Frederic Torres
Solo era cuestión de tiempo que Michael Giacchino recalara en alguna producción Marvel (como también lo era que acabara en la franquicia galáctica más famosa de la historia del cine), dado el estatus como compositor de gran nivel adquirido en el seno de la industria hollywoodiense. Su impecable trabajo para la Pixar, así como su vinculación al cine fantástico y de acción más vigente le avalaban como el candidato ideal a la hora de encabezar alguno de los múltiples proyectos que la poderosa productora tiene en cartera. Solo la relativa voluntad de arriesgar en el tema musical por parte de la Marvel (y probablemente también la apretada agenda del compositor, que ha llevado una media de cuatro trabajos por año en los dos últimos) había impedido que esta colaboración se hubiera llevado a la práctica hasta ahora, remitiéndose esta al acomodaticio recurso de la solvente participación de reconocidos profesionales como Alan Silvestri (en las postrimerías de su carrera) o John Debney, y a apostar por nuevos talentos como Brian Tyler, Henry Jackman o Christophe Beck, que si bien han podido demostrar una relativa originalidad aportando algo de aire fresco (como muestran sus trabajos para “Iron Man 3”, “Capitán América: Soldado de Invierno” y “Ant-Man”, respectivamente), se han encontrado con la contundencia de unos ejecutivos que, por ejemplo, no dudaron en recurrir a la mano del experimentado Danny Elfman para rematar “Los Vengadores: La Era de Ultrón”, amarrando de un modo más conveniente la partitura de la esperada secuela de los “Héroes más poderosos de la Tierra”, como también en volver a reclamar a Silvestri para las dos nuevas entregas del citado supergrupo, tal como ya se ha anunciado.
A ello cabe añadir las suspicacias de los aficionados, entre los que se ha ido generando una cierta alarma ante la homogeneización de los conformistas resultados musicales (mal general de nuestros días), que en las redes sociales se han disparado dada la escasa capacidad de riesgo a la hora de estimular unas producciones volcadas sobre los impactantes aspectos visuales con el objetivo de asegurar el éxito. Al final, tal vez conscientes de esta situación, en Marvel se han decidido por dar un paso adelante al fichar a un compositor que, como Giacchino, todavía está en una fase de progresión creativa y es poseedor de un contrastado grado de originalidad y estilo, aunque no resulte tan maleable como los integrantes citados de la actual generación (Tyler, Jackman, Beck), más proclives a plegarse a las directrices del que paga y manda so pena de purgar profesionalmente los posibles “platos rotos” de aquello que se demanda (como el caso de Tyler en “Ultrón”). Y no es que Giacchino y otros compositores ya consolidados artísticamente estén a salvo de este tipo de situaciones (pues acaba de relevar a todo un Desplat en la inminente “Star Wars: Rogue One”), porque nadie lo está de las disposiciones del productor, así como tampoco del grave problema inherente a la utilización de los temp-tracks durante la postproducción, que tanto distorsionan el trabajo original del compositor, pero qué duda cabe que su aludido estatus artístico impone cierto respeto y puede garantizar, al mismo tiempo, un grado de frescura y novedad parejo al oficio que ya tiene más que acreditado. De hecho, las últimas noticias lo confirman asignado de un modo oficial (el propio compositor lo ha confirmado) al nuevo reinicio del insigne personaje arácnido por excelencia de la “Casa de las Ideas”, que volverá a la acción en “Spider-Man Homecoming”. No podía ser de otra manera tras la escucha de su trabajo para esta esperada adaptación de “Dr. Strange”, un personaje marvelita peculiar y alejado de los esquemas superheroicos habituales (interpretado con una irónica precisión por Benedict Cumberbach), en el que el mundo mágico e interdimensional es el protagonista frente a los más convencionales villanos que suelen poblar las historias fílmicas marvelitas.
Con un tema principal reconocible pero que, como en “Star Trek”, rehúye la fanfarria (y que se escucha en su desarrollo seminal al piano en “The Hands Dealt”, el segundo corte del disco), el compositor ofrece una impecable creación hibridando su partitura con las texturas propias de una formación orquestal que incluye también coros, sintetizadores y algunos instrumentos exóticos como el sitar, así como otros poco habituales como el órgano Hammond y las guitarras eléctricas. El primer fragmento, “Ancient Sorcerer´s Secret”, presenta el tema dedicado al “Anciano” (interpretado por la andrógina Tilda Swinton), el “Maestro” de Strange, intermediado entre la música incidental con que se ilustra el asalto a la biblioteca de Kamar-Taj, el refugio tibetano del Anciano y sus discípulos por parte del renegado Kaecilius (personaje que incorpora el danés Mads Mikkelsen, en otra acertada elección de cásting), con la pretensión de robar la parte del conjuro que necesita para satisfacer a Dormammu, su nuevo y diabólico amo que le ha prometido la vida eterna, y ya indica la dirección a seguir a la hora de abordar el arcano (y lisérgico) mundo que va a poblar la pantalla durante las siguientes dos horas de proyección mediante un prólogo de matices misteriosos que tras un solo de la trompa, da paso a esa plenitud de sinfonista irredento de la que Giacchino suele hacer gala, reforzada por los (fundamentales) coros y las sonoridades exóticas, y en el que como coda se escucha el tema central dedicado a Strange (el cual, dicho sea de paso, guarda bastantes concomitancias con el de la citada “Star Trek”).
Tras el paréntesis que supone el prefacio fílmico en el que se proponen las dos situaciones argumentales que convergerán en una única a partir del vuelco que va a dar la vida del prepotente y exitoso doctor Stephen Strange (personaje concomitante en arrogancia con Tony Stark, el alter ego de Iron Man), en el que el director, Scott Derrickson, emplea alguna que otra canción durante el juego de adivinanzas con el ayudante de quirófano, merced a “Feels so Good” de Chuck Magione, no incluida en el disco (al parecer, su intención era incluir a Pink Floyd como guiño a la alucinógena época, final de los sesenta, en la que nació el personaje), es a partir de la impactante “A Long Strange Trip”, en la que en apenas poco más de dos minutos se condensa la esencia de una partitura deslumbrante, novedosa, efectiva y coherente. Ilustra el acceso de Strange a un nuevo mundo espiritual en el que caben infinitas posibilidades vitales por lo que el compositor crea una mixtura que va desde las disonancias corales a violentos y stravinskyanos scherzos de la cuerda, en la que también participan elementos de (mesurado) apoyo como el sintetizador y el sitar, así como las secciones de percusión (campanas) y metal, incorporando un dueto de viola y piano a través del que comunicar la sensación de extrañamiento que siente Strange ante el “nuevo mundo” que le muestra el Anciano. A partir de esta secuencia (deudora del no menos lisérgico viaje del astronauta Bowman en el final de la mítica “2001” de Kubrick), el despliegue visual del film es deslumbrante, un auténtico tour de force capaz de cruzar referencias tan dispares como las ofrecidas en films como “Origen” y, sobre todo, “Matrix”. Y Giacchino sabe estar a la altura a la hora de describir las nuevas perspectivas que el personaje va incorporando ante el asombro e incredulidad del espectador. Fragmentos como “Mystery Training”, en el que es forzado al empleo de las artes místicas tras ser abandonado en la cordillera del Everest por su mentor, o “Inside the Mirror Dimension”, en el que este le muestra uno de esos “mundos paralelos” (la llamada “Dimensión Espejo”) a su alumno (motivo por el cual se recurre al leiv-motiv del “Anciano”), caracterizados por una orquestación rica, ajustada, con abundancia de juegos percusivos, empleo de coros, así como del sitar (utilizado como un eco, como si de un efecto del echoplex se tratara), anteceden el despliegue del tramo final fílmico a que aboca el enfrentamiento entre Kaecilius y Strange.
Los fragmentos, acorde con las secuencias, se vuelven más potentes y de mayor desarrollo expositivo destacando los apoteósicos “Sanctimonice, Sanctum Sacking” (de unos siete minutos y medio), en el que un principiante Strange defiende el Santuario de Nueva York del ataque de Kaecilius y sus secuaces, durante el que juegan un interesante papel las pausas musicales a fin de potenciar la tensión del enfrentamiento entre el novel hechicero y la escuadra asaltante. Son siete minutos y medio de despliegue narrativo en el que cobra importancia el tema del protagonista, escuchado por primera vez de un modo épico tras incorporar la capa mágica que definitivamente otorgará al personaje su plena personalidad. La secuencia se prologa en “Astral Doom”, un espectacular fragmento orquestal (iniciado con guitarras eléctricas) que acompaña la lucha mano a mano entre Strange y Kaelicius en el plano astral dentro del hospital en el que trabajaba el primero, ante una Christine (Rachel McAdams), ex compañera cuyo vínculo sentimental despreció en otros tiempos, que no acaba de creerse lo que ve con sus propios ojos. Tras recuperarse de las heridas sufridas en la batalla (“Hippocratic Hypocrite”), el enfrentamiento llega al paroxismo en “Smote and Mirrors”, otro bloque de larga duración (seis minutos y medio) en el que el delirio visual es el máximo protagonista y en el que Strange vuelve a enfrentarse a Kaelicius, esta vez con la ayuda de Mordo (Chiwetel Ejiofor), otro discípulo del Anciano (que en los cómics suele asumir el rol de villano, algo que ya se anticipa al final del film). De nuevo los coros (en escalas ascendentes), los violentos scherzos, las disonancias en los metales y las pausas musicales se suceden hibridadas con sonidos electrónicos y riffs de las guitarras mientras el metal otorga al tema de Strange su protagonismo, alcanzando diversos crescendos que culminan con la aparente victoria de Kaelicius antes que la aparición del Anciano (y su respectivo leiv-motiv) suponga el rescate del protagonista. Ello propicia un pequeño paréntesis antes de acometer el tramo final del enfrentamiento con Dormammu, durante el que el Anciano le cuenta su historia a Strange, acompañada por Giacchino mediante un fragmento lírico interpretado con una ejecución pianística “al ralentí”, tan característica del compositor (en la que, una vez más, vuelven a reverberar los ecos del estilo de John Barry).
Cuando Strange y Mordo arriban a Hong Kong para la defensa del último Santuario que todavía no ha caído (de los tres existentes en la Tierra), llegan tarde puesto que Kaelicius ya ha vencido a Wong (interpretado por Benedict Wong), su defensor. A los coros se adiciona un breve episodio minimalista en la secuencia culminante acorde a la arriesgada idea de Strange de intentar salvar de la catástrofe a la Tierra generando un bucle temporal en su enfrentamiento final cara a cara con el temido Dormammu, el monstruo dimensional. Se trata de “Astral Worlds Worst Killer”, en la que tras la lógica exposición del tétrico tema dedicado al maléfico personaje le sigue el principal, desarrollado en esta ocasión de un modo dramático en los metales y la percusión (desde una perspectiva muy similar, como ha quedado dicho, a la empleada en “Star Trek” ), finalizando con una coda que incorpora la trompa y la cuerda a modo de estela musical tras la batalla (ingeniosamente planteada y vencida por el nuevo “Hechicero de las Artes Místicas”), antes de rematar con una escalada de los metales que culmina en un inexorable crescendo. Coherentemente prologada en “Strange Days Ahead”, el fragmento final se convierte en una hábil mezcla de estilo clásico y moderno, con la viola y el piano (también el clarinete) de protagonistas, a los que se une el sitar en clave solista antes de alcanzar el clímax con el tema principal, el cual abre el paso a los créditos con el concurso de la formación coral. Es en este momento cuando hace acto de aparición “The Master of the Mystic End Credits”, bloque musical que cierra el film y el disco, y que está completamente electrificado convirtiéndose en una especie de guiño a esa época a caballo de los sesenta/setenta pretendida por Derrickson mediante un original estilo que se podría tildar de rock lisérgico, caracterizado por el uso de la guitarra pedal y el acompañamiento del órgano Hammond, rematando una obra más convencional de lo esperado (dado que este último fragmento fue el primero en conocerse a través de las redes sociales, levantando equivocadamente ciertas expectativas respecto del estilo general de la partitura), pero que definitivamente amplía los horizontes de un género fantástico que Giacchino maneja con manifiesta habilidad y a los cuales por fin la productora ha otorgado relevancia, convirtiendo este score en el inmejorable y definitivo hechizo del film. Ojalá que el encantamiento perdure en el seno de la Marvel.
11-noviembre-2016
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