José-Vidal Rodriguez
Una década antes de que los estudios Marvel rompieran la tendencia bajista de un género tan fecundo en términos cinematográficos como el cómic, los intentos por recuperar viejos héroes de las viñetas seguían generando grandes y sonados descalabros en el Hollywood del despilfarro. Uno de los pocos “vírgenes” en el celuloide era el personaje del Juez Dredd, jurado y verdugo pseudo-fascista de un futuro tiranizado en nombre de la ley. Creado a finales de los 70 en el Reino Unido por el guionista John Wagner y el dibujante Carlos Ezquerra, su amplia legión de seguidores suponía una oportunidad de oro para que Sylvester Stallone agotara sus últimas balas como icono de acción, y para que el joven londinenseDanny Cannon se fogueara en la dirección tras su interesante debut con ”The Young Americans”. Sin embargo, no puede decirse que el resultado superara siquiera el aprobado. Con un rodaje caótico y una post-producción que a base de recortes a punto estuvo de convertir la cinta en un mero cortometraje (todo ello ante los ojos de un director perdido y vapuleado por su propio estudio), pocos alicientes se presentan al espectador. Ni la presencia siempre estimulante en el reparto de Max Von Sydow ni el buen hacer de esa mujer en mayúsculas llamada Diane Lane, lograron levantar una de las peores adaptaciones al comic que se recuerdan en los últimos tiempos, y no en vano son precisamente sus despropósitos los que a día de hoy siguen bien presentes en el espectador (el colmo de la estupidez fue el co-protagonismo de un payaso sin gracia como Rob Scheider).
Aunque inicialmente Jerry Goldsmith se había comprometido con su amigo y coproductor de la cinta Andrew Vajna, quizás el maestro descubriera pronto el berenjenal que le esperaba y agarró la puerta de atrás alegando supuestos problemas de agenda, no sin antes componer una potente pieza que se usaría en las salas acompañando el tráiler del filme (“Judge Dredd Trailer“). La patata caliente pasaba ahora a las manos de un Alan Silvestri cada vez menos prolífico, pese a que por entonces aún estaba reciente su nominación al Oscar por la magnífica ”Forrest Gump”. Musicalmente hablando, todo en ”Judge Dredd” debía ser grande, enfático y musculoso, teniendo en este caso el score una necesaria función de “parche sonoro” ante los desatinos narrativos y visuales con los que le tocaba lidiar al compositor. En tal escenario, pocos pueden discutir que Silvestri sigue siendo a día de hoy uno de los autores que mejor manejan la contundencia orquestal, conservando un sello estilístico que le permite abordar registros aparatosos con cierta elegancia y sensatez, algo por otro lado tan poco habitual en otros colegas actuales; de ahí que su elección para "Judge Dredd" sea, sin género de dudas, uno de los pocos aciertos a reivindicar del filme.
Así las cosas, el gran aparato orquestal, con una sección de percusión expandida para la ocasión y la más que correcta mano en las orquestaciones de William Ross, caracteriza de principio a fin un trabajo sólido e inusualmente rico en matices, sobre todo si tenemos en cuenta el desdibujado producto blockbuster al que va destinado. Como gran representante de la escuela old-fashioned de los 80, Silvestri pone gran énfasis en presentar una partitura temática que descanse sobre un motivo reconocible y asociado principalmente al héroe en cuestión, pero que también alude en determinados instantes a la inmensidad de “Mega City”, la futurista y decadente ciudad en la que Dredd impone su ley. Este tema central muy pronto sonará reconducido hacia una espectacular marcha (“Block War”) de talante marcial y pseudo pretoriano, como representación ominosa del personaje. No cabe duda que su contundencia y maleabilidad la convierten en uno de los mejores temas del Silvestri de los 90, por lo que el autor, muy consciente de su acierto, explota de manera impecable las posibilidades del motivo a lo largo y ancho del score. Particularmente interesante resulta su versión introspectiva a maderas, un ejemplo de armonización de lo bombástico hacia registros no exentos de cierta sutileza (“Hidden Photo”, “The Law”).
No parece casual por tanto, que partiendo de un main theme tan logrado el compositor se sienta -una vez más- como pez en el agua en la recreación de lo bombástico. Los bloques de acción se configuran como auténticos tours-de-force en los que la destreza de la orquesta es puesta a prueba continuamente, y si no véanse cortes como “Council Chaos” o la parte final del “Shuttle Crash”. Con la introducción de secciones corales, Silvestri logra alcanzar con su música un un excelente dramatismo épico, a priori inimaginable para una cinta de estas características. Claro ejemplo de lo anterior es el corte “Judgement Day”, que desde un tono trágico y casi bíblico describe el destierro del protagonista en aplicación estricta de una ley que él mismo venera. Pero el autor aplica también los coros, esta vez de forma más sutil y soterrada, para otro motivo musical trascendente en la trama: el asociado a Ricco, hermano clonado de Dredd y su principal amenaza el filme. Pese a las dotes poco afortunas de Armand Assante en el papel, su poder es perfectamente retaratado por Silvestri reutilizarando otra poderosa marcha (“New Order Montage”) como contraria a la usada para el protagonista.
Más de uno podría pensar que la adrenalina y el músculo acaparan aquí todo el discurso musical del compositor. Sin embargo, Silvestri aborda con corrección los –escasos- instantes de reflexión o introspección (generalmente dedicados al pasado del héroe o a su relación con el personaje de Diane Lane), integrándolos en el tono global del score con bastante pulcritud, caso del “Hershey´s Apartment” o “Twice You Owe Me”. Por si fuera poco, el neoyorquino recoge el testigo de su anterior ”Predator” a la hora de cuidar el acabado de aquellos bloques, a priori más inaccesibles, que conforman el subrayado menos expreso y ambiental de la partitura (“Janus!”, “I´ve Heard It All”), una circunstancia que ayuda sobremanera en su audición aislada.
Teniendo en cuenta la indiscutible calidad de la obra y coincidiendo con el 20º aniversario de su estreno, no podemos sino felicitar efusivamente al sello Intrada por la recuperación de este meritorio trabajo en su forma íntegra, de tal modo que los aficionados podrán disfrutar tanto de la música que se usó en el filme (Cd 1), como de las sesiones iniciales de grabación en Londres con multitud de temas y bloques eliminados del montaje (Cd 2), amén del inevitable programa de relleno de la edición comercial original de 1995. Como bien publicita la discográfica, nos encontramos con más de dos horas de música para un filme que no rebasaba la hora y media de duración. Y lo cierto es que la audición completa depara al aficionado no pocos instantes de disfrute musical con un estilo compositivo que, por desgracia, ya pocos filmes y productores requieren en nuestros días.
11-junio-2015
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