Miguel Ángel Ordóñez
A finales de los 50, Johnny Green era el director musical de MGM y veía como por sus manos pasaban todas las decisiones musicales de la Compañía. “Saddle the Wind”, un western crepuscular alrededor de la figura de un expistolero (Robert Taylor) que se ve arrastrado a su antigua vida por culpa de un fogoso hermano menor (John Cassavettes), había pospuesto su estreno por 6 meses (de Junio de 1957 a las navidades de ese año) debido a diferentes problemas con el desenlace de la historia.
En el verano de 1957, el compositor de la MGM para westerns de segunda categoría Jeff Alexander, había dado por concluido su trabajo, un score que duraba alrededor de los 55 minutos para una película que rebasaba los 100 de metraje. Seis meses son un largo trecho en el mundo del cine y el rodaje de un nuevo final, junto a la supresión de un puñado de escenas, condujo a que el estreno previsto del film para diciembre de 1957 necesitara una música nueva para su definitivo metraje de 83 minutos (la película era estrenada en marzo del 58). Johnny Green no había quedado disgustado del trabajo realizado por Alexander (de hecho este siguió componiendo numerosos westerns para la MGM durante los 60 y 70), pero encargó la confección de un score completo a una de las grandes estrellas emergentes de la productora: Elmer Bernstein.
Tras experiencias previas en el género, como “Battles of Chief Pontiac” (1953), “Drango” y “The Tin Star” (1957) o la exitosa serie para televisión “Gunsmoke” (1955), Bernstein afronta el proyecto sin conocer de la existencia del trabajo de Alexander. De hecho, los músicos por aquella época no eran consultados ni puestos al corriente de los problemas derivados de la realización de cualquier film. Debido a los cortes en la película, el trabajo que realizó Bernstein superaba escasamente los 30 minutos.
FSM, con la edición de este disco, nos permite, como aliciente principal, observar como espectadores el diferente tratamiento musical que dos compositores, sin conocer uno la aproximación del otro, pueden tener frente a un mismo proyecto. El resultado es cuanto menos curioso. Primero porque descubre ciertas similitudes desde el punto de vista temático, ambos potencian el suspense, mientras se alejan en el concepto subyacente: Bernstein se centra en los aspectos psicológicos del film, en el enfrentamiento generacional de los hermanos, en los miedos que la actuación insensata del joven provoca de reflejo en el pasado del mayor, mientras Alexander realiza un trabajo más convencional en una aproximación trágica que estiliza el romanticismo implícito en la figura de la tercera en discordia , Joan (Julie London). Dos estilos, dos partituras, dos películas totalmente distintas.
Ambas acuden a la canción compuesta por el dueto Jay Livingston y Ray Evans, “Saddle the Wind”, como punto de unión en el retrato del personaje de Joan, contrapunto a la historia de violencia sobre la que gira el argumento. Mientras Bernstein deja entrever las constantes que le llevarán a ser el compositor mas reconocido del género, fusionando breves ritmos sincopados con artificiales temas de acción donde la triple figura en el metal ejemplariza la violencia (recordemos “Men in War”), Alexander compone apegado a las normas clásicas que desde décadas atrás configuran el paisaje musical cinematográfico, asociando cuerda fría y distante con historia de suspense y ostinatos al metal con incipiente violencia (de hecho el componente que sufrió mas cortes por parte de la productora). En el fondo la vanguardia contra el inmovilismo, la búsqueda de nuevas soluciones musicales frente al catálogo de situaciones que Herrmann y sus coetáneos habían legado a la música cinematográfica.
Así, Bernstein acude, para ilustrar el elemento de demencia presente en el personaje de Cassavettes a un solo de flauta enfrentado a trémolo en la cuerda (“Tony´s Gun”), empleando economía de medios y sutileza, mientras Alexander apuesta por la descripción patológica asociada al empleo de órgano y vibráfono, instrumentos ajenos a la paleta orquestal del género para llamar la atención cognoscitiva (“Gun Crazy Tony”). Si el primero acude a la triple figura al metal a la hora de mostrar la acción violenta de los personajes (“Dallas Shoots”), con repetición de figuras para remarcar el elemento obsesivo, patológico, el segundo realiza una aproximación similar al metal potenciando los ascensos y descensos de notas para mostrar el desequilibrio (“Aftermath”).
Amén de estas similitudes que en el fondo esconden dos concepciones diferentes sobre la música, Alexander acude casi exclusivamente a versionar como tema central la canción de créditos, mientras Bernstein introduce una nueva melodía (“Tony´s Surprise”) donde la dinámica y el ritmo coplandnesco introducen las constantes que elevaran a mito su partitura, dos años más tarde, para “The Magnificent Seven”.
Sendas partituras son válidas en sus planteamientos, afines en su escucha. Lamentablemente la carga psicológica y los elementos de suspense en los que se centra la historia acaban mostrando un híbrido entre géneros, que sin apostar por la abierta vitalidad del western, tampoco lo hace por la sustantividad del drama, alcanzando la escucha momentos de terca monotonía.
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