Antonio Pardo Larrosa
¡El autor, el autor!… gritaba Groucho Marx, -Gordon Miller- productor de tres al cuarto cuya alocada empresa le lleva a montar la obra teatral de un joven autor novel mientras espera que algún capitalista –caballo blanco- le caiga del cielo para iniciar los preparativos de la función en la disparatada película “El hotel de los líos”. Pues bien, ¡el productor, el productor!... Es lo que hoy en día se grita en los ajetreados pasillos de los estudios cinematográficos de Hollywood cuando se decide poner en marcha el mecanismo musical de una superproducción de estas características. Los tiempos cambian y no para mejor, pues esa maravillosa relación creativa que antaño existía –todavía hoy algún quijote se resiste a sucumbir bajo los brazos de estos gigantes de medio pelo- entre director y músico ha sido sustituida por la del “productor-productora”. En las últimas décadas podemos encontrar tándems cinematográficos que uno no olvida fácilmente, como son los formados por Spielberg y Williams, Shaffner y Goldsmith, Preisner y Kieślowski o Burton y Elfman, relaciones que muy a nuestro pesar van desapareciendo por razones bastante evidentes. No es este el texto apropiado para exponer las distintas explicaciones socio-culturales –también económicas- que dan respuesta a las numerosas preguntas que asaltan al aficionado de a pie cuando contempla atónito lo que está sucediendo a su alrededor en el cine de hoy, pero si es necesario denunciar la situación que existe en la industria cinematográfica actual para entender la realización musical de la obra ”Exodus, Gods and Kings” co-escrita por Alberto Iglesias, Federico Jusid y Harry Gregson Williams.
”Exodus: Gods and Kings” está dirigida por el británico Ridley Scott, un cineasta que, como vulgarmente se dice, no es ni la sombra de lo que antaño fue. Lejos quedan sus primeros opus, ”Alien” (1979) y “Blade Runner” (1982), esta última basada en la novela del escritor Philip K. Dick, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, que para el que esto escribe constituyen no solo dos de sus mejores trabajos sino también dos de las mejores cintas de ciencia ficción jamás rodadas. Si algo define a estas dos primeras obras de Scott es la acertada elección de sus bandas sonoras que tuvieron como protagonistas al desaparecido Jerry Goldsmith y al maestro de los sintetizadores Vangelis. Después tendríamos que remontarnos hasta la época de su oscarizada ”Gladiator” (2000), compuesta por el teutón Hans Zimmer, para encontrar su última gran relación creativa. En estos últimos años el apartado musical de sus películas (”Robin Hood” (2010), “Prometheus” (2012)) ha estado en manos de la figura del productor que ha errado en la mayoría de sus decisiones. Teniendo en cuenta esta particular idea sobre la producción musical llevada a cabo en la industria norteamericana de nuestro tiempo es fácil entender la elección de los tres compositores seleccionados para poner música a su última superproducción.
”Exodus: Gods and Kings” es la última adaptación cinematográfica basada en la historia de Moisés. Lejos queda la maravillosa interpretación del texto bíblico que realizó allá por los años cincuenta Cecil B, Demille en una superproducción que contó con un de las partituras más inspiradas de la historia del cine, música compuesta por un jovencísimo Elmer Bernstein durante la época dorada del cine épico e histórico. Ahora, ni lo uno, ni lo otro. No solo Scott fracasa con la historia, deslavazada y abrupta donde los nexos narrativos brillan por su ausencia, sino que también lo hace su compositor, el español Alberto Iglesias. Qué al director la música “le importa un pimiento” es algo que ya sabemos desde hace bastante tiempo, pero que además sea capaz de contratar no solo a uno, sino a tres músicos para contar la historia me parece una auténtica tomadura de pelo. La música de ”Exodus” es una muestra más que evidente de la mezquindad que algunos productores o directores muestran por el trabajo de los artistas. Escuchar la partitura de Alberto Iglesias es como jugar al clásico juego del “veo, veo, que ves…”, ya saben, el de las adivinanzas, a cuya pregunta podríamos responder: “…Que no veo nada, no te veo, Alberto”. ”Exodus” es un producto musical de laboratorio que se gesta antes en una sala de reuniones que en el propio estudio del compositor. La productora tenía muy claro la clase de producto que quería comprar y esta no iba a dejar que el personal estilo de nuestro músico más internacional diera personalidad a la película, pudiendo arriesgar el resultado final. Lo que el director/productor pretendía es que la música sonara a lo de siempre dándole igual si el artífice de esta se llama Alberto Iglesias, Hans Zimmer, Marc Streitenfeld, Harry Gregson Williams o cualquier otro asalariado de la mega factoría mediaventures. Antes de entrar en las entrañas de la partitura debemos preguntarnos cuál hubiera sido el resultado de ”Exodus” si las manos de Alberto Iglesias no hubieran sido maniatadas por las exigencias de la producción, quién sabe…
La partitura inicia su recorrido de un modo convencional (“Opening/War room”) utilizando la voz y el duduk como únicos protagonistas en un comienzo que recuerda demasiado a los planteamientos musicales utilizados por Horner o Debney en alguno de sus trabajos. Más allá de estas puntuales coincidencias, son dos los leitmotivs que articulan la partitura, siendo el primero (“Leaving Memphis”) una melodía asociada al esplendor del antiguo Egipto y a sus dos príncipes, Moisés y Ramsés, que el músico/os interpretan utilizando el poder faraónico de los coros, las trompetas a modo de fanfarria y nuevamente los instrumentos tradicionales. Esta bella melodía carece de personalidad pues más parece un producto mediaventures que una idea escrita por la mano del propio Alberto. Pero es en el corte “Moses in Pythom” donde la influencia de Zimmer y su “Prince of Egypt” es más que evidente mostrando el enorme trabajo de producción al que antes hacía mención. A medio camino entre Ramsés y Moisés se encuentra la nostalgia del amor perdido que Iglesias describe utilizando una melodía (“Goodbyes”) delicada y pausada que prepara a Moisés para la gran aventura del desierto, los vientos y las cuerdas conducen al príncipe hebreo hacia el Sinaí, lugar donde tendrá a Yahvé como único testigo de su faraónica hazaña. Una mirada hacia su pasado egipcio vuelve a introducir la primera gran idea de la obra que se muestra ahora en todo su esplendor. Por el contrario, el segundo leitmotiv describe el inmenso poder de Yahvé (“Into the Water”), utilizando una efectista melodía tejida con la fuerza de los coros, la cuerda y una potente percusión inspirada en Harry Gregson Williams, en una más que desafortunada variación de su fantástico leitmotiv para la saga de “Narnia”. La idea es la de mostrar el poder de Dios ante el poder del faraón, el dios mortal de Egipto. Estas dos ideas contrapuestas desembocan en la frase que cierra la obra (“The ten commandments”), un epílogo que podría haber deparado el tercer leitmotiv, sin duda, pero que acaba tristemente en agua de borrajas terminando por ahogar la esperanza que teníamos de encontrar en ”Exodus: Gods and Kings” la original voz de Alberto Iglesias. La partitura se completa con números temas de acción (“Ramse´s Orders/Tsunami/The charriots!) que no hacen sino corroborar la idea expuesta sobre la producción de esta película. Temas contundentes, efectistas y en ocasiones un “pelín” –unidad de medida española- sobreactuadas por la recargada utilización de los coros hacen del score un corta y pega demasiado convencional que anula por completo la particular y original escritura del autor vasco.
A tenor de todo lo expuesto con anterioridad cabe preguntarse qué es lo que hace el señor Alberto Iglesias en una superproducción de esta envergadura sabiendo a priori que todo el proceso musical recae en la labor de producción; la verdad es que aún no lo sé. Como tampoco entiendo la escasa confianza depositada en nuestro músico, confianza que la productora comparte con otros tres. Ahora bien, si lo que ha pretendido la productora es aprovechar el tirón comercial de la “Marca España” para dar un toque de distinción a los créditos de su película y así conseguir que el músico amplíe sus relaciones dentro de la industria norteamericana pensando en las próximas ediciones de los Oscars o, siendo menos prosaico, en futuros proyectos comerciales, pues a buen seguro que lo han conseguido. Y a partir de aquí qué, pues solo el faraón lo sabrá…
31-diciembre-2014
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