secuelas) en las sucesivas entregas de “Los Vengadores”, el título en el que se ha hecho converger a la mayor parte de los superhéroes conocidos de la productora. En esta ocasión, Marvel se ha planteado un proyecto de una envergadura desconocida hasta el momento, puesto que en su enfrentamiento con Thanos, el calificado como Titán Loco, ha reunido a casi todos sus héroes (disfrazados o no) para luchar contra esta amenaza de dimensiones cósmicas, lo que ha dotado a la primera parte de los dos films previstos de un protagonismo coral que no consigue evitar cierta dispersión de la acción (con evidentes desequilibrios que acaban por pasar factura), y con el riesgo (no excesivo, a juzgar por las taquillas conseguidas en sus películas anteriores) que presupone el disponer anticipadamente por parte del espectador de una información actualizada sobre los protagonistas. Así, se trate del carácter chistoso de Los Guardianes de la Galaxia, la fanfarronería de Thor, el estiramiento del hierático Doctor Strange, el desencanto actual del Capitán América/Steve Rogers, la mayestática grandeza y generosidad de Pantera Negra, el contradictorio y rebelde espíritu adolescente de Spider-man/Peter Parker, o la contrastada veteranía y experiencia de Iron Man/Tony Stark, por citar solo algunos, sin ese conocimiento previo de los personajes por parte del público, este puede quedar en fuera de juego durante la mayor parte de las interacciones entre ellos. A lo que cabe adicionar la pirotecnia desplegada a lo largo del extenso metraje (más de dos horas y media) por la cohorte de aliados enviados por Thanos, unos “feotes” sin nombre pero con poderes de todo tipo y condición, quienes por parejas se enfrentan a diversos súpers divididos a su vez en pequeños grupos hasta la decisiva lucha final en campo abierto, con la intervención personal del propio Thanos, en una conclusión forzosamente épica a la que el espectador llega exhausto después de haber asistido a la multitud de combates que ha supuesto la obtención de la media docena de gemas que requiere el denominado “Guantelete del Infinito”, pretendidas por Thanos para sus propósitos genocidas.
La combinación del dramatismo que este galáctico argumento pretende (con reiterados sacrificios personales, y no solo de parte de los representantes superheroicos), con algunos chistes (más o menos afortunados) marca de la casa que intentan dosificar la trascendencia del peligro que entrañan Thanos y sus (anónimos) aliados, y la despiadada “lógica” argumentativa para llevar a cabo esos propósitos, se da de bruces con el carácter que los hermanos Russo quieren imprimir al film, banalizando a personajes tan emblemáticos como Spider-man (que parece un fantoche similar al Flash de “La Liga de la Justicia”) o Hulk, cuyo protagonismo se desdibuja por completo tras un primer enfrentamiento que presagiaba una revancha de proporciones colosales que nunca llega a producirse y que deja al científico Bruce Banner (Mark Ruffalo) en una posición francamente extraña a lo largo de todo el metraje. La saturación provocada por la abundancia de trajes inteligentes (con esas inverosímiles máscaras que cubren el rostro con un simple pensamiento) y la preeminencia de los efectos CGI generados por ordenador, cada vez más perfectos, pero a los que todavía les falta un punto de hervor para alcanzar el punto de expresión requerido, y de los que Thanos es su máximo exponente (con una galería de gestos mil veces vistos en los protagonistas de videojuegos como, por ejemplo, “Metal Gear Solid”), a pesar de la conseguida profundidad otorgada en el guion al personaje, generan una cierta sensación de hastío a la que se une la música de un funcional Alan Silvestri, quien no aporta nada que se desmarque de la corrección en la que se había situado durante los últimos lustros hasta que precisamente la Marvel recurriera a sus servicios en 2011 para “Capitán América, el Primer Vengador”, y de nuevo al año siguiente para la primera entrega de “Los Vengadores”, films con los que obtuvo resultados estimables y que consiguieron volver a situar su figura en la primera división de la liga de los profesionales de la industria, convirtiéndolo de este modo en un auténtico superviviente. Lo cierto es que a sus 68 años y a pesar de haber trabajado este año con Steven Spielberg sustituyendo a nada menos que a John Williams en “Ready Player One”, así como en esta esperadísima entrega de “Los Héroes más Poderosos de la Tierra”, el compositor anda lejos de la inspiración y frescura que demostró durante la década de los ochenta y principios de los noventa, cuando su asociación con Robert Zemeckis proporcionó partituras tan jugosas como la trilogía de “Regreso al Futuro”, así como otras del calado de “¿Quién engañó a Roger Rabbitt?”, “Forrest Gump” o “Contact”, circulando antes por los alrededores de las aparatosas e impersonales intervenciones musicales que había realizado en proyectos del calado de “Van Helsing” y “Beowulf”, o los de sus intervenciones para distintas franquicias como las de “The Mummy Returns (El Regreso de la Momia)”, “Lara Croft. Tomb Raider: La Cuna de la Vida”, y “G.I. Joe”.
Y aunque sean muchos los aficionados que han saludado esta aparente “segunda juventud” que está viviendo el compositor en el aspecto profesional, esta circunstancia parece más un efecto colateral o quizá un fruto nostálgico ante la deriva que ha tomado la música de cine actual, anquilosada y roma estandarización provocada por la hegemonía de determinados modos y maneras (con nombre y apellido: Remote Control) proclamados como canon en la industria hollywoodiense, que no un verdadero reconocimiento de los méritos aportados por el veterano Silvestri. Y no es que Marvel no se haya preocupado por el tema, como se la culpabiliza en diversos redes sociales, pues la atracción de todo tipo de compositores ha sido moneda común a lo largo de esta década de vida del estudio, contando con jóvenes promesas como Ramin Djawadi, Brian Tyler, Christophe Beck, Tyler Bates, Henry Jackman, Ludwig Göransson, o los más experimentados John Debney, Michael Giacchino y el mismo Silvestri, que de una u otra manera han aportado sus perspectivas sobre aquellos personajes que les ha tocado en suerte. Es posible que una mayor identificación temática de los héroes, reutilizando sus temas en orden a suscitar en el público una reacción positiva a través de la música (como en los casos de sagas como las de James Bond, Indiana Jones o Harry Potter) podría ayudar a paliar la despersonalización que padecen partituras como esta de Silvestri, con opciones de dimensiones operísticas, pero ello supondría para el compositor el tener que lidiar con un inmenso caudal temático de difícil resolución estructural y narrativa, un trabajo de calado similar al realizado por Williams en la última entrega de “Star Wars”, sustentado en la práctica sin apenas novedad temática alguna pero con una abundante cosecha de “leiv-motivs” acumulados a lo largo de décadas. Eso por no hablar del tema de los “royalties” con que habría que pagar a cada uno de los compositores de los temas de los personajes en cuestión, que una cosa es que todos hayan trabajado para la misma productora y otra muy diferente sus propios derechos de autor.
Y es una pena, porque Marvel debería ser consciente de la afirmación de la personalidad que cada uno de los superhéroes obtendría de promover su tema a lo largo y ancho de sus apariciones en el universo marvelita, del mismo modo que, para el mismo fin, contrata a los mismos actores (y en parte, sus decisiones para la asignación de una amplia diversidad de músicos, así lo revelan), lo que probablemente revertiría en una mayor proyección comercial. De hecho, en el film se emplea, por motivos obvios (que no es necesario desvelar), el reciente tema del sueco Göransson compuesto para “Pantera Negra”, pero casi con toda seguridad debido a esos problemas generados con los derechos de autor queda ausente de las dos ediciones de la banda sonora comercializadas, tanto de la “normal”, como de la de lujo (con una duración idéntica al minutaje del film, ¡¡156 minutos!!), lo que da una idea del alcance (económico) de la cuestión. En cambio, la decisión de Silvestri de no utilizar su propio tema para las apariciones del Capitán América (que muchos aficionados no han comprendido) resulta mucho más coherente debido a los sucesos acaecidos tras la tercera entrega de su propia serie, la titulada “Civil War”, pues hubiera tenido poco sentido hacerlo así para el actual Steve Rogers, que no se identifica con dicho personaje (aunque disponga de las mismas habilidades de combate y liderazgo). Como quiera que sea, Silvestri sí recupera el reconocible tema central que estrenara para la primera película del Supergrupo y lo dosifica a lo largo de la partitura, sin saturarla pese a los innumerables momentos que se prestan a ello. Son momentos significativos y destacables, como la breve introducción del título fílmico, en “The Avengers”; la primera aparición del equipo conformado por Rogers, el Halcón y la Viuda Negra, quienes acuden al rescate de la Bruja Escarlata y La Visión cuando son atacados en su refugio escocés por las huestes de Thanos, en “Help Arrives”; en la plenitud y fragor del combate colectivo, como acaece en “Forge” (el fragmento en el que el tema suena con mayor potencia y presencia); o en el encuentro entre Thor y Steve Rogers en pleno campo de batalla, durante “Hair Cut and Beard” (cuyo título esboza la camaradería entre ambos guerreros, quienes bromean sobre sus respectivos aspectos físicos).
Sin embargo, Silvestri tiene el acierto de emplear el tema también de un modo dramático e incluso lírico, como cuando Stark le explica a su pupilo Parker que tal vez su decisión de embarcarse en la lucha contra el poderoso ser galáctico pueda reportarle consecuencias trágicas, en “One Way Ticket”, con un inicio que otorga protagonismo al solo de clarinete; durante las dudas de pareja entre La Visión y La Bruja Escarlata, en “We Both Made Promises”; o, finalmente y visto el desenlace del film, en el lírico solo de piano, resolutivo a la par que emocional, que antecede a la suite de los “End Credits”. El resto de apariciones heroicas, como ha quedado dicho, queda al albur de las intervenciones incidentales del compositor, cuyas formas bombásticas apenas dejan respiro al espectador, epatado ante la avalancha de imágenes y música que le llega de la pantalla e incapaz de asignar un “leiv-motiv” (digno de considerarse como tal) ni a Thanos (que lo tiene) ni al resto de personajes. El tono trágico y mayestático lo invade todo bajo la fórmula del empleo masivo de los scherzos de la cuerda, de los refulgentes metales, y la indispensable percusión (comprobable en fragmentos como “More Power”, “Charge!”, o “Catch”), además de la intervención de los coros (a cargo de las reputadas “London Voices”), en el manifiesto intento de convertir este apocalipsis en una elevación musical de características wagnerianas (desde los iniciales y oscuros bloques “Travel Delays” y “Undying Fidelity”, a los finales “What More Could I Lose?” y “Get that Arm/I Feel You”), propósito en donde tan solo la breve aparición del piano en el inicio de “Family Affairs”, y el “filosófico” solo del violonchelo de “Porch”, proporcionan un cierto respiro al abrumado público. Silvestri cumple, y precisamente por ello, en los contradictorios tiempos que corren, goza de la confianza de la productora. Por eso estará también presente en el siguiente film. Y por ello mismo, se albergan pocas esperanzas de novedad alguna de parte de un compositor casi septuagenario al que ya no cabe más que desearle, a corto plazo, una merecida y disfrutable jubilación. Ya toca.
19-mayo-2018
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