Frederic Torres
La esperada adaptación de la maxiserie “Civil War”, que causó sensación durante la pasada década entre los aficionados al cómic y que revitalizó a Marvel en el terreno editorial, en la que el “grupo de superhéroes más poderoso de la Tierra” vivía un encarnizado enfrentamiento en su seno tras dividirse en dos bandos liderados respectivamente por el Capitán América e Iron Man, ha sido el sostén argumental de esta tercera entrega del héroe de las “barras y estrellas”, cuando lo más lógico hubiera sido que se encuadrara dentro de la de los propios “Vengadores”, pues en el film tienen cabida todos ellos y algunos más. La nada baladí cuestión acerca de un mayor control mundial sobre sus actuaciones (la firma o no de los llamados “Acuerdos de Sokovia”), dadas las desastrosas consecuencias de la mayor parte de sus intervenciones a escala planetaria es el punto de inflexión que divide a los bandos, además de añadir un giro dramático para que la cuestión “política” no sea tan preponderante y acabe por aburrir al público “palomitero”, que atañe especialmente al pasado de Tony Stark (en concreto, a la pérdida de sus padres), en el que se ve envuelto el Soldado de Invierno, que ya centrara la atención de la segunda entrega de la serie del Capitán y de la que esta se convierte por tanto en secuela directa.
Ese es el motivo por el cual Henry Jackman, de nuevo designado para acompañar las aventuras del “Vengador Alado”, recupera el motivo identificativo del personaje creado para el anterior film, una especie de desgarrador y horrible grito electrificado que hace acto de aparición desde el mismo prólogo ubicado en el pasado (“Siberian Overture”), en el que se muestra el mecanismo conductista que activa el funcionamiento del manipulado personaje a las órdenes de HYDRA. Tras este prólogo, los hermanos Russo, que vuelven a firmar la presente secuela, siguen incidiendo en el vehemente individualismo que caracteriza al personaje del Capitán América, que si bien en "Soldado de Invierno" sirvió para permitirle descubrir la infiltración de la organización parafascista HYDRA entre las filas de SHIELD (la agencia marvelita por excelencia de contraespionaje y vigilancia mundial liderada por Nick Fury), en esta ocasión le enfrenta a la disyuntiva de tener que someterse a un mayor control de la ONU a la hora de intervenir ante cualquier amenaza de escala planetaria. Más ante los daños colaterales producidos durante una misión de Los Vengadores en el continente africano ("Lagos"), en la que resulta arrasada toda una planta de un edificio de oficinas con el consiguiente coste de víctimas civiles, debido a la impericia de la Bruja Escarlata. En esta ocasión, Jackman mimetiza el fragmento “The Plot” (también echará mano del mismo en el corte titulado “Larger than Life”), que tanto en la serie como en la franquicia cinematográfica de “Misión: Imposible” servía como tema de acompañamiento a las arriesgadas operaciones del grupo y que siempre ha gozado de gran reconocimiento popular aun habiendo quedado ensombrecido por el conocido tema principal, debidos ambos a Lalo Schifrin.
Y es que son pocas las novedades que presenta Jackman, más allá del híbrido despliegue orquestal/electrónico con el que suele acometer sus trabajos. Es el atmosférico signo de los tiempos y al respecto el citado tema del “Soldado de Invierno” no puede ser más revelador (empleado muy coherentemente en “Boot Up”, durante el “reinicio” del programa de misiones que convierte en una máquina de matar al personaje tras la lectura del código de activación). Al estruendo de las rítmicas percusiones y el añadido de efectos (omnipotente sintetizador) con los que subrayar las impactantes secuencias de acción que presenta el film (“The Tunnel”, una trepidante persecución entre Pantera Negra, el Soldado de Invierno y el Capitán América; “Standoff”, “Civil War” y “Larger than Life”, un enorme bloque en el que estalla el referido enfrentamiento interno; “Clash”, en el que la lucha mano a mano entre Iron Man y el Capitán América llega a sus últimas consecuencias), a Jackman solo se le ocurre (probablemente porque nadie le ha pedido más) incorporar una especie de sonido exótico que semeja un sakahuachi con el que identificar a Pantera Negra, príncipe heredero del imaginario y misterioso reino africano de Wakanda, la nueva incorporación al supergrupo (“Ancestral Call”, “The Tunnel”, “Standoff”), y una especie de “sonoridad eslava” que recuerda a la balalaika (obtenida casi con toda probabilidad con un teclado procesado) para el nuevo malo de la función, Zemo (interpretado por Daniel Brühl), un ex-militar sokoviano (país imaginario ubicado en el este europeo y que justificaría tal floritura musical), resabiado por la muerte de su familia durante el combate entre Los Vengadores y Ultrón, acaecido en la segunda entrega fílmica del grupo (“Zemo”, “Closure”). Entre medias, algunos toques épicos de corte nacionalista diseminados a lo largo y ancho del metraje (“Civil War”, “Catastrophe”, “Cap´s Promise”), sea para destacar los patrióticos valores que indudablemente unos y otros ostentan a pesar de sus distintos puntos de vista, o para introducir a algún personaje en particular (“A New Recruit”, que acompaña el retorno de Ojo de Halcón, provisto de un insólito –dado el contexto- solo de piano), además de la presentación de un adagio dedicado a la parte más trágica de la historia, la vinculada a los progenitores de Stark (“Revealed”, “Making Amends”, “Fracture”, “Adagio”).
A partir de ahí, y a pesar de esa última buena idea (o intención cabría decir, dada su relativa impacto) de generar un tema de aliento trágico, la sensación que se apodera del aficionado no puede ser otra que la de la abulia que propicia un acompañamiento musical definido antes por el funcional subrayado que por la decepción ante la nueva oportunidad perdida (que también), dada la multiplicación de personajes que aparecen en pantalla, por completo desaprovechados y difuminados en aras de una aplicada intervención (algunas notas incipientes de los respectivos temas de los héroes más relevantes, debidos a Tyler y Silvestri, compuestos para las entregas previas) que nunca consigue identificarlos si no es a través de un pequeño y distintivo signo diferenciador (que no alcanza la categoría de tema, casi ni siquiera la de motivo musical), sin más trascendencia artística que la más aplicada de las ilustraciones. El gran problema de esta y tantas otras partituras de hoy en día. Eso, y la palmaria ausencia de pretensiones. Tiempos de escasez.
30-mayo-2016
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