Frederic Torres
El peso de los trágicos acontecimientos acaecidos durante la primera mitad del siglo XX recae con todo su peso sobre Diego Padilla (Marc Clotet), el jugador de ajedrez a que se refiere el título de esta película dirigida por Luís Oliveros, adaptada para la pantalla por Julio Castedo a partir su exitosa novela, y que cuenta con una estupenda partitura de Alejandro Vivas, quien ya había dejado un buen sabor de boca al aficionado con su debut en “La Conjura de El Escorial”. Sin embargo, a pesar de ello, hacía ya casi diez años que Vivas no había vuelto a hacerse cargo de otra película después de aquella interesante obra, y en su retorno ofrece una partitura elegante y de carácter dramático, provista de varios temas centrales dotados de una gran impronta melódica como lo son el central, dedicado al protagonista (y su peculiar “oficio”); el de amor, dedicado a Marianne (interpretada de manera demasiado plana por una inocua Melina Matthews); y el del fruto de ese amor, Margaux, la hija de ambos. Avalado por una buena acogida crítica que le ha reconocido con diversos premios, también se ha destacado su injusto olvido (lamento al que cabe sumarse) entre los candidatos a la mejor música original en los Goya de 2017. Afortunadamente, el nuevo sello discográfico Rosetta ha tenido la iniciativa de rescatar este merecedor trabajo y editarlo en disco compacto para alivio y disfrute del audiófilo, que de este modo dispondrá, al menos, de la oportunidad de resarcirse de ese relegamiento con su disfrutable escucha.
Y es que es muy probable que la escasa resonancia alcanzada por el film haya incidido en esa situación de relativo ostracismo que ha afectado a Vivas y su partitura, a pesar de tratarse de una producción rodada en numerosas localizaciones (como la novela exigía) y en varios idiomas, dado que su trama se desarrolla a caballo de Madrid y París, en un contexto que abarca los prolegómenos del estallido de la Guerra Civil, cuando Diego conoce a Marianne, periodista francesa que llega a Madrid para cubrir el campeonato del que el protagonista sale vencedor. Es un prólogo reflejado durante los créditos, en el “Main Title”, que viene definido mediante una combinación de los dos temas principales, el de Diego, y el de su relación con Marianne, a la que la cámara sigue por las calles de la ciudad hasta llegar al recinto en el que se desarrolla el torneo ajedrecístico, momento en el que surge el flechazo entre ambos, retratado por Vivas con un tema de cariz diegético que se transmuta en un bello pasaje incidental (“Dance in the Street”). A continuación, y sin dar apenas respiro al espectador, la acción se sitúa en las postrimerías del conflicto, unos años más tarde, en una capital asediada que se resiste a la conquista de las tropas franquistas mientras se produce el nacimiento de Margaux, a la que el compositor dedica un dulce tema interpretado por la flauta, en “Margaux´s Birth”. Reubicada la acción en París, dado el anhelo de Marianne por escapar del asfixiante ambiente fascista recién instaurado en Madrid al final de la contienda, los protagonistas pronto se ven inmersos en los tenebrosos acontecimientos propiciados por la ocupación nazi, nuevos dueños y señores de la capital francesa. Diego, que se define como apolítico, trata de encontrar un trabajo mientras se ocupa de su pequeña hija (“A Walk in Paris”), pero no tarda demasiado tiempo en percatarse de que su especial vocación de ajedrecista le sirve de bien poco en una sociedad marcada por la necesidad. Pese a que la relación amistosa de Marianne con Pierre (Lionel Auguste) provoca lo que semeja un pequeño equívoco entre la pareja, finalmente se convertirá en el detonante del infierno que Diego va a vivir de resultas de su detención y consiguiente encarcelación (“Interrogation and Jail”).
La música se torna entonces oscura y se transforma (el réquiem interpretado por la cuerda en “Desolation”, es un buen ejemplo), del mismo modo que lo hace el nuevo y lúgubre paisaje que habita Diego, una celda común que semeja una pocilga en la que malviven los pobres diablos que le acompañan como paso previo al paredón, caso del comunista comandante Hernández (Pau Durà), con quien Diego traba amistad tras recuperarse de una brutal paliza, carne de cañón del sargento Kauffman (Mike Hoffmann), sanguinario torturador al frente de los interrogatorios y fusilamientos que tienen lugar en el recinto. Sin embargo, la aparición del coronel Maier (Stefan Weinert), sibarita oficial germano amante del ajedrez, salva a Diego de su incierto destino al tomarlo como contrincante/profesor con quien jugar y evadirse así del tedio diario que le suponen sus responsabilidades como jerarca nazi. El compositor ofrece un par de breves fragmentos, en los que el tema principal adquiere su significación (“Chess Game I” y “Chess Game II”), provisto de reminiscencias minimalistas y no exento de cierto dinamismo (pizzicatos de la cuerda) y luminosidad (la melodía interpretada por la flauta), como expresión de la sapiencia de Diego, pero también de la esperanza que estos encuentros con el máximo responsable de la prisión le permiten albergar a largo plazo. Es un tránsito que sucede ahora a la inversa, desde la melancólica añoranza de su amor por Marianne expresado en las cartas que el coronel le permite escribir, descrito por Vivas con el dueto conformado entre el piano y el cello (en manos de los virtuosos Emilio González Sanz y Dragos Alexandru Balan, respectivamente) en “Writing Letters”, hasta la expresión, con el tema central desarrollado en su plenitud orquestal (gracias a la “Budapets Symphony Orchestra”, bajo la batuta de Iván Palomares de la Encina, también productor de la música), de la alegría que implica su salida de la cárcel (“Liberation”) y la posterior búsqueda de su añorada familia (“Trip to Bordeaux”), en el que el tema sigue requiriendo su protagonismo (en la cuerda).
El desarrollo del encuentro final de Diego, primero con Marianne y después con una Margaux más crecida (que apenas guarda un neblinoso recuerdo de quién fue su padre, tras cuatro años de encierro), viene caracterizado por sus respectivos temas y dota de lógica narrativa el desenlace de la historia, un tanto deslucido en lo que a la parte emocional se refiere dado el hieratismo con el que los actores se desenvuelven y que Vivas compensa en parte con su intervención, aunque sin conseguir disipar el carácter formulario y literario de las imágenes (Marianne ni siquiera llega a tocar a quien fue su amado tras tan largo padecimiento), que a la postre redunda en un film fallido y muy alejado de una propuesta de similar calado (salvando todas las distancias) como lo fue hace unos años “El Pianista”, de Roman Polanski, proyecto con el que, en cierta forma, guarda ciertas concomitancias argumentales. Pero estas circunstancias fílmicas no son óbice para reconocer una partitura de contornos clásicos (hay cierto aroma que recuerda a determinados trabajos de Morricone y el estilo de Barry), investida del poder alquímico de la sugerencia cinemática, a la par que de la calidad que la buena música proporciona. Solo cabe esperar que no haya de transcurrir otra década para escuchar una nueva obra cinematográfica de este compositor todo terreno, de gran actividad y proliferación en diversos campos como el jazz, el góspel y la música clásica, en los que ha realizado numerosos trabajos como arreglista y productor (de lo que dan fe algunos compactos como “In the Mood”, “Noche de Soul” o “Talía in Films”, discos editados a partir de conciertos en directo interpretados por la “Orquesta Metropolitana de Madrid” y el “Coro Talía”, bajo la dirección de Silvia Sanz Torre), y que conforman el currículo de un autor que podría estar llamado a escribir brillantes páginas en nuestra música de cine contemporánea. Talento no le falta.
3-febrero-2018
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