Frederic Torres
En un año caracterizado por la intensidad de la carga de trabajo, Pascal Gaigne presenta su segundo disco a través del sello Quartet Records en el intervalo de pocos meses (el primero fue la estimable partitura de la comedia “Embarazados”), circunstancia de la que el aficionado debe congratularse dada la calidad de los resultados que Gaigne suele ofrecer se trate del género que se trate. Para “El Olivo”, el nuevo film de Icíar Bollaín, que transita de manera intermitente entre el drama y la ocasional comedia, se da la circunstancia que la brevedad de la partitura ha facilitado la incorporación de los otros trabajos del compositor con la directora por lo que el disco se presenta como una especie de recopilatorio cuya primicia es la recuperación de la partitura para “Flores de otro Mundo”, su primera obra conjunta (del año 2000), que a estas alturas restaba inédita, así como un tema del reciente documental “En Tierra Extraña”, además de una sustanciosa representación de “Katmandú, un Espejo en el Cielo”, una de las obras por las que Gaigne siente especial debilidad y que, esta sí, ya había visto la luz con anterioridad (cuya inclusión obedece, pues, a criterios completistas). Acompañada de un aclaratorio libreto en el que Bollaín y Gaigne exponen sus intenciones y argumentos, la presente edición se constituye en todo un acontecimiento que va más allá de la consideración de última novedad, un disco que se antoja imprescindible tanto para los seguidores de una, como del otro.
Así, la estructura de “El Olivo” dispone una perspectiva dual vinculada por un lado al dinamismo propio de la juventud y por otro a la serena reflexión que proporciona la vejez. Una es la representación del movimiento, del avance, y la otra, la de la quietud, de la fortaleza de las raíces. Manifiesta Bollaín en la citada carpetilla que quería repetir insistentemente durante la primera parte del film el leiv-motiv dinámico que caracteriza a Ana, la veinteañera protagonista que implica a sus amigas, Wiki y Adelle, al tío “Alcachofa” y a su joven socio, Rafa, como también a sus convecinos, a fin de “repatriar” el olivo milenario que da título a la historia para trasladar ese tema “local” a la segunda parte de la película, cuando esta se convierte en una especie de road movie en la consecución de la localización del árbol replantado en algún lugar de Centroeuropa, desplazando la acción a tierras alemanas, para que el espectador no quedara desorientado ante el drástico cambio contextual. Gaigne, al mismo tiempo, reivindica la inspiración y la intuición como motores del misterio que rodea la composición de una obra musical. Aún entendiendo y ofreciendo diferentes posibilidades a la directora para que su idea lograra llegar a buen puerto, ese “misterio” es el que explica, por paradójico que pueda resultar ante el incesante trabajo realizado, que en un momento dado ambos se den cuenta cuando se ha llegado a la plena identificación entre las imágenes y la música que debe acompañarlas. Un supuesto origen mágico de la música que Gaigne sabe reflejar en sus composiciones y gracias al cual su intervención alcanza las emociones más profundas del espectador y del melómano sin llegar a resultar nunca invasivo (como así lo reconoce Bollaín), jugando con los silencios y solapándose a las necesidades fílmicas (efectos de sonido, diálogos, etc.)
Para llegar a tocar esa fibra sensible al compositor le basta una formación orquestal, la Orquesta Sinfónica de Bratislava, bajo la experta batuta de David Hernando Rico, comandada principalmente por la cuerda, el piano (con el habitual Javier Pérez de Azpeitia), el arpa, el acordeón, la celesta y la mandolina (ambas en manos del propio Gaigne), como también algunos solos del viento (en especial del clarinete) y el refuerzo del sintetizador, siempre empleado con mesura también por el propio compositor. De la combinación de todos estos elementos surge un vals de características obsesivas, minimalistas, en el que el piano es interpretado tanto de un modo solista como “torrencialmente”, alternándose en este papel con el viento, y combinado con los pizzicatos de la cuerda. A ese fondo se van añadiendo los diversos solos o duetos de entre los que destaca el de la mandolina y la intervención del acordeón. El tema de la serenidad está repleto de sugerentes connotaciones melancólicas que apelan a la misma expansiva sensorialidad con que el compositor ya se empleo en la hermosa “Loreak”, a la que recuerda en forma y contenido, y se convierte en el contrapunto adecuado del tema dinámico apoyándose para ello en la sucesión de solos de piano y violoncelo, sustituidos ambos ocasionalmente por el arpa. A través de este emotivo tema, dedicado al abuelo Atulo (y por ende, al árbol), que dejó de hablar cuando se llevaron el olivo milenario del pueblo y que ahora se niega ya incluso a comer, motivo que lleva a su nieta Ana a movilizar a todos aquellos que la rodean para recuperar ese olivo, metáfora fabulada de las raíces arraigadas en el recuerdo y de unas vivencias que los nuevos tiempos tratan de arrollar en aras de una homogeneización mal entendida, es con el que Gaigne llega al corazón de la historia reivindicada por la directora, en un trasunto viajero actualizado de aquel otro emprendido por las dos hermanas que buscaban al “padre” (también por tierras alemanas) en aquella irrepetible obra del maestro Angelopoulos titulada “Paisaje en la Niebla” (también, como en esta, acompañada por un vals compuesto por la inmensa Eleni Karaindrou).
Y como en “Embarazados”, Gaigne estructura su partitura en forma de suites. Allí, para evitar un posible y caótico efecto de dispersión. Aquí, para no resultar especialmente repetitivo (algo que evita solo en parte), dado el carácter bipolar de su esencia. De modo que, tal como también es característico del buen hacer del no menos talentoso Carles Cases (ambos autores parecen entender que una cosa es la música aplicada en la película, y otra muy distinta su presentación discográfica), la obra se agrupa en cinco pequeñas suites, la primera de las cuales se convierte en la más extensa con una duración próxima a los ocho minutos. Una delicia para los sentidos cuya forma ya se perfila en su anterior film, “Katmandú”, cuyo homónimo primer fragmento se extiende coincidentemente a lo largo de la misma generosa duración, perfilándose como una especie de minisuite del resto de la delicada y bella partitura, representada con seis cortes más y que tiene en el protagonismo del piano, la flauta, el arpa y el violín su baza dramática, instrumentos a los que se adicionan otros de carácter poco habitual y más local como el Hang (que tiene forma de “platillo volante”) y las tablas en la percusión, o el Nickel arpa, instrumento de cuerda cromático muy utilizado en Dinamarca y Suecia.
Una dualidad de estilos que oscila entre el clasicismo y la intriga sonora favorecida por la música étnica, peculiaridad ya muy presente en “Flores de otro Mundo”, con una orquestación que incorpora el piano, el acordeón, el clarinete, el saxo y el violoncelo, pero también diversas guitarras y percusiones norteafricanas, así como el berimbao y el kanún, cuya ambivalencia entre los motivos exóticos (“Flores de otro Mundo”, “Se Va Milady”, “Ruinas”, “Tejados”), se alterna con otros más ortodoxos (“Damián y Patricia”, “Rosi”, “Invernadero”, “Ruptura”), en los que los solos de piano y clarinete funcionan como contrapunto, sin desdeñar los momentos atmosféricos y más puramente incidentales (“Janay”, “Ruinas”, provistos ambos de cierto refuerzo sintetizado), así como otros de características contemporáneas (jazzísticas) y casi ambientales (“Dos Caballos 1”, “Dos Caballos 2”), en los que el bajo eléctrico hace acto de presencia. Asimismo, los saxofones son los protagonistas del único tema de “En Tierra Extraña”, fragmento descartado de la anterior partitura que Bollaín decidió recuperar para su documental catorce años después de haberlo desechado. Como explica Gaigne en la carpetilla, el tema estaba escrito para ella, solo que ambos desconocían cuándo lo llegarían a utilizar. Una reflexión no exenta de cierto toque de humor que retrata el entendimiento entre ambos autores y que es de desear perdure, por mucho que el compositor no desee avanzar más allá del presente a la hora de augurar futuras posibilidades con la directora. Eso sí, un presente hecho realidad.
10-junio-2016
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