Frederic Torres
El esperado estreno del primer film del universo “Star Wars” no vinculado de una forma directa a la línea principal se ha saldado con la sustitución del compositor designado en un principio, Alexandre Desplat, por el norteamericano Michael Giacchino a tan solo un mes de las fechas previstas para el estreno del film. El compositor francés, que había trabajado obteniendo notables resultados con Gareth Williams, el director de esta entrega galáctica, en su anterior “Godzilla”, parece ser que no pudo volver para finiquitar lo que había escrito debido a problemas de agenda originados ante los nuevos cambios que afectaban a los derroteros de la historia fílmica (pues el compositor francés ya había terminado su trabajo), en lo que se antoja una decisión bastante rotunda por parte de los productores dada la proximidad de las fechas comprometidas para la presentación de la película. Y aunque este tipo de sucesos no sean algo inusual y la historia del cine esté plagada de sonados ejemplos como el “Troya” del malogrado Horner, en detrimento del de Gabriel Yared, o por poner otro más lejano (y en relación al poco tiempo disponible), el “Lawrence de Arabia” de Maurice Jarre, que pese a las premuras con las que se atrevió a llevar adelante aquel encargo de David Lean obtuvo unos resultados sobresalientes (culminados con la consecución del Oscar), lo cierto es que la apuesta aceptada por Giacchino conllevaba un riesgo considerable a pesar de los casos citados, pues a nadie debe escapársele que es casi esencial a la hora de afrontar una obra creativa el disponer no ya solo de los medios adecuados (algo de lo que se supone que en la industria hollywoodiense andan bien sobrados, y más en una empresa referencial como la Disney), sino también del tiempo necesario. Y no solo para atender la composición, también para la orquestación y la grabación.
Siendo como es un “hombre de la casa” (ha trabajado en numerosas ocasiones para la “compañía”), Giacchino era en la práctica la única opción viable ante la inminencia del estreno y por ello ha dispuesto de un equipo conformado por media docena de orquestadores entre los cuales se encuentran algunos habituales del compositor como Chris Tilton y Tim Simonec, también director de la orquesta, además del experimentado William Ross, todo un veterano en estas lides. Ello ha redundado en que haya conseguido salir más que airoso del envite fagocitando el cohesionado universo musical de la saga a cuenta y riesgo de unos resultados perfectamente homologables al resto de los episodios de la línea principal debidos, como todo el mundo sabe, a la mano maestra de John Williams. Además, sin renunciar a su personal voz, palpable en diversos y significativos pasajes tales como la brillante secuencia de acompañamiento musical que transcurre durante la emboscada en la ciudad sagrada de Jedha (“Jedha City Ambush”), asimilable a cualquiera de los bloques de acción de sus dos vitamínicas entregas para “Misión: Imposible” (la III y la IV), o en un registro completamente opuesto, el lírico fragmento del reencuentro entre la protagonista, Jyn Erson (personaje tan desclasado como pragmático encarnado por Felicity Jones –de la misma estirpe que Rey, la chatarrera protagonista del “Episodio VII”-), y su padre, Galen (en una nueva intervención secundaria del gran Mads Mikkelsen, tras su intervención en “Doctor Extraño”), el arrepentido ingeniero de la mortífera “Estrella de la Muerte”, en la que las notas solitarias del piano se suceden amortiguadas por los silencios según discurre el tema principal dedicado a Jyn.
La partitura bascula, pues, entre las nuevas necesidades fílmicas (con una historia planteada como si de una película de comandos/hazañas bélicas se tratara, en la línea de “Los Cañones de Navarone”, “El Desafío de las Águilas” o “Doce del Patíbulo”) y su coherente relación con el resto de la línea principal (y por ende, con el estilo musical empleado en aquella), aderezada de pequeños homenajes que engarzan determinados pasajes musicales emparentándolos con los empleados por Williams en la primera trilogía estrenada, sobre todo en lo que respecta al hoy rebautizado como “Episodio IV: Una Nueva Esperanza”. Al primer grupo pertenecen secuencias como el tarantiniano inicio (“He´s Here for Us”), en el que se presenta el tema del nuevo malvado de la función, Krennik (Ben Mendelsohn), director responsable de la construcción de la “Estrella de la Muerte”, un personaje ambivalente entre la pura maldad y el engreimiento (lo que lo hace mucho más próximo y humano), mediante una potente “marcha imperial” (agrupada en “The Imperial Suite”) que resulta específica y que no solo rivaliza, si no que consigue superar la propuesta por el mismo Williams para el díscolo Kylo Ren en el esperado y un tanto decepcionante “Episodio VII: El Despertar de la Fuerza”. También el tema de Jyn, encuadrable dentro de los temas “expansivos” de largo desarrollo williamsianos (al estilo del de amor del “Episodio II: El Ataque de los Clones”), goza de la dualidad dramática que cualifica los trabajos de Giacchino y que tan gratificantes resultados ha proporcionado a la otra y exitosa franquicia en la que este ha participado, “Star Trek”, dotando tanto de lirismo (“A Long Ride Ahead”, “Rebellions Are Built on Hope”, “Your Father Would Be Proud” -un réquiem en toda regla-), como de épica (“Trust Goes Both Ways”, “Jedha Arrival”, “Confrontation on Eadu”, “Scrambling the Rebel Fleet” y, sobre todo, “Hope”, que aúna ambas tendencias), a un tema principal siempre revestido de un halo de tristeza dada la condición solitaria a la que Jyn se ve abocada, primero desde su más tierna infancia, y ya más tarde en plena adolescencia al ser abandonada por Saw Guerrera (Forest Whitaker), cabeza de una facción extremista rebelde partidaria de acciones mucho más directas contra el Imperio que las de la Alianza (su mimetismo con los métodos terroristas de la Yihad islámica no deja lugar a dudas). Finalmente, existe un tercer motivo para la Alianza, asociado al personaje de Cassian Andor (otro solitario desclasado a causa de su entrega total a la Rebelión, interpretado por un ajustado Diego Luna), que inspira los grandes momentos de acción del film y cuya coda queda asociada narrativamente al tema de “La Fuerza”, tratada aquí por el compositor de un modo muy inteligente como una parte temática asimilada del modo más conveniente.
En el campo de los homenajes bien asumidos, en los que es inevitable que palpite el recuerdo del material temático original convertido en mítico por el paso del tiempo, y tal como ya le ocurriera al ponerse al mando del reinicio de la franquicia “Jurásica” (de la que se encargará también de la anunciada secuela), Giacchino asume con naturalidad tanto modos como citas directas. Entre aquellos, figuraría el citado fragmento inicial, “He´s Here for Us”, que consigue sumergir de inmediato al espectador en el particular mundo de “Star Wars”, a pesar de no arrancar con su famoso tema principal ni incorporar leyenda explicativa alguna, como venía siendo habitual en los episodios “oficiales”, entre los que no sería demasiado descabellado encuadrar esta “Historia de Star Wars” como episodio intermedio entre el III y el IV (que muestra un esforzado equilibrio entre unos caracteres novedosos y propios junto al consabido “más de lo mismo”), debido a un comienzo “explosivo” (con un golpe orquestal que busca epatar al espectador, como también lo hacía el comienzo del famoso tema principal williamsiano), al uso de los scherzos de la cuerda y a las pequeñas fanfarrias de los bronces. Algo similar ocurre con el comienzo de “Hope”, una especie de “Dies Irae” cuyos coros iniciales remiten al impactante “Duel of the Fates” del “Episodio I: La Amenza Fantasma”. Y en el capítulo de las citas, destaca el comienzo de “Star-Dust”, que acompaña a Krennik y al “revivido” Gobernador Tarkin por las salas y pasillos de la conocida “Estrella de la Muerte”; el épico y personal empleo del tema de la Fuerza, asociado, como ya se ha indicado, a la Alianza Rebelde, tanto en “Trust Goes Both Ways” (la llegada de Jyn y Cassian a la conocida base de la Alianza en Yavin), como en “Rogue One”, cuando el variopinto comando formado por Jyn, Cassian, el ciego Chirrut Îmwe (Donnie Yen), seguidor de la filosofía de los extintos jedis y su “descreído” colega, Baze Malbus (Wen Jiang), además del ex-piloto imperial, Bodhi Rook (Riz Ahmed) y el combativo y reprogramado robot, K-2SO (al que el compositor deja a su libre albedrío sin asociarlo a motivo alguno) toma la decisión de apoderarse de los planos del arma de destrucción masiva en contra de la opinión generalizada de los mandos rebeldes; el enfrentamiento contra los temibles y gigantescos robots imperiales en “AT-ATC Assault”, en el que Giacchino rememora la batalla en la nieve del helado planeta Hoth del “Episodio V: El Imperio Contraataca”, así como ráfagas del tema central expuesto de modo similar al de Williams en el “Episodio VI: El Retorno del Jedi” (film con el que este “Rogue One” guarda más de una concomitancia en su tramo final, intervención aparte del Almirante Ackbar de la Flota Rebelde, perteneciente a la raza de los Mon Calamari); y sobre todo el final, “Hope”, en el que debido a las circunstancias fílmicas que vinculan los acontecimientos con el inicio del citado primer film de la saga, el “Episodio IV”, se suceden los temas de la memorable “Marcha Imperial” (asociada a Darth Vader a lo largo de toda las continuaciones fílmicas, pero presentada en el “Episodio V”), el del abordaje imperial y el de la Fuerza, dedicado en este caso a la figura de la princesa Leia.
Como remate, se presentan una serie de suites a fin ser expuestas en los títulos de crédito (el compositor viene empleando este formato en la mayor parte de sus últimas grabaciones discográficas, tal vez con un ojo puesto en las salas de concierto), que como es lógico agrupan los temas centrales y se suceden entre “Jyn Erso & Hope Suite” y la ya citada “The Imperial Suite”, además del fragmento titulado “Guardians of the Whills”, con el que concluye el disco, también con el tema de Jyn como eje principal pero acompañado en esta ocasión de coros a fin de dotar de la épica necesaria a esta especie de homenaje a los jedis, a quienes se refieren en el film como los guardianes de las Puertas Sagradas del templo de Jehda, equiparando a estos con la particular denominación del intraducible término “Whills” (de ahí el título del tema). A pesar del efectivo y brillante esfuerzo temático realizado por Giacchino y a la decisión de optar por un inicio no ortodoxo con la línea principal, para los créditos finales sí se vuelve a utilizar, en cambio, la famosa fanfarria de conclusión elaborada por Williams antes de dar paso a las citadas suites temáticas, generando una sensación ambivalente y un tanto contradictoria en el espectador al que en un principio se le ha preparado para que esté sabedor que no asiste a un acto más de los episodios centrales, pero que abandona la sala con la impresión contraria, la de haberse encontrado con una precuela del “Episodio IV”, ayudado, entre otras cosas, por la edición musical que los responsables últimos del film imponen. Algo que el disco no refleja al no haber incorporado esos créditos del montaje fílmico, sino los propios y novedosos que rematan de un modo holgado y coherente la grabación sin necesidad de tener que presentar el desarrollo de ningún tema de los principales que Williams creara para la trilogía original. Un empeño resuelto con gran soltura y profesionalidad que excede para bien y con nota la responsabilidad que suponía sumergirse en un proyecto de estas características, ya de por sí toda una aventura sin los agobios y premuras con que, además, se ha tenido que atender su confección. Y es que, ahora mismo, son muy pocos los compositores capaces de asumir “regalos envenenados” de este calibre. Sin duda alguna que Michael Giacchino es uno de ellos.
12-enero-2017
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