Frederic Torres
Tras el buen sabor de boca que “El Origen del Planeta de los Simios” dejó en el paladar del espectador, había expectación por esta secuela dado el cariz que los acontecimientos tomaban en la parte final de aquel film, cuando la rebelión encabezada por “César” (interpretado por el habitual en estas lides virtuales, Andy Serkis), el simio mutante inteligente, tomaba cuerpo hasta conseguir su inmediato objetivo, la colectiva fuga del zoológico acompañado de sus semejantes, así como la posterior huida y establecimiento en el parque natural de sequoias próximo a la ciudad de San Francisco, tras la exitosa estrategia de batalla empleada para salir de la ciudad a través del conocido “Golden Gate”. Musicalmente hablando, el anuncio de la asignación de la partitura a Michael Giacchino también había conseguido elevar ese nivel de expectativas dado el incoloro trabajo, carente no ya de originalidad, sino de inventiva y de cualquier atisbo de significación distintiva o melódica, llevado a cabo por Patrick Doyle en el film. También porque el mismo hecho de tener a Giacchino entre el elenco artístico genera a estas alturas, tras una solvente trayectoria que comprende todo tipo de proyectos (de mayor o menor envergadura) y también de reconocimientos (Oscar incluido), unas perspectivas que van más allá del eficaz cumplimiento de las obligaciones del trabajo, pues cada nueva composición es esperada por el aficionado con las más que probables certidumbres de encontrar, en su ya reconocible voz, atisbos de novedades dignas de tildarse como tales, agrandando paso a paso su figura, instalada definitivamente entre la de los más destacados artistas de la disciplina que en el panorama cinematográfico actual se pueden contar.
Y cabe reconocer que el compositor ha logrado estar al suficiente nivel de aquello que se esperaba proporcionando una partitura de una calidad incuestionable, falta, quizás, de mayor originalidad (sobre todo, si se compara con la magnitud de la inventiva desplegada por Jerry Goldsmith en el primero de los títulos de la saga) pero provista de una dimensión épica a la altura de la que ofrece el film gracias a un entramado que se apoya sobre dos temas principales, el primero de los cuales presenta, asociado a los aspectos civilizados que ostentan tanto simios como humanos, unas características líricas que dotan de una perspectiva dramática al film desde el inicial y apocalíptico “Level Plaguing Field”, en el que la música funciona como contrapunto a las escalofriantes noticias de la plaga que asola a la raza humana, seguido del inmediatamente posterior y majestuoso “The Great Ape Processional”, que describe el desfile de los orgullosos simios tras su cacería de ciervos, convertidos en una civilización paleolítica de cazadores-recolectores, prorrogado en “Past their Primates”, siguiente de estos iniciales fragmentos de apertura del disco, en el que se produce el nacimiento del segundo hijo de “César”, elevando con ello la trascendencia de los hechos a niveles épicos, siguiendo el concepto empleado recientemente por el propio compositor en la renovada franquicia de “Star Trek” (aunque la fuente original siga siendo la televisiva “Perdidos”, su piedra roseta fundacional), reservando al segundo motivo el papel de recurrente leiv-motiv de acción, un potente y pegadizo tema que hace su aparición en el tramo final de la tensional “Close Encounters of the Furred Kind” (el compositor sigue con sus bromas a la hora de titular los cortes discográficos, como se observa también en “The Apes of Wrath”), y que consigue, cada vez que hace acto de presencia (“Along Simian Lines”, “Monkey See, Monkey Cup”, o la impactante “Gorilla Warfare”, un poderoso bloque de más de siete minutos de duración), epatar al espectador toda vez que logra hacer visible su músculo “popular”, logrando el inmediato reconocimiento del trabajo realizado. Todo ello revestido de múltiples singularidades en la orquestación (en manos de los habituales Tim Simonec y Andrea Dratzman, que se aplican en las sonoridades exóticas –especialmente en lo que respecta a la percusión- con el doble objetivo de servir al film toda vez que de homenajear ocasionalmente la señalada inventiva que desplegara Goldsmith en la cinta fundacional protagonizada por Charlton Heston –“Monkey to the City”, “The Apes of Wrath”, “Gibbon Take”, “Enough Monkeying Around”-), además de los característicos crescendos salpicados de vertiginosos ascensos y descensos de la cuerda, los cuales, en la presente ocasión, se mimetizan en los contrabajos a fin de proporcionar una sonoridad tan especial como específica, metáfora telúrica del declive de la civilización, de los sones de guerra que desde las sombras amenazan cualquier atisbo de amistad entre ambas especies.
En este sentido, el uso del coro, que por sus tintes atonales recuerda las formas de György Ligeti (ni más, ni menos), también funciona como contraste entre simios y humanos, pero como un recurso lírico, trágico, a fin de destacar las semejanzas bélicas que esgrimen en su aparentemente condenado enfrentamiento (“The Lost City of Chimpanzee”, “How Bonobo Can You Go”, la misma “Gorilla Warfare”), toda vez que como eco lejano, reflejo fantasmagórico, de aquella otra (fatalmente descartada) opción basada en la colaboración y el respeto mutuo que, sin embargo, el odio y el miedo a lo diferente abocan a las manos del fascismo extremo, aquel que inmediatamente levanta campos de concentración (y de exterminio), que establece como prioridad la limpieza étnica y que plantea como única opción el tétrico lema del “estás conmigo o contra mí”, en la que ni siquiera la premisa mayúscula de la nueva civilización simia, la que reza que el “simio no mata simio”, logra hacerse valer, quedando emborronada, invalidada, incluso, dentro de la misma familia de César (“Monkey See, Monkey Cup”), cuyo hijo mayor es manipulado por el sanguinario Koba –Toby Kebbell- en sus ansias por vengarse de la raza humana, haciéndole partícipe del “golpe de estado simio” con el que poder desenterrar el hacha de guerra (y cuyos equivalentes en el otro bando serían Carver –Kirk Acevedo- y, especialmente, Dreyfus, el personaje interpretado por Gary Oldman, provisto de un rostro más civilizado pero de maneras tan o más bárbaras que las manejadas por el resentido Koba).
A pesar que todos estos hechos no son especialmente novedosos con respecto a la historia original narrada en los dos últimos films de la pentalogía original, “La Conquista del Planeta de los Simios” y la “Batalla por el Planeta de los Simios”, de muy bajo presupuesto y con los que agonizó la saga a mitad de los setenta, pero que dentro de su modestia trataron de cerrar el círculo abierto con el primer film, como tampoco lo es el establecer el carácter de civilidad en torno a la unidad familiar (la de César por un lado, y la de Malcom –Jason Clarke- por otro, enfrentados ambos a los solitarios y rencorosos Koba y Dreyfus), relegando a papeles secundarios el protagonismo femenino en los dos bandos (el personaje de Ellie –Keri Russell-, la doctora humana, y el todavía menor y más escaso de la mujer de César), el film mantiene un gran nivel dramático y tensional, consiguiendo Matt Reeves (el director de “Monstruoso” y del digno remake de “Déjame Entrar”, ambas también con música de Giacchino) un film puntero, capaz de hacerse valer en la taquilla y de conseguir unos valores artísticos que, en complicidad con su compositor, alcanza los lindes de la épica en un plano final subyugante, hipnótico, pleno de fatídicos presagios, puntuado por tres crescendos finales que remiten al mejor estilo de la épica contemporánea, inaugurada hace medio siglo con maestría canónica por Alex North en su obertura para los créditos de “Espartaco”. Es posible que el aficionado se resienta del estilo empleado, en el que, por ejemplo, reverbera, respecto del tema de la “amistad-civilización”, el que compusiera recientemente para “Super 8”, además del tema de acción principal, que remite a su anterior “Star Trek En la Oscuridad”, por no volver a citar el principal referente de Giacchino, su merecidamente alabada partitura para la televisiva “Perdidos”, e incluso que se le atribuya cierta falta de consistencia a la hora de erigirse en el portavoz musical del film (por estar demasiado plegado a las circunstancias contextuales y narrativas, con resultados un tanto atmosféricos), pese a los momentos facilitados (con ausencia de efectos de sonido) para su lucimiento. Pero, con todo, indiscutiblemente el compositor está presente mediante su propia voz, la que le define como autor y consecuentemente le hace reconocible, variaciones y críticas aparte (de las que, por otro lado, no se han librado grandes figuras de la especialidad como el propio John Williams), al común del aficionado/espectador. Y eso, hoy en día, con las formas acomodaticias imperantes en la industria hollywoodiense, no sólo es de agradecer, sino incluso de alabar.
25-julio-2014
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