David Serna
Desde que recibiera el Oscar en 2010 por la encantadora “Up”, la música de Michael Giacchino no es que haya evolucionado especialmente, ni haya rebasado la frontera de la sorpresa: lo cierto es que continúa instalada en unos márgenes de calidad absolutamente disfrutables y envidiables, que cinco años atrás determinaban su personalidad igual que hoy, con la misma asimilación de unos moldes sinfónicos y melódicos que hacían mucha (muchísima) falta en la actual banda sonora estadounidense, cada vez más reciclada y desorientada. Lo único que Giacchino ha necesitado (y seguirá necesitando, aunque lo tiene muy fácil) para revitalizar el terreno es tener la suerte de estar siempre en las películas adecuadas, no necesariamente las mejores, ni las más exitosas (ahí están “John Carter” o “Jupiter Ascending”), sino las más propensas a poder desplegar esa frescura que lleva dentro, ese coqueteo sano e inocente con el neosinfonismo que tanto dignificó la banda sonora hace tres décadas. No en vano, a cada nuevo “Star Trek”, cada nueva entrega de “Planet of the Apes”, cada nueva película de Pixar, Giacchino está ocupando el claro lugar de sus modelos en espíritu, esos Goldsmith, Horner o Poledouris que en paz descansen o esos Broughton, McNeely o Silvestriabandonados por la propia industria.
Sin embargo, en el caso de Giacchino hay una gran diferencia: mientras que algunos de aquéllos se abandonaron a sí mismos (tuvieron grandes proyectos, pero los desperdiciaron terriblemente), el autor de “The Incredibles” no ha dejado de estar al pie del cañón, sin bajar la guardia en ningún momento. Su tesón y, en gran medida,la confianza de su trouppe de colegas (esos J. J. Abrams y Brad Bird que se retroalimentan y benefician de su mutuo talento) le han llevado a convertirse en el compositor más solicitado (y posiblemente apropiado) para los fastos de la industria yanqui, cosa verificable este año con su presencia nada menos que en “Jurassic World”, “Inside Out” y la única que se ha estrellado en taquilla, la ambiciosa producción Disney “Tomorrowland”; un fiasco comercial que, en cualquier caso, ha seguido resultando perfecto para las posibilidades expresivas de Giacchino, empapado de los requisitos del cine de género (aventuras, fantasía, ciencia-ficción… todo en uno) con los que el compositor más disfruta y mejor se desenvuelve.La factura “familiar” del producto, además, siempre obliga a conciliar sus muchos elementos en jaque, permitiendo que Giacchino despliegue un festín musical de primer orden, perfectamente compensado para convencer y dejarse llevar. Son las ventajas de componer para este tipo de cine tan codicioso: por mucho que los riesgos del argumento puedan conducir al más estrepitoso batacazo, el músico siempre goza de un mayor abanico de recursos, pudiendo elegir entre muchos frentes y aprovechando esa diversidad para salir mejor parado que nadie.
Para hacer más creíble la confusa historia de una joven que quiere ser astronauta y un niño prodigio de la ciencia, enrolados en un enigmático viaje en una dimensión más allá del tiempo y del espacio (aunque ese idílico lugar sea claramente la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia),Giacchino juega con tres melodías principales e infunde al conjunto sus necesarias dosis de trascendencia y ensoñación, con un sentido del sinfonismo (rematado con coros) que recuerda mucho alHorner de sus mejores años. La primera melodía (la más floja) es la que abre la partitura: unas cándidas notas que Giacchino envuelve en un halo de magia para instalar al oyente/espectador en una suerte de cuento misterioso, donde Tomorrowland es siempre la incógnita a despejar (“A Story About the Future”, y luego en “A Touching Tale”, “Electric Dreams” y “Pins of a Feather”). Más empaque demuestra en el segundo tema: una melodía sentimental y esperanzadora que quiere avanzar “algo grande” (tímidamente presentada en “Boat Wait, There´s More!”) y que luego encuentra, en efecto, un desarrollo más pleno y épico (en “What an Eiffel!” y “Pins of a Feather”). Pero, sin duda, es el tercer leit-motiv el que define el espíritu de la banda sonora y el que más entronca con el sinfonismo de los 80 y con el mejor Horner: un emocionante tema (presentado mágicamente en “You´ve Piqued my Pin-Trist”) que condensa todas las expectativas de los protagonistas y cuya ilusión culmina en las intensas piezas del desenlace (“Electric Dreams”, “Pins of a Feather” y el estupendo “End Credits”), momento donde Giacchino se explaya a lo grande y confirma que sus referentes (lo que pudieran ser esos Williams, Horner, etcétera) no son más que él mismo.
Y es que toda esa asimilación de un lenguaje que necesitaba resurgir con firmeza encuentra en él una voz clara y contundente, a diferencia de otros sinfonistas americanos más curtidos que, también por no encontrar las películas adecuadas, no han acabado de definirse en las últimas décadas (léanse Debney o McNeely). El discurso de Giacchino es ya inconfundible y parece haber venido para no marcharse, por más que sus ostinatos, su rítmica y su polifonía beban de Goldsmith y Williams (pasajes de acción tan vibrantes como “All House Assault”, “The Battle of Bridgeway” o “Pin-Ultimate Experience”, el mejor de la partitura), su empleo de los metales remita nuevamente a Horner (“Pin-Ultimate Experience” o “Pins of a Feather”) o incluso emule el sonido “novedoso” de algunas películas y series de televisión de los años 50 para dibujar la parte más “científica”, con un singular piano ascendente y descendente (en “You´ve Piqued My Pin-Trist” y “Sphere and Loathing”, donde tiene en mente al Herrmann de “The Day the Earth Stood Still”) junto al extraño diálogo que viento y metal sostienen en la misma “Sphere and Loathing”, sin duda la pieza más original de una banda sonora que, junto a la admirable “Inside Out” (seguramente su próxima nominación al Oscar), merece figurar entre los mejores y más memorables logros del último Giacchino; ese compositor que, aunque parezca que ya no va a sorprender, tampoco tiene intención alguna de defraudar.
23-septiembre-2015
|