Frederic Torres
Tras el obligado paréntesis que supuso el pasado año “El Puente de los Espías” en la longeva colaboración entre Steven Spielberg y John Williams (saldado con solvencia por Thomas Newman, quien no por casualidad recibió una nominación al Oscar por su trabajo), debido a la participación de Williams en la esperada y decepcionante continuación (o lo que fuera, dado su carácter híbrido entre el remake, el reboot y la secuela) de la más famosa y conocida saga galáctica de la historia del cine, “Star Wars: El Despertar de la Fuerza”, esta adaptación de un relato de Roald Dahl, “Mi Amigo el Gigante”, ha supuesto su no menos esperado reencuentro en lo que puede considerarse una “actualización” de uno de los mayores éxitos artístico y popular de ambos, “E.T., El Extraterrestre”, y ha sido recibida con cierta unanimidad en cuanto a los resultados obtenidos por parte de crítica y público respectivamente, pues la de la primera ha sido más bien negativa, salvo puntuales excepciones, y la respuesta en taquilla bastante tibia. A pesor de los decepcionantes resultados, ambos artistas han urdido un proyecto tejido a su medida y participado casi en un cincuenta por ciento de responsabilidades dada la simbiosis entre las imágenes del film y la música compuesta para las mismas.
Ciertamente, el último periodo de madurez del compositor no se ha caracterizado precisamente por las innovaciones y la originalidad, habiendo entrado en una especie de perdurable epílogo o coda final de su trayectoria profesional en el que la pericia técnica y el oficio dominan más allá de cualquier otra directriz, unas veces de un modo más deslumbrante (“Las Aventuras de Tin-Tin”), otras con formas más clásicas (“Caballo de Batalla”), y en algunas tirando de oficio ante la falta de definición del andamiaje dramático (“La Ladrona de Libros” y la citada “El Despertar de la Fuerza”), algo que esta “The BFG” (siglas en inglés de “Big Friendly Giant”) lleva a sus máximos extremos al configurarse como un enorme pastiche de los modos y maneras williamsianos empleados, eso sí, con la sabiduría de quien cabe considerar a todos los efectos un maestro de la música de cine. Y es que partiendo de un par de temas principales, dedicado uno a Sophie, la protagonista, de carácter volátil gracias a su orquestación basada sobre todo en las flautas y el arpa, y otro al gigante, en un formato valsístico, Williams construye una arquitectura tan cómplice de las imágenes que se antoja imposible el visionado de la cinta sin contar con su partitura.
Más allá que el tema principal, el de Sophie, recuerde al de la saga de “Harry Potter”, aunque provisto de las formas del tema dedicado a la “Campanilla” del “Hook” de Spielberg; del empleo del tema principal de “La Furia” (el ya lejano film de Brian de Palma, de 1978), en fragmentos como “The Witching Hour” y “To Giant Country”; del enorme parecido de ese exquisito bloque musical que conforman los más de diez minutos de “Dream Country” con la partitura de la citada “E.T.” (y no solo desde una perspectiva motívica, sino también en las formas impresionistas), así como del tema de “Yoda”, que Williams compusiera para el viejo maestro jedi en “Star Wars. Episodio V: El Imperio Contraataca”; o del vals rápido con que concluye “Frolic”, deudor del tema de los “Ewoks”, protagonistas del siguiente episodio de aquella saga, “El Retorno del Jedi”, el trabajo de Williams deja un poso en el espectador/melómano capaz de superar la sensación de “dejà vû” para adentrarse en el terreno de la más pura emoción, sin dejar de lado una originalidad tan reclamada por sus últimos detractores como excusada por los ociosos seguidores in extremis de la obra del compositor, sea cual sea el resultado de la misma.
Así, en este último extremo cabe incluir el virtuoso duetto de solos de flauta de “Dream Jars”, que ni el propio Messiaen hubiera dudado en firmar, como la marcha bufa de la que se nutre “Giants Netted”, contrapuestas a la ceremonial pero efectiva “Meeting the Queen”, ejecutada por el metal y el redoble de la caja. Sin desdeñar, por supuesto, la elegancia y sensibilidad que solos como el del clarinete (en “There Was a Boy”), o el del piano (en “Building Trust”, “The Boy´s Drawings” y “Finale”) proporcionan a una obra situada a todos los efectos bajo la égida del impresionismo, la corriente musical más propicia para ilustrar el mundo mágico y fabuloso que Spielberg ha abordado en este relato de Doahl, como revelan fragmentos como el citado “Dream Country”, pero también “Blowing Dreams” y “Sophie´s Future”, cuyo inicio con los sucesivos solos de arpa y flauta no pueden ser más elocuentes al respecto. La coda final con este último instrumento de viento en el fragmento que cierra el disco, la suite “Sophie and the BFG”, concluye discográficamente una partitura que en parte se revela como una pieza más del puzle testamentario en que se está convirtiendo esta parte final de la carrera del compositor, pero que probablemente se reivindicará con mayor nitidez con el paso de los años por su sutilidad y ejemplaridad. Al tiempo.
8-agosto-2016
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