Frederic Torres
Aunque se suele decir que es lo último que se pierde, había cierta esperanza acerca de los derroteros por los cuales iba a transitar la continuación de los siguientes episodios de esta nueva trilogía galáctica producida por Disney, en el sentido de evolucionar más allá de una “simple” puesta al día de la original, a la que “El Despertar de la Fuerza”, el episodio anterior, mimetizó en grado sumo. Pero lo cierto es que allí ya se trazaron de forma clara las líneas maestras que seguirían los nuevos proyectos y que el estreno de “Los Últimos Jedi” confirma. Tal como se citaba en la correspondiente reseña de hace dos años, la productora Kathleen Kennedy expresaba de forma meridiana que la idea básica de aquello que se quería ofrecer era algo así como asistir a un concierto de rock de tu banda favorita, en el que junto al material del nuevo álbum el público tuviera oportunidad de disfrutar de los viejos y reconocibles éxitos conocidos que la auparon a la fama. Idea muy legítima para aproximar el universo de “Star Wars” a las nuevas generaciones, que si bien puede haber proporcionado pingües beneficios a la multinacional ha aportado más bien poco (o nada) desde un punto de vista cinematográfico, pues además de la evidente reiteración conceptual de situaciones no se percibe ningún desarrollo ni avance respecto del planteamiento del film anterior, limitándose a bascular en la continua lucha entre la tenaz “Resistencia” y la “Primera Orden” (surgida supuestamente de un modo inmediato tras la caída del “Imperio”, al final de la trilogía original, y de la cual se explica nada y menos, en especial después del varapalo recibido en “El Despertar de la Fuerza”).
Aunque los directores contratados (alguno implicado también en la producción, como J.J. Abrams) parecen haber gozado de cierta autonomía en sus respectivos episodios al haber escrito y dirigido cada uno el suyo, como ya fue el caso de Abrams en el anterior, quien tuvo la oportunidad de intervenir en el texto de Lawrence Kasdan y Michael Arndt, como lo ha hecho, y además en solitario, Rian Johnson, no es menos cierto que ello no les ha proporcionado la suficiente y necesaria autonomía, pues los supuestos aportes se han visto sujetos a determinadas “reglas del juego”, a saber, moverse dentro de los márgenes del reboot-remake-continuación con respecto a los tres films clásicos que produjo Lucas a caballo de la década de los setenta y ochenta. Es de suponer que las pretensiones por aplicar esta fórmula serían las de lograr atrapar a los fans de la serie original, que verían colmadas sus expectativas con la continuación de la historia a través de la resolución de los destinos de quienes la protagonizaron en su momento (Luke Skywalker, la princesa Leia, Han Solo, Chewbacca, C3-PO, R2-D2), como también la de las generaciones más jóvenes, que vendrían a identificarse con los actuales protagonistas (Rey, Kylo Ren –Ben Solo-, Finn, Rose, Poe Dameron, BB-8). Pero es imposible contentar a todo el mundo, y así mientras unos reniegan (con fundamento) de la sensación de “déjà vu” que proporcionan estas “nuevas” entregas, otros lo hacen del protagonismo que acaparan los antiguos personajes, un tanto indiferentes para la actual generación a la que, en cierta medida, incluso les molesta su presencia.
En este embarullado contexto, la intervención musical de John Williams resulta cuando menos complicada, pues por un lado se ve en la obligación de crear nuevo material a adicionar al cuantioso repertorio de leiv-motivs que jalonan toda la saga, y por otro, a acarrear con el bagaje que la franquicia arrastra desde hace ya cuatro décadas. Y si para el anterior episodio tuvo la oportunidad de cumplir con esos objetivos, conjugando los temas dedicados a Rey, Kylo Ren, y la Resistencia con los ya clásicos, lo cierto es que todo ello le condujo a una especie de callejón sin salida ante la repetición de las mismas situaciones ya desarrolladas en la trilogía original, por lo que no debió resultarle demasiado fácil a la hora de ofrecer un trabajo a la altura de las expectativas y que, a la par que resultara reconocible, también fuera novedoso. En la presente ocasión, las circunstancias se agravan debido a la insistencia y perpetuación del conflicto entre ambos lados de la Fuerza (en definitiva, la tan manida lucha entre el bien y el mal), que afecta sobremanera a Kylo Ren, trazando unos paralelismos que siguen estando demasiado presentes más allá de los cambios cosméticos llevados a cabo (la isla de Ahch-To, la corte de Snoke, el planeta Crait). El conflicto que desgarra a Ben Solo (Kylo Ren) es exactamente el mismo que padeció Darth Vader a lo largo de las precuelas, y que ya estaba resuelto desde el “Episodio VI: El Retorno del Jedi”, con la eliminación del malvado Emperador. Y el entrenamiento de la tenaz y obstinada Rey por parte del huraño y envejecido Luke convoca, hasta sus últimas consecuencias, el del propio Luke por Yoda, el entrañable maestro Jedi que centraba la atención del “Episodio V: El Imperio Contraataca”. Así como también la aparición del jugador de ventaja interpretado (sin contención alguna) por Benicio del Toro, al que recurren Rose (un nuevo personaje debutante, que más bien semeja una fan acérrima de la saga invitada a participar en la película) y Finn para desactivar (una vez más) los deflectores del inmenso destructor de la citada “Primera Orden”, que persigue cansinamente (durante todo el metraje) a la huidiza flota rebelde, recuerda la figura de Lando Calrissian, el amigo traidor de Han Solo, que apareció en aquella memorable continuación del film primigenio, “El Imperio Contraataca”. La lista de analogías es demasiado extensa a pesar de algunos desmarques proporcionados por Johnson (quien no obstante recrea correctamente el ambiente derrotista que ya desprendía la citada “El Imperio Contraataca”, la indiscutible referencia a seguir en la presente ocasión), y Williams “sufre” con ellas a pesar de su impecable oficio narrativo, pues es tal el número de leiv-motivs que intervienen en la presente partitura que la misma acaba por convertirse en un involuntario “popurrí”, más allá de lo que sería deseable.
Es lo que se puede colegir en el film y en las diversas pistas de la grabación, reflejo de lo acontecido en pantalla, en las que los temas de la Fuerza (omnipresente), Leia (“The Supremacy”, “Fun with Finn and Rose”, “Old Friends”, “The Spark”, “Finale” –en este último en forma de sentido interludio pianístico como homenaje póstumo a la malograda Carrie Fisher-), el de Luke y Leia (“The Spark”), y Yoda (“The Sacred Jedi Texts”, “Finale”) están presentes. Como es obvio que también lo están, para dar continuidad a la nueva trilogía, los de Rey y Kylo Ren, que rivalizan con los de la Fuerza y Leia en protagonismo. La única, pero reveladora novedad, es la de presentar un tema asociado a la rebelión, representada en una secundaria como Rose, en “The Rebellion Is Reborn”, un personaje que se pretende simpático pero que resulta perfectamente prescindible, y que queda asociado a Finn (quien simplemente se dedica a deambular por los diversos escenarios fílmicos para dedicarse a aquello para lo único que parece servir en esta trilogía: desactivar deflectores), y que, al menos, está provisto de ciertas reminiscencias a la épica y significación de tantos y tantos otros memorables temas que el legendario compositor ha ofrecido a lo largo de los años. Esto es así hasta el punto de tener que recurrir incluso a temas de acción descriptivos añejos, como en “The Battle of Crait”, que recupera el memorable “TIE Fighter Attack”, nada menos, perteneciente al primigenio “Episodio IV: Una Nueva Esperanza” (aquel que toda una generación conoció simplemente como “La Guerra de las Galaxias”), en el que Luke se estrenaba por primera vez como piloto de combate espacial a bordo del Halcón Milenario, derribando a los acosadores cazas imperiales durante su huida de la Estrella de la Muerte, del mismo modo que en la presente ocasión lo hace Rey desde aquella misma cabina (tema incluido en la suite final de los títulos de crédito, por cierto). Cuarenta años separan el empleo de ambos motivos, y su funcionalidad es incuestionable, como también lo es que el aficionado espere algo mucho más original y diferente de parte de quien está considerado (con fundamento) el gran genio de la música de cine contemporánea, pues aunque bien resueltas, las situaciones descriptivas que comporta la acción, como la huida de Finn y Rose a lomos de los “Fathiers” (unos animales a medio camino de los camellos y los canguros) en su personal misión de localizar a un informático capaz de penetrar las defensas de la “Primera Orden”, no supero los aspectos puramente funcionales. Tampoco es especialmente brillante la revisitación del famoso y vivaz tema de la cantina de Tatooine, en la misma secuencia del casino de “Canto Bight”, que resulta cuando menos extravagante, pues se trata de un fragmento que comienza con una deslumbrante fanfarria de corte incidental, asociada a esta especie de Monte Carlo espacial, para a continuación combinar una especie de ritmo brasileño (con leves toques del conocido tema de Ary Barroso, “Aquarela do Brasil”) y otros dos de corte más jazzístico (con toques de sonido “wha-wha”, el último), aunque desprovistos de la gracia y rítmica que sí disponía la “Cantina Band”. Pero es que al compositor no le quedan demasiadas opciones ante el estancamiento argumental y visual propuesto.
Así, aunque es de justicia reconocer que la música forma parte indisoluble de esta saga galáctica, al final ello acaba por pasar factura a un “sonido” codificado (a pesar de su sobresaliente fulgor narrativo, marca de la casa), que restringe demasiado cualquier ulterior aportación, obligatoriamente plegada a los parámetros establecidos por Williams, como bien sabe Michael Giacchino, que presentó un magnífico score para “Rogue One: A Star Wars Story”, pero muy alejado de la inventiva renovadora de su planteamiento para el lanzamiento de la otra saga galáctica por excelencia, “Star Trek”, también realizada bajo la égida de J.J. Abrams, por la sencilla razón de que cualquier música que deba inmiscuirse en el Universo “Star Wars”, debe someterse de un modo muy determinado a una serie de características demasiado cosificadas. En resumidas cuentas, debe sonar a Williams. Y en esta tesitura, ni el mismo compositor es capaz de escapar de esta boutade, como se puede apreciar en la presente partitura, pues con la ayuda de William Ross en la dirección a la hora de ensamblar de modo correcto el pastiche en que deriva la partitura, a sus ochenta y cinco años el compositor ofrece un auténtico festival de nostalgia musical que, a pesar de su (destacable) brío, a estas alturas resulta un tanto periclitada, más allá de la contrastada imbricación con las imágenes fílmicas a las que va destinada. Otras franquicias como las de James Bond, o la citada “Star Trek”, han sabido ventilar sus entretelas y se han enriquecido (a veces, tras superar sonoros fracasos) con la presencia de otras personalidades musicales. “Star Wars” perdurará más allá del compositor, pues ya hay una nueva trilogía anunciada a partir de 2020 capitaneada por el mismo Rian Johnson, pero su sonido será tan identificable como definido, porque para bien o para mal siempre ha sido (y será) el propio Williams quien ha tenido la última palabra. Aunque llegue el momento en que no esté presente.
14-enero-2018
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