Ángel Martín
El Goldsmith de los ochenta tiene, en mi modesta opinión, cuatro obras sobresalientes, que destanca sobre el resto, "Bajo el Fuego", "Legend", "Lionheart" y ésta que nos ocupa ahora, "El Final de Damien" o "The Final Conflict" en su título original en inglés. Estas cuatro partituras son obras capitales en la música de cine por la perfecta comunión con las imágenes y por su altísima calidad musical, calidad que nos habla de un compositor en toda su madurez creativa, pero que a la vez sabe aportar interesantísimas innovaciones. Porque, si bien "The Final Conflict" bebe en muchos de sus temas para "Freud", es también cierto que el uso de las voces y de unos ritmos que llegan a ser desbordantes en cuanto a su contundencia, elevan esta banda sonora hacia otra dimensión, a esa en la que se diferencia con claridad lo bueno de lo superior. Y en ese terreno es en el que Goldsmith logra trasladar en todo momento al oyente. Y lo más sorprendente es que lo haga para la tercera parte de una trilogía venida a menos, todo lo contrario de su banda sonora. Estamos ante la mejor, con diferencia, de las tres; superior a "The Omen", que básicamente aportaba como gran aliciente su impresionante tema principal. En "The Final Conflict", Goldsmith huye de este tema y realiza una composición completamente nueva y más interesante que su predecesora.
Ya desde su primer corte, "Main Title", Goldsmith nos resume lo que va ser una buena parte de la banda sonora; pero, ojo, sólo una parte, ya que nos reserva posteriormente algunas sorpresas. Las trompetas, que deben de anunciar el fin de los días o el comienzo del reino de los mil años (según se vea), nos dan la bienvenida en la apertura del tema. Inmediatamente entran los coros, entonando un himno majestuoso, auténtica piedra angular de la composición. Tras de este primer corte, el autor nos ofrece un pasaje más ambiental, que navega entre las aguas de lo tenebroso, "The Ambassador", magnifica interpretación del miedo y del suspense. Pero esto sólo es un breve apunte, ya que el lado más luminoso de esta composición aguarda para hacerse visible. "Trial Run" y "The Monastery" son sólo pequeñas aproximaciones a lo que será "The Second Coming", pues al contrario de lo que ocurría en las dos anteriores partes de la saga, en ésta entra en juego el elemento de esperanza (la segunda venida, el triunfo del bien sobre el mal). Cuestiones todas estas tratadas con mayor o menor fortuna en muchas otras obras y composiciones. Pero esto sólo es un remanso de paz que se ve pronto alterada por "A T.V. First", que con un inicio similar a "The Ambassador" confiando en tonos ambientales, deriva hacia una brutal concepción de rápidos ritmos eslavos, magnídficamente desarrollados por el californiano.
En el mencionado "The Second Coming" se alzan los coros para pregonar la segunda venida, pero a la vez las trompetas anuncian la próxima caída de Damien. "Electric Storm" deriva en un tema de transición donde se repite buena parte de lo expuesto anteriormente, partes pausadas que funcionan como el preámbulo a secciones rítmicas virulentas y la entrada exultante de coros.
Todo lo anteriormente expuesto no basta para hacer justicia a la obra de Goldsmith, sobre todo cuando ésta alcanza su punto culminante en el exultante "The Hunt". Curiosamente una banda sonora basada, en buena parte, en la brillantez del uso coral, tiene como mejor tema uno que prescinde precisamente de ellos. La orquesta (impresionante la National Philharmonic inglesa) se basta sola para representar toda la ferocidad de la caza del zorro en las campiñas británicas. Pero no es sólo una cacería lo que Goldsmith representa con tanta sabiduría, sino también la caza de un premio mayor, el alma humana. Construida entorno a un ritmo que comienza a ser marcado por las cuerdas, éstas ceden el protagonismo pronto a la sección de viento y metales, instrumentos de la orquesta que se van relevando para realzar la viveza de una composición que finalmente llega a su punto culminante cuando las trompetas pasan a interpretar el tema principal del score casi en su integridad. Y Goldsmith, en plena lucidez, finaliza el fragmento como lo empezó, pero matizándolo con el tono siniestro de unos metales en tono grave, unas cuerdas en acordes sostenidos y unas campanadas de aviso: el cazador ha conseguido atrapar a su presa.
En "The Blonding", regresan los coros desatados acompañadas por la orquesta. Aunque pronto son seguidos por una sección más calmada que sólo sirve de preámbulo a la interpretación por parte de los coros del tema completo con unas cuerdas sirviendo de contrapunto, en otra excelente muestra de fuerza por parte de Goldsmith. "The Lost Chidren", "Parted Hair" y "The Iron" son tres temas que reflejan todo los anteriormente expuesto, casi perfectas combinaciones de momentos álgidos con otros de un mayor sosiego pero que ocultan ese cariz misterioso, lúgubre y amenazante que en ningún momento del trabajo invita a la relajación.
En esta ocasión Varèse Sarabande ha realizado una edición de lujo que resalta la calidad de la obra de Goldsmith. Sólo se han añadido dos temas más, "The Statue" y "666", además de presentarse la versión completa de "The Final Conflict", tema que cierra la banda sonora (y la trilogía) en clave triunfal, con los coros entonando glorias y aleluyas ante la destrucción final del maligno. Claro que esto sólo es en apariencia, ya que Goldsmith nos recuerda con posterioridad, en lo que ya es la parte de los créditos de salida, cuál ha sido su visión musical. La parte coral vuelve a interpretar el tema central y un golpe de trompeta parece que poner fin a todo. Pero si dejamos que el CD continúe, podremos escuchar una susurros, unos rumores que parecen querer sugerirnos todo lo contrario.
Conclusión: la enorme cantidad de virtudes convierten a este score en el mejor de la trilogía. La edición Deluxe de Varèse (con un sonido impoluto con respecto a la irreegular edición anterior), resulta una buena excusa para deleitar nuestros oídos con este compacto imprescindible, ya que sin duda, "The Final Conflict" es una pieza capital en la obra de Goldsmith. Como curiosidad señalar que el maestro no se ocupó de dirigir la orquesta, delegó esta labor en un colaborador habitual suyo Lionel Newman.
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