Miguel Ángel Ordóñez
Analizar la obra de Bill Conti equivale a enfrentarse a uno de esos extraños combates de boxeo, tan del gusto del cine americano, donde el héroe de turno, siempre con una buena dosis de teatralidad como compañera, recibe una enorme tunda de golpes para acabar derrotando al adversario con un inesperado uppercut de derecha en el último suspiro. Por más que aquél sepa moverse en el ring, que lance algún que otro elegante jab de izquierda (digamos "Gloria") o un inteligente gancho al estómago del rival (no se discute la calidad de "Norte y Sur"), éste logrará zafarse de la embestida y contraatacar ferozmente: primero con un cruzado al costado ("Masters del Universo" es una burda imitación de cualquier score fantástico de Williams), luego con un directo al mentón ("Evasión o Victoria" acaba resultando un chiste lamentable desde que se atisba la séptima de Shostakovich tras su marcha inicial), para derribarle con un crochet a la mandíbula (qué decir del plagio descarado a Los Planetas de Holst y al Concierto para violín nº 1 de Tchaikovski en "Elegidos para la Gloria"). Sea como fuere, se acaba perdonando uno tras otro todos estos desmanes porque Conti parece tener cierta capacidad de demiurgo, un giro dramático o alguna expresión melódica con la que viene a presentar sus disculpas. Es como si siendo consciente de haberte tomado el pelo intentara ganarte con una persuasiva demostración de talento.
"Yo, el Jurado" es una clara expresión de lo bueno y lo malo que esconde Bill Conti como compositor. Aquí, nos enfrentamos a un ejercicio de estilo muy a tono con el temario empleado por el autor en la época (compuesta a primeros de los 80 pero con claras influencias estéticas de la década anterior) donde ofrece, en clave de jazz, un interesante muestrario musical de muy diverso pelaje. Con notables influencias de su currículum más ligero ("Un Unmarried Woman" o "Uncle Joe Shannon"), Conti apuesta por aplicar un recurrente "sonido de Filadelfia" a los créditos de apertura, lo que deriva en auténtico lastre de una partitura que despega con mucho brío pero con poca chicha, anclada sobre una big band que poco hace por establecer las claves dramáticas del relato. Junto a los "Main Titles" destacan, en el mal sentido del término, cortes tan intrascendentes como "Tails Tale" o la segunda mitad del descompensado "Rummy Run", con los que Conti diseña una obra de fuerte musculatura, y un tanto misógina, donde la violencia alcanza cierto grado caricaturesco (un ejemplo fantástico de auténtica estética viril podemos encontrarlo en la magnífica composición de Kamen para la franquicia de "Arma Letal").
Un segundo bloque de temas ("Michael´s Taxi Ride", "Croncrete Chase Conclusion") sacan mucho mejor partido al uso del jazz, no tanto por un acompañamiento de metales algo indeciso y frustrante, como por su fascinante sentido rítmico del uso del piano y, especialmente, por el empleo de patrones armónicos alterados claramente familiares con un Bill Evans algo alejado de los trazos románticos de su "Portrait of Jazz". Si aquí Conti demuestra no sólo oficio sino capacidad creativa, esta última se dispara en lo que es sin duda lo mejor de la edición y (quien puede asegurarlo) quizás de toda la obra cinematográfica de Conti. Cortes como "Closet Cache" y "Kendrick´s Taxi Time", ejemplarizan un gusto por lo contemporáneo bastante inusual en la carrera del maestro de Rhode Island. Se trata de una de las pocas veces en las que Conti no sólo no refleja la realidad musical tal y como tiende a plasmarla en su obra, teniendo presente que la música es la más artificial de todas las artes, sino que ilustra a través de esos temas cómo la música vive, repercute y actúa en la contemporaneidad real de su tiempo. Frente a un predominio de bloques en "I, the Jury" donde se incita a la conversión a modelos de comportamiento predeterminados (asociación de violencia y bajos fondos con un jazz algo académico y romántico, a lo Evans como ya se ha indicado, alejándose de experimentos más atrevidos que podrían verse representados en figuras como la de Ornette Coleman), en estos dos cortes Conti apuesta por todo lo contrario: la disolución de la realidad concreta en mundos oníricos y en una tendencia hacia la oscuridad de lo esotérico, o sea, una huida de la "normalidad" hacia las zonas extremas, hacia lo enigmático. El recurso se establece a través del uso de politonalismos y de contrapuntos abruptos sobre notas en tensión en la línea de bajos. Un experimento atrevido para un autor que pocas veces lo fue. Ello denota la escasa planificación racional con la que Conti acomete el trabajo, pues parte de un planteamiento estructural satisfactorio (el uso del jazz), fácil de controlar, que pueda servir de célula a partir de la cual se desarrolla todo lo demás. Esta clara organización del material y de la forma implica, a la postre, una renuncia a la fantasía creativa, un paréntesis a la espontaneidad que cuando surge parece dar muestra de un autor verdaderamente expresivo y comprometido.
Resulta curioso, pues, que esta breve ráfaga de ingenio condicione una obra que se mueve en los márgenes de la homogeneidad con poco disimulo. La cosa no da para mucho más pero al menos queda el momento de la verdadera inspiración, el pellizco del torero artista que pone la plaza patas arriba con un par de derechazos, aunque a la hora de buscar el hoyo de las agujas acabe pinchando en hueso.
29-enero-2014
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