Frederic Torres
Para esta producción internacional encabezada por Venezuela centrada en la figura histórica de Simón Bolívar, líder de la independencia sudamericana cuyo sueño (truncado) fue fundar un único estado para toda Sudamérica, en la que ha participado España (con fecha de producción de 2013, aunque estrenada en la mayor parte del mundo durante 2014), no se han escatimado medios tanto en lo que al reparto se refiere, encabezado por Edgar Ramírez, que también ejerce de productor ejecutivo del film (y de poco parecido con el Bolívar real, que tiraba más bien a bajito y cuerpo de escaso peso), quien va alternando grandes trabajos actorales como el del terrorista Carlos en el homónimo film–serie de Olivier Assayas, con superproducciones norteamericanas mediante las cuales intenta hacerse un nombre internacional (su papel de “Ares” en “Ira de Titanes”, por ejemplo), seguido de María Valverde e Imanol Arias (quien ya trabajó con el director, Alberto Arvelo, en la reconocida “Una Casa con Vistas al Mar”) como cabezas visibles de la parte española (también figura Danny Huston interpretando al general Torkington, aliado de Bolívar, de parte norteamericana), así como con vistosas localizaciones y un equipo técnico de primera línea en el que, por ejemplo, los editores y mezcladores de efectos de sonido, diálogo y música de la película han sido nominados en 2015 al “Golden Reel” por la especializada asociación “Motion Picture Sound Editors” norteamericana. De entre todo el elenco técnico-artístico destaca el compositor de la música del film, Gustavo Dudamel, reputado director de orquesta venezolano, uno de los fundadores de “El Sistema”, como se conoce a la ejemplar estructura de enseñanza musical que lleva años funcionando en aquel país con unos excepcionales resultados y que ha llevado a la formación de la “Orquesta Simón Bolívar”, de la que Dudamel es titular y con la que realiza habitualmente giras mundiales y grabaciones discográficas con los mejores sellos especializados a partir de un repertorio que incluye tanto la ortodoxia (clasicismo y romanticismo), como cierto exotismo propio de la obra de algunos compositores contemporáneos de origen americano (en la amplia y literal acepción del término). El mismo director del film, Arvelo, ha realizado un par de documentales sobre el tema como “Tocar y Luchar”, así como el explícito “Dudamel: Let the Children Play”. Vale la pena, en este sentido, para hacerse una idea de la inmensa labor y resultados de esta metodología, efectuar una escucha de los álbumes "Fiesta" y “Discoveries” (editados, al igual que el presente, por la prestigiosa “Deutsche Gramophon”), ambos bajo la batuta del director venezolano y con un rico y variado programa musical.
Con estos antecedentes, la experiencia de Dudamel en su aproximación a la música cinematográfica no puede resultar más satisfactoria, componiendo una partitura de notable sabor local pero especialmente asentada en una estructura dramática dados los planteamientos narrativos de factura más bien clásica (el romance con María Teresa o la educación liberal de parte del profesor Rodríguez, presente ocasionalmente por exigencias del guión). Y es que una parte del metraje fílmico lógicamente se emplea en mostrar los chanzas personales del personaje, en cuyo deambular por las cortes europeas conoce a María Teresa (María Valverde), de la que se enamora y convierte en su esposa (“Regreso a Venezuela”), dedicándole Dudamel un extenso y elaborado tema (“María Teresa”) expuesto por la flauta (probablemente una quena o algún tipo de la gran variedad existente de pan), que supera los seis minutos de duración y funciona como convencional tema de amor (aunque provisto de un gran lirismo). Ello, tras un prólogo inicial en “tiempo presente” (con un virtuoso plano-secuencia) en el que Bolívar es cercado por los españoles (“El 25 de Septiembre de 1828”), convertido ya en uno de los más peligrosos revolucionarios del continente (y en el que también se introduce el otro tema de amor dedicado a la amante y compañera revolucionaria, “Manuela”, que dispondrá de su propia exposición con posterioridad, de menor desarrollo que el de María Teresa ya que apenas alcanza los dos minutos de duración), momento que el realizador deja en suspenso para introducir a continuación los avatares que van a determinar la trayectoria de Bolívar y en el que Dudamel presenta su tema central con las trompas (inicialmente pensó también en las flautas, como símbolo del alma americana), de características épicas, por tanto, y con toques marciales de percusión (la caja), dado el obligado carácter militar adquirido por Bolívar en su cruzada independentista. La elección del compositor se fundamenta (según el propio Dudamel se encarga de explicar en su web: gustavodudamel.com) en querer construir una fanfarria al modo de la “Fanfare for common man” de Aaron Copland, para así reforzar la idea de que el líder sudamericano fue un hombre como cualquier otro que en un momento dado asumió su condición revolucionaria tras una serie de trágicas vivencias personales. Que el disco se abra con “Quien Puede Detener la Lluvia”, fragmento desubicado cronológicamente (en el disco debería figurar tras el titulado “Destierro a Cartagena”), probablemente se deba a que los bloques musicales citados, a pesar del color que otorgan las flautas (interpretadas por el especialista étnico Pedro Eustache, quien aparte de la quena y las de pan, posiblemente haya empleado también ocarinas), como la percusión, también nutrida de componentes folclóricos, están provistos de ese dramatismo que caracteriza la mayor parte del score siendo precisamente este fragmento uno de los más épicos y vistosos, travestido por su ubicación en una especie de obertura.
No obstante estas buenas intenciones, su fanfarria acaba resultando un tanto roma, demasiado plegada al canon convencional clásico cinematográfico (el que ahora mismo pueden representar compositores como Horner, Newton Howard, Shore o el mismo Williams), pues aunque la poderosa personalidad del director venezolano, quien en principio iba a encargarse sólo de la supervisión musical del film, logra sobresalir y estar presente en todos y cada uno de los rincones de la partitura, esta queda a un paso de la consecución plena que la excepcionalidad requiere probablemente a causa de la adaptación efectuada por William Ross, compositor norteamericano más plegado y acostumbrado a los estándares comerciales. Esto se aprecia desde los fragmentos más livianos (“París”, “Fanny du Villers”), en el que los pizzicatos otorgan carácter a la vida disipada de Bolívar en su exilio personal europeo tras la pérdida de su amada y frágil María Teresa, a los más dramáticos como “Destierro a Cartagena” (bloque en el que tras el inicial exotismo –flautas y percusión- que acompaña el plano aéreo de la jungla a la que es desterrado Bolívar para purgar sus iniciales escarceos revolucionarios, le sucede una secuencia de gran intensidad dramática, sustentada en la cuerda, que asienta la toma de conciencia de Bolívar al observar la enorme pobreza de los habitantes de aquel paraje tras una disputa por el robo de sus botas), o la magnífica “El Paso de los Andes”, en la que el “Coro Nacional Juvenil”, de nuevo con la complicidad de la cuerda, potencia el sacrificio casi suicida de la marcha a través de la cordillera sudamericana de los seguidores del llamado “Libertador”, pasando por los más épicos, como el caso de la citada “Quien Puede Detener la Lluvia” (que muestra cómo se va extendiendo la revolución entre el pueblo –ricos criollos, olvidados y confinados indígenas, mulatos de todo tipo y condición-), “Ellos Están con Nosotros”, en el que se insiste en el aspecto popular del denominado movimiento bolivariano, con un lírico inicio a capella del Coro que da paso al tema central expuesto en las trompas y la cuerda, o “Angostura” y “Boyacá”, en la que el metal y la percusión ilustran la batalla que abre el paso a la conquista de Bogotá, capital y sede del grueso de las tropas realistas.
De este modo, la gravedad de secuencias como las de “La Caída de la República”, “Muere el Mariscal” (en la que los efectos de sonido desaparecen a favor de la intervención solista infantil multiplicando de este modo el efecto de la muerte en batalla de Torkington) y la final “El Último Viaje”, en la que Bolívar cae víctima de una emboscada y heroicamente, comprendiendo que ha sido traicionado, evita dar la espalda al enemigo para no ser ejecutado como si hubiera tratado de huir (su certificado de muerte real especifica que fue por tuberculosis), es sinónima de efectividad pero a un paso de obtener la cima emocional que diferencie una obra bien trabajada, correcta y funcional, de otra capaz de valerse por sí misma más allá de las cualidades aplicadas para las que fue concebida, como sería de desear. La solemnidad de la percusión del citado último fragmento que da paso a las trompas en la exposición del tema central, acompañadas por el coro en un crescendo que acabará por dar paso a un par de solos, primero de trompeta (con el motivo principal), seguido de otro de piano (con el de María Teresa), para que con su lirismo se potencie el trágico final del personaje es una buena idea pero en absoluto novedosa. Su conclusión discográfica denota, pues, cierta orfandad épico-legendaria que la talla del personaje abordado proporcionaba. Y aunque en su página web Dudamel explica que la música cinematográfica no es una ópera y que por tanto no debe explicitar en demasía las emociones reflejadas en la pantalla a riesgo de caer en la impostura, la ausencia de tema diegético alguno y de los créditos finales (en el film, una suite montada sobre el grueso de temas centrales) resta espontaneidad en favor de un dramatismo que contrariamente a lo deseado reduce la organicidad reclamada en el planteamiento inicial al inevitable relato ejemplarizante de un personaje que hoy en día (como ocurre con el “Che” Guervara) sigue siendo fuente de inspiración y conflicto, según sea el signo político de quien lo invoque y pronuncie. Demasiadas veces en vano.
8-julio-2015
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