Antonio Pardo Larrosa
Paul Klee, Kandinski, Klimt o Jackson Pollock –el más interesante de todos- fueron artistas que durante años desarrollaron una nueva forma de entender el lenguaje de las emociones. Sus sempiternas obras se proyectan más allá de lo racional, de lo intuitivo, configurando un collage visual que muestra la ilimitada genialidad del ser humano. Esta particular forma de entender el arte puede ser extrapolada al cine, -compendio de todas las formas de expresión artísticas conocidas- para entender la irreverente obra del director tejano Wes Anderson, y es que cineastas tan originales como él se pueden contar con los dedos de una sola mano. Su característica puesta en escena y su, en ocasiones, surrealista paleta de colores hace que su obra sea tan original como sincera. La caricatura se hace real… : En obras como, ”Moonrise Kingdom”, “Fantastic Mr. Fox” o su última gran creación, ”Grand Budapest Hotel”, -todas ellas con música de Alexandre Desplat-, sus personajes son de carne y hueso, histriónicos, pero de carne y hueso. En sus complejas historias los protagonistas carecen de ironía, son lo que son, nada más. Ahora bien, más allá de toda duda queda la caricatura sincera-inspirada en los profundos personajes de Charles Dickens- donde el melodrama y la comedia inteligente juegan con las emociones del espectador.
Anderson cuida los detalles de un modo artesanal, los decorados, el vestuario, las localizaciones, el guión y, como no, la música, confirieren personalidad e identidad a cada uno de ellos. Al paralelismo antes establecido entre la pintura y la obra de Anderson hay que añadir un tercer ingrediente, la música, cuyo aroma completa la iconografía tan sui-generis del director. Puede que la aportación musical de su amigo Desplat haya sido el elemento narrativo necesario para que la obra del cineasta haya dado un salto cualitativo en los últimos años. Las primeras obras de Anderson, ”Rushmore, The Royal Tenenbaums o Life Acuatic” tuvieron como maestro de ceremonias al camaleónico compositor americano Mark Mothersbaugh, un showman ecléctico que abandero durante años la formación musical de new wave, “Devo”. Mothersbaugh no es un compositor cinematográfico al uso, ya se sabe, de los de lápiz, papel y piano, y eso se nota en la calidad de sus trabajos, pero las intenciones fueron buenas y el resultado más que correcto, aunque su música no consigue reflejar el complejo entramado emocional que Anderson esconde tras las imágenes de sus personajes.
Otra cosa muy distinta es la aportación musical del compositor francés Alexandre Desplat, cuya primera colaboración, ”Fantastic Mr. Fox” (una de las mejores producciones de animación de la última década) supuso el comienzo de una relación tan particular como original. La personal escritura del galo se adapta como un guante de seda a las historias de Anderson que, en un alarde de sinceridad creativa ha sabido dar libertad de acción al músico parisino. Solo hay que escuchar su dinámico Main title, (“Moving in”) o la desenfadada pieza de aires sureños (“Dig! (Digging Theme)”) para darse cuenta, no solo de la tremenda personalidad de ambos cineastas, sino también de la capacidad de adaptación que Desplat tiene para asumir sonoridades que pertenecen a otras culturas, como la americana o la italiana, recordando las marchas creadas por Nicola Piovani o los sonidos cercanos al spaghetti western –canis lupis- del gran Ennio Morricone, silbidos incluidos.
A tenor de lo expuesto con anterioridad no es de extrañar que su última colaboración, ”The Grand Budapest Hotel”, haya supuesto una vuelta de tuerca más a esta necesaria relación profesional. Puede que la música compuesta para esta nueva cinta de Anderson sea la más cromática y variada de cuantas ha escrito Desplat, ya que supone un enorme ejercicio de versatilidad y originalidad que pone de manifiesto su gran cultura musical. La partitura se desarrolla en varios bloques temáticos que vienen definidos por la variedad de personajes, situaciones y escenarios que el director recrea, con cierta utopía, en este maravilloso cuento. La compleja labor de Desplat empieza por la reconstrucción musical de los escenarios que el músico asume con honestidad versionando temas populares que pertenecen al folklore autóctono de los países del este de Europa. Algunos temas clásicos, como el “Concerto for lute and plucked strings” de Vivaldi, junto a su original partitura completan esta telaraña musical que director y músico tejen con una gran inteligencia narrativa. Pero, vayamos por partes…
La trama de ” Grand Budapest Hotel” se desarrolla en los países del este de Europa, espacios que Desplat recrea utilizando temas del folklore tradicional, como el “Traditional Arrangement: Moonshine”, melodía inspirada en la canción popular rusa, “Светит месяц”, donde el violín, la balalaika, la mandolina o el címbalo sirven para contextualizar la historia situando a los personajes, hotel incluido, dentro de un espacio y un tiempo concreto. Las continuas referencias a la música popular búlgara a través de las voces y la cuidada instrumentación típica de esa zona –“Öse Schuppel”- lo impregnan todo de autenticidad, consiguiendo que la narración sea creíble. Desplat no solo se sirve de la música popular para conseguir el efecto deseado, sino que también utiliza la música clásica –“Concerto for lute and plucked strings”- para dar un toque de distinción y elegancia al gran Hotel. La utilización de este leitmotiv, pausado y señorial –música para salones y espejos- refina los acontecimientos que están por venir. Esta delicada melodía escrita por Vivaldi contrasta con la que Desplat propone para describir la figura del joven Botones (“The War (Zero´s Theme)”), una sencilla y cómica melodía cargada de sarcasmo que en cierto modo recuerda a esas viejas y sencillas partituras –interpretadas al piano- escritas para el cine mudo. La melodía de Zero no es más que una pequeña variación de la que el músico francés asigna a Mr. Moustafa, el gran leitmotiv de la obra, un motivo de pocas notas donde confluye la ironía, el sarcasmo y los aspectos cómicos de la música. Desplat utiliza una instrumentación muy sencilla, cuasi-italiana, que describe con acierto la picara inocencia del protagonista. Es en este mágico contrate musical donde la partitura cobra vida, se hace fuerte, mezclando todos estos elementos narrativos con grandes dosis de originalidad.
Además de estos tres grandes bloques temáticos, la música de Alexandre Desplat para el filme de Anderson supone un gran ejercicio de responsabilidad musical, ya que, con naturalidad, su partitura se adueña de un buen puñado de estilos –marchas incluidas- que unidos entre sí dan forma a esta original pintura musical llamada ”The Grand Budapest Hotel”.
9.julio-2014
|